Capítulo 04

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Serena luchó contra el férreo apretón del Highlander. Se retorció y se desenroscó, le dio una patada en la espinilla con el talón, pero sin éxito. Era como una pared de ladrillo detrás de ella, todo músculo rígido e increíble fuerza.

—Por tu culpa estoy maldito —gruñó—, y después de estar encadenado y ser arrastrado a la cárcel, no voy a correr más riesgos contigo. No me vas a engañar esta vez.

Sintió la punta afilada del cuchillo en la base de su garganta y se aferró a su brazo musculoso.

—Mi primo tenía razón. Usted es un bruto.

—Sólo estoy tratando de sobrevivir. —Su aliento era cálido y húmedo contra su oído—. Ahora deja de retorcerte, promete que no gritarás y te dejaré ir.

—Lo prometo.

Con eso, la soltó. Serena se dio la vuelta para enfrentarse a él a la inquietante luz de las velas. Frotando una mano sobre su cuello, luchó para recuperar el aliento y calmar los latidos frenéticos de su corazón.

—Eso no era necesario—dijo—. ¿Y por qué diablos ha venido aquí? Si mi primo lo ve, le pegará un tiro en el acto.

El Highlander envainó su cuchillo en el cinto.

—Te he estado persiguiendo durante tres años, Beryl. No renunciaré ahora.

—Todavía asegura que yo soy ella.

—Sí. Si dices o no la verdad acerca de la pérdida de tu memoria, no lo sé, pero de una u otra manera, vas a recordar la noche en que me echaste una maldición. Encontraré una manera de que lo hagas.

Ella tragó saliva incómoda.

—¿Cómo planea hacer eso? El médico no ha tenido mucho éxito en ayudarme a recordar.

—El médico no sabe aplicar la presión como yo.

Ella reflexionó sobre su significado y habló con hirviente hostilidad.

—Me va a volver a amenazar con violarme e intentar aterrorizarme para sacarme la verdad. ¿Es eso?

—Lo que sea necesario.

Ella también quería saber la verdad, desesperadamente, pero no toleraría abusos.

Mirando atentamente su ojo negro y la sangre que se filtraba a través de la pechera de su camisa, le preguntó:

—¿Cómo escapó del carruaje de la prisión?

Él de nuevo le puso el dedo en los labios, como si hubiera oído algo. Con movimientos ligeros, rápidos, cruzó la biblioteca y se asomó al pasillo. Tranquilizándose al comprobar que no había nadie, respondió a la pregunta.

—Intentaron matarme de camino a la aldea.

—¿Quién lo hizo?

—El magistrado y sus matones. Dijo que iban a hacer que pareciera como si estuvieran haciendo su trabajo, así que me bajaron del carruaje, cargaron sus pistolas y me dijo que corriera.

—¿Y eso es lo que hizo?

—No, no corrí —prácticamente escupió—. Les quité de una patada las armas de las manos y utilicé mis puños.

Bajó la mirada hacia sus grandes manos y vio que tenía los nudillos ligeramente cortados y con sangre.

—Pero había cuatro de ellos —dijo ella con incredulidad, sin querer admitir para sí misma, o para él, que esta impresionada por tal hazaña.

Seducida por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora