Capítulo 03

306 44 1
                                    


Serena estaba sentada frente a su espejo, observando con impaciencia como su doncella le cepillaba y peinaba para la cena.

Era difícil relajarse. Cuatro horas atrás, el juez había desatado al Highlander y le había golpeado en la cabeza, luego sujetado de las muñecas con grilletes de hierro y se lo había llevado a rastras. Todo esto había ocurrido antes de que ella pudiera darse cuenta de las consecuencias de la situación.

No debería haber aceptado nunca la decisión de su primo de llamar a las autoridades. En su lugar, debería haber insistido en mantener ahí al Highlander hasta que pudiera responderle más preguntas, tenía tantas que hacerle, pero todo se había salido de control demasiado rápido.

Ahora estaba encerrado en la prisión del pueblo, y ella estaba ahí, vestida para la cena, y aun dándole vueltas al recuerdo de sus manos sobre su cuerpo y de sus besos sobres sus labios, y sintiéndose aún más separada de su sentido de identidad, que ya era bastante tambaleante e inestable.

Se suponía que era una dama de noble cuna. ¿Cómo podría hacer frente a la inquietante perspectiva de ser una bruja?

Antes de hoy, había estado moviéndose en una especie de apagada, invisible existencia, creyendo a cualquiera que le sugería alguna cosa sobre la persona que una vez había sido. Aceptaba todas las explicaciones y no sentía pasión por nada, ningún deseo de cambiar o buscar algo más. No conocía nada que hubiera existido más allá de ese lugar. Su mundo estaba vacío, y todo lo que le contaban la hacía sentir como un fantasma. Parecía haber perdido el alma, como si estuviera flotando alrededor en el aire en algún lugar sobre su cabeza, fuera de su alcance.

Algo se le escapaba. Ella misma, quizás. Sus recuerdos. Su vida. Eso tendría sentido.

O quizás añoraba al amante que había tomado su inocencia. ¿Sería el hombre llamado Andrew? ¿El jefe escocés que, según el Highlander, había compartido su cama durante un año?

Si es que era en realidad ese oráculo llamado Beryl... Aún no estaba convencida de ello.

Alcanzando los pendientes de perlas y esmeraldas, echó una última mirada al espejo.

Esta noche llevaba un vestido de etiqueta de seda morada oscura sobre unas anchas enaguas de aros, puños de terciopelo ricamente bordados y un fino brocado de lino en la línea del estómago. En el cuello llevaba una gargantilla de perlas y esmeraldas, y su pelo estaba recogido en un elegante peinado empolvado con peinetas enjoyadas.

No, pensó con absoluta certeza, ella no podía ser esa loca bruja de las Hébridas que lanzaba maleficios a la gente. Ella era la hija de un conde, y lo parecía. Y a pesar de todo, lo sentía.

Quizás era el Highlander el que estaba loco. O, sencillamente, equivocado.

Serena despidió a su doncella, dejó su habitación privada y se aventuró en el pasillo, que estaba brillantemente iluminado por titilantes velas en apliques de pared, muy cerca unas de otras que daban luz a la larga hilera de retratos de sus ancestros.

Ninguno de los cuales reconocía.

Alcanzó las escaleras, posó su mano sobre la barandilla y decidió que hablaría en privado con su primo esa noche para que le concertara algún tipo de reunión con el Highlander lo antes posible. Necesitaba saber más sobre el jefe del clan que había compartido su cama con "Beryl" en las Hébridas, el hombre llamado Aandrew. Quizás, si se encontraba con él, se sentiría más segura sobre su pasado y podría reconocer mejor lo que era real. Podría reconocerle como su antiguo amante, y a su vez, él reconocerla a ella, o saber, sin ninguna duda, que ella no era el oráculo, y nunca lo había sido.

Seducida por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora