Capítulo 1: Actualidad.

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2 de marzo de 3102.
Planeta 7, dictadura gris.

Las estrellas. Para Fire no había nada más precioso que aquellos astros que iluminaban el camino hacia su casa, le transmitían una extraña paz que no conseguía entender y, a veces, cuando regresaba de la escuela, se detenía en medio del bosque, imaginándose que era uno de ellos, lejos del alborotado reino. Envolvió los dedos en el asa de su bandolera y mantuvo la mirada sobre el cielo mientras que caminaba con lentitud. 

Su labio roto tembló en el momento que sus zapatillas deportivas se detuvieron frente a la granja de sus padres, asustada por lo que pudieran decir sobre el magullado aspecto de su uniforme escolar. Como era de costumbre, Dagger fue el primero en recibirla y, sin sorprenderse por el rostro herido de su hermana adoptiva, le dio un suave golpecito en la nuca antes de susurrarle en el oído lo que tanto miedo tenía de escuchar:

—Mamá acaba de llegar a casa.

Se llenó los pulmones de oxígeno  y, armándose de valor, subió hasta el porche de madera. Su vista viajó hacia la ventana que conectaba con la diminuta cocina, la vieja mujer partía fruta en la mesa y su rostro furioso era visible tras el cristal que la separaba de la aterrorizada adolescente. Dudó durante unos segundos en entrar en el hogar, no obstante, la idea de dormir en medio del campo le parecía aún más peligrosa. Temblando, abrió la puerta y cruzó el umbral con la inseguridad recorriendo bajo sus venas. 

El seco sonido de la silla donde se mantenía sentada la mujer la congeló, soltó una exclamación al notar como la adulta tomaba el cuello de su camisa y la tiraba contra el suelo de madera. Su rostro chocó contra la frialdad y, acostumbrada a ello, dejó que los golpes- junto a las reprimendas maternas- le dieran la bienvenida a su hogar.

No sabía que dolía más, si el zapato de Marie, su madre, o los moratones que los soldados reales habían dibujado en su piel al descubrirla alimentando a los esclavos. Jadeó cuando los golpes cesaron y  cambiaron a un desesperado llanto por parte  de la mujer. Fire observó de reojo como esta se desplomaba en el asiento de madera, agobiada por las rebeldes acciones de la muchacha, y se arrastró hacia sus rodillas, disculpándose constantemente.

Sus lamentos no sirvieron de nada, pues, durante la cena, la obligó a quedarse arrodillada en el suelo con los brazos en cruz y varios libros sobre la palma de sus pequeñas manos. El peso de los tomos hacían que su cuello doliera intensamente y la comida provocó que su estómago rugiese de hambre. Se relamió los labios cuando su padre, quien acababa de llegar del trabajo, posó su dulce mirada sobre ella. El canoso hombre esperó a que su esposa se girase hacia el lavaplatos para meter en la boca de la adolescente un gajo de naranja, alimentándola. Dagger rio por la bajo ante la tierna acción de su progenitor. Por otro lado, Marie bufó y se giró hacia la pequeña familia. 

—Rupert, debes ser más duro con tu hija—regañó y su rostro serio los tensó—. Un día no serán tan bondadosos con ella y acabará muerta por desobedecer al régimen.

El nombrado, el cual tenía un carácter completamente diferente a su esposa, suspiró y se llevó una mano al cabello. Fire apreció el cansancio de sus adultas pupilas cuando hicieron un breve contacto visual y Rupert le regaló una de sus cariñosas sonrisas.

—No te preocupes, cariño— se dirigió hacia la molesta mujer y le guiñó un ojo a la muchacha—. Fire es buena chica, no volverá a hacer nada malo. ¿Verdad?

La joven asintió rápidamente y puso la cara más inocente que pudo. Marie tomó aire y, sabiendo que aquella afirmación estaba lejos de ser cierta, le quitó los libros de las manos. Fire gimió de dolor, sintiendo sus músculos muy pesados como para moverse, y se lanzó contra los brazos de la mujer abrazándola. 

—Perdóname, mamá. Seré buena, lo prometo.—Murmuró contra su hombro y recibió unas pequeñas palmadas en la espalda de su parte.

—Eres idéntica al vejestorio que tienes como padre.—Rodó los ojos y, apartándose lentamente, le analizó con preocupación el herido rostro. La obligó a sentarse para que comiera y fue a por un botiquín con la intención de curarla. 

En el fondo, Marie no era tan mala como quería hacer ver. Gracias a ella, Fire tenía una familia que la quería sin necesidad de compartir la misma sangre y, aunque su manera de corregirla no podía considerarse la mejor, siempre había luchado por que tuviera una buena vida. La joven era feliz allí, amaba la granja, las recetas de Rupert y la buena relación con Dagger, no obstante, había un pequeño matiz que la tenía más inquieta que nunca; conforme se acercaba a la vida adulta, las incógnitas de su pasado crecían en su interior. A sus dieciocho años, no tenía ningún tipo de información sobre sus padres biológicos, no porque no hubiera investigado, si no por las extrañas circunstancias en las que había llegado a la vida de los Moon. 

El padre de la familia la había salvado de unos traficantes de esclavos cuando tenía solo dos años, el viejo corazón de Rupert no pudo evitar gastar todo su dinero para darle la libertad que necesitaba y la acogió en su pobre granja, amándola como a una hija. 

—Fire—la llamó el hombre antes de que se fuera a la cama, todos se habían acostado, salvo ellos,  puesto que a la adolescente le encantaba estudiar a su lado hasta la madrugada—. No voy a prohibirte que hagas lo que creas correcto, pero... lleva cuidado, la próxima vez puede que no sean solo unos golpes.—La preocupación se adhirió a sus palabras.

—Papá, tendré cuidado. No te preocupes por mi.—Le sonrió con su característica y dulce sonrisa, dejó un beso sobre su arrugada mejilla y le dio las buenas noches, subiendo las estrechas escaleras hasta su dormitorio.

Una vez en la soledad de su habitación se deshizo del uniforme escolar y cubrió su delgaducho cuerpo con un camisón. Su colgante le golpeó suavemente el pecho, la gema verde cautivó sus ojos y no pudo evitar acariciarla con la yema de los dedos. ¿Quién le habría regalado aquel amuleto? ¿Sería la única pertenencia que conservaba de sus padres? Suspiró y dejó de prestarle atención.

Acabó durmiéndose mientras cosía la tela rota de su ropa.

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