Inside the Flames

Capítulo 3: Creer

La luz del atardecer iluminó el castaño cabello de Fire, sus ojos, tan verdes como la gema que sobresalía de su camisa, leyeron el tierno poema que le acababan de entregar y una dulce sonrisa le recorrió los labios. Las características pecas de sus mejillas se fundieron en un avergonzado color carmín y se mordió el labio inferior a la vez que introducía la carta en el bolsillo de su americana.

El nervioso muchacho se quedó inmóvil frente a ella, esperando una respuesta positiva de su parte, no obstante, esta no contestó y se sentó sobre la mesa con una pierna sobre la otra.

—¿Te... Te ha gustado?—La voz insegura de Jack hizo que Fire se sintiera peor, no le gustaba ser desagradable con los demás.

—Es muy bonito.—Contestó y se echó hacia atrás, analizándolo de pies a cabeza; el joven tenía un aspecto demasiado inocente, su cabello negro contrastaba con su piel pálida y su cuerpo era tan débil como una hoja. Suspiró.—Pero deberías dedicárselo a otra persona...

Las pupilas de Jack se ahogaron en lágrimas rebeldes y su temblor lo hizo parecer aún más frágil. Fire chasqueó la lengua contra su paladar, odiando aquella escena, y recogió sus libros para regresar cuanto antes a casa. Abandonó el aula lo más rápido que pudo y emprendió su monótono camino hasta su querida granja.

El exterior del lujoso instituto estaba repleto de estudiantes, los árboles se alzaban sobre algunos de ellos y eran testigos de sus tranquilas charlas. Fire pasó las manos por su rebelde pelo y colocó unos mechones tras sus agujereadas orejas; A veces tenía la sensación de que no encajaba en un lugar tan prestigioso como Whistelchool. Ella era totalmente diferente a aquellos estudiantes ricos y, mientras que los demás subían la larga colina hasta la ciudad, ella bajaba durante varios minutos hasta las granjas de los campesinos, sumergiéndose en el frondoso bosque y deseando con todo su corazón que ningún esclavista le prestase atención.

La idea de abandonar los estudios y ayudar a su familia en el campo pasaba por su cabeza diariamente, pero estaba segura de que Marie sería capaz de golpearla hasta que volviera al instituto con algún hueso roto. Su madre había sacrificado sudor, sangre y lágrimas para darle una buena educación, además, su único sueño consistía en encontrarle un esposo que pudiera sacarlos de la ruina.

Fire no estaba muy segura de querer vivir aquel futuro, aún así, prefería mantener la boca cerrada y agradecerle la oportunidad que le brindaba.

La noche se introdujo con ella al bosque, oscureciendo cada centímetro del lugar, las estrellas habían desaparecido y el miedo se instaló en la pecosa estudiante. El sonido de un trueno la estremeció y aceleró el paso para llegar a su destino antes que la tormenta. Para su mala suerte, la lluvia no tardó en aparecer, maldijo entre dientes y corrió bajo los robles. 

La granja de la familia apareció ante su campo visual, tan pequeña y destartalada como siempre, no obstante, el carruaje real cambiaba la tranquilidad de su hogar. Frunció el ceño y experimentó como la inseguridad se adueñaba de su instinto. ¿Venían para arrestarla?

Jadeó con terror y se escondió tras el tronco del árbol más cercano con la intención de que nadie se percatase de su presencia. Llevó su mirada hasta la ventana que conectaba con la cocina y espió la extraña escena; Marie escondía el rostro entre sus manos mientras que un joven vestido
elegantemente le decía algo con molestia.

El miedo impidió que notase la lluvia que calaba su cuerpo, alguien colocó una chaqueta sobre su cabeza para evitar que siguiera mojándose y se giró sobresaltada. Conectó la perpleja mirada con la del mismo hombre que había conocido en la plaza días atrás y reconoció sus tristes ojos grisáceos al instante. La camisa que portaba bajo su uniforme militar se transparentó por culpa del torrencial y el cabello, negro como el carbón, se pegó contra su frente.

—Gwendoline...—De sus labios volvió a escapar aquel extraño nombre y Fire notó como algo le atravesaba el tórax repentinamente.

Jadeó en busca de aire, llevándose las manos al pecho, y cayó de rodillas hasta los pies del perplejo adulto. La oscuridad de la noche se vió interrumpida por una intensa luz que sobresalió de su camisa, ambos rostros quedaron iluminados por ella y la lluvia dejó de golpearlos repentinamente.

Neo se arrodilló frente a ella, le levantó el mentón y la obligó a mirarlo directamente a los ojos. El profundo dolor de Fire quedó descubierto ante él, su estómago se revolvió al apreciar el hilo de sangre que le caía por la nariz y le arrebató con rapidez el amuleto. El extraño trance finalizó en aquel momento y el débil cuerpo de la heredera se desplomó en sus brazos, incosciente.

—Es ella.—Una suave voz se pronunció a su lado, inclinó el rostro hasta ella y frunció el ceño al captar la expresión de satisfacción de su jefe.

Romin se agachó hasta ambos, tomó el colgante entre sus manos y acarició la ardiente gema con delicadeza. Sus dientes quedaron al descubierto con una enorme sonrisa que estremeció al estratega. La atención del infante regresó a la muchacha y le apartó el cabello, manchándole la frente con sangre. Neo abrió los ojos de par en par al notar las manchas rojas que ensuciaban la ropa del menor.

—¿Qué has hecho?—Preguntó alarmado y la tétrica risa del joven provocó que el soldado tuviera un mal presentimiento.

—La madre se resistió, no me quedó otra opción que matarla.—La respuesta congeló al hombre, quien no pudo evitar apegar el cuerpo de Fire contra él.

—Mamá...—El balbuceo de la heredera los interrumpió y Neo llevó una mano hasta su pecosa mejilla, preocupado por su estado. Se sorprendió al notar que la yema de su dedo índice se humedecía con las lágrimas de la morena.

Romin volvió a reir, incapaz de sentir lástima hacia la última hija de sus enemigos, sacó un pañuelo con cloroformo de su bolsillo y, antes de que Fire volviera a la consciencia, lo colocó sobre sus fosas nasales.

Neo le pidió disculpas. No obstante, la princesa no consiguió escucharlo.