Capítulo 18

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Cenaron en una pequeña cueva, bajo una saliente rocosa, sentados alrededor del fuego, en pieles que cubrían la tierra fría, y que más tarde servirían para que Lady Serena durmiera en algo suave.

Darien anunció que los hombres dormirían afuera, haciendo guardia para proteger la entrada. Pero se sintió incómodo al pensar que Serena dormiría sola en ese hoyo frío de la montaña, mientras él también dormiría solo afuera.

Bueno, no exactamente solo. Con los otros. Pero no los veía. Cuando Serena estaba cerca, todo y todos eran invisibles. Odiaba que hubiesen discutido ese día. Odiaba lo adorable que se veía a la luz del fuego, que lo mirara frecuentemente, pero que desviara la vista cada vez que sus ojos se encontraban. Lo estaba castigando, lo sabía, por la forma como la había alejado después de cruzar el río. ¿Pero qué más podía hacer? ¿Tratarla como a las demás mujeres? ¿Sonreír, flirtear y halagarla? Que Dios lo ayudara. Ni siquiera podía mirarla sin desear abrazarla.

Se sentaron a comer, y se sintió contento que por lo menos hubiesen preparado un guiso de carne tan sabroso, cocinado en una olla de hierro sobre el fuego, que sirvió con un pan de centeno crujiente, y un buen vino, en unas elegantes copas de estaño. Tendría que agradecerle a Andrew por haber enviado a un tipo tan diestro.

Sin embargo, no le agradecería que hubiese mandado al chico joven, pues el muchacho se había hecho camino hasta lograr sentarse en la piel, al lado de Serena, y ahora estaban comiendo juntos, y riendo y conversando, mientras el resto miraba y escuchaba.

Alexander el chico joven le contó, con todo tipo de detalles, de sus estudios en Glasgow, y ahora le estaba preguntando acerca de su educación, tratando de ayudarla a recordar hechos. Era demasiado educado. Y servicial. De aspecto saludable. A Darien no le gustaba.

Por otra parte, a Serena parecía gustarle. Durante esta tarde, habían cabalgado juntos en el páramo, por casi quince minutos. ¡Ach! Darien echó su plato a un lado, pues súbitamente perdió el apetito. Esta tarde había hecho el noble esfuerzo de poner distancia entre ellos, para que en el minuto siguiente este advenedizo juvenil se pusiera a su lado, esforzándose para tratar de encantarle e impresionarla. El chico le recordó a Darien sus días juveniles, y eso no le sentó bien a su estómago. Tomándose el resto de su vino de golpe, tiró la copa a un balde y se levantó.

—¡Alex! Te necesito afuera para que ayudes a preparar los caballos antes que oscurezca más.

El joven Highlander pareció sorprendido. Se levantó de un salto, y se tropezó en la piel mientras dejaba su plato en el balde con agua.

—Sí, señor —y salió decididamente de la caverna.

Serena frunció el ceño y miró a Darien.

—¿No se podía esperar un poco? Pobre Alex, no terminó de comer.

—Me parece que ya acabó.

Se miraron tensamente por un momento, mientras los otros se echaban el guiso más rápido a la boca. Aparentemente estaban muy hambrientos.

Serena sacudió la cabeza como regañándolo, y éste quiso preguntarle con todas sus ganas, qué tenía tan especial Alex que ella no quería que se fuera. Pero eso les revelaría a todos que estaba celoso y que esta mujer se le estaba metiendo bajo la piel, así que simplemente se alejó.

Después de la comida, Serena se recostó en la piel suave con una segunda copa de vino en la mano y miró hacia la entrada de la cueva. Darien y Alex no habían vuelto después que salieron a atender a los caballos, y estaba empezando a preocuparse que Darien hubiese mandado al joven a dar el paseo del tonto en la oscuridad, a escalar y explorar las cimas de las montañas al otro lado del páramo, o a medir la profundidad del próximo caudal que debían cruzar.

Seducida por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora