Capítulo 12: Ayuda.

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Fire siempre había tenido una debilidad: su familia. Era cierto que desde que Rupert la trajo a casa, enfundada con una fina tela de algodón y dormida como si no acabase de vivir una masacre, la consideraban una niña alborotada, no obstante, bajo aquella imagen rebelde se encontraba un pequeño cachorro que deseaba permanecer al lado de su manada.

Nunca quiso abandonarlos, ni cuando su madre la golpeaba hasta que no podía levantar los brazos y la sangre resbalaba por su nariz, era feliz, amaba montar a caballo junto a Dagger en los atardeceres, dar de comer a los animales en compañía de Rupert o, simplemente, recostar la cabeza en el regazo de Marie mientras esta le cosía algún vestido. En esos momentos, las preocupaciones se disipaban en el aire, sonreía y dejaba que las horas pasasen sin saber que tarde o temprano todo desaparecería.

Aunque no todo estaba perdido ¿No?

Al despertar, el bosque había desaparecido. El barro y las ramas fueron sustituidas por la calidez de unas sábanas de seda, además, su uniforme escolar descansaba limpio en una percha que colgaba del armario. Pasó las manos por su camisón, agobiada por los recurdos, y, antes de que pudiera llamar a Ulan, el infante Romin apareció ante sus ojos.

Se removió en la cama hasta que su espalda tocó el cabecero de metal e incoscientemente buscó su amuleto. No estaba. Alguien se lo había arrebatado.

—Alteza—la voz de Romin la sacó de sus pensamientos y el nerviosismo la atacó en el instante que se sentó a su lado—. Hoy iremos al pueblo, Ulan le preparará algo cómodo.

Gwendoline asintió, incapaz de mirarlo sin sentir la rabia recorriendo sus venas, esperó a que la dejase sóla, sin embargo, el infante clavó sus ojos en ella, incomodandola, y posicionó las yemas de sus dedos en la pecosa mejilla de la joven.

—Ni se te ocurra aprovechar la oportunidad para escapar.—Su sonrisa cínica y malvada le provocó un profundo rechazo, los dedos del adulto bajaron hasta su mentón y lo presionó con fuerza hasta dejar su piel blanca.—Agradécele a Neo que tomara tu castigo, parece que te aprecia mucho.

Romin rio al observar como el delgado rostro de la princesa palidecía, lo alejó bruscamente y salió del dormitorio con rápidez. Gwendoline notó sus palpitaciones acelerarse conforme caminaba hacia el despacho del estratega, rodeó el pomo de la puerta entre su mano y la abrió apresuradamente.

Sus ojos se toparon con el mar grisáceo de Neo, el labio inferior del mayor se encontraba herido y del cuello de su camisa sobresalían unas marcas rojizas que antes no habían estado. Se miraron en completo silencio por unos segundos, los dedos de Fire temblaron y, antes de caminar hacia él para disculparse, sintió como todo su cuerpo se estremecía bajo la mano de Romin.

—¿Lo ves?—Cuestionó el infante, haciendo que Neo bajase la cabeza para no observar la culpabilidad en la mirada de la menor.—Esto es lo que consigues cuando no me prestas atención.—La empujó contra la mesa de madera y Fire jadeó cuando su cadera chocó contra esta.

—Lo siento...—Murmuró para Neo, aguantando las lágrimas de impotencia.

El estratega levantó un poco la mirada y, sin importarle que Romin los estuviera observando divertido, la tomó de la mano. Hicieron un profundo contacto visual y los labios del soldados se alargaron en una tranquilizadora sonrisa.

—La próxima vez el castigo irá directo a ti—la advertencia enfureció a Neo, quien no pudo evitar lanzarle una mirada molesta—. Ahora, prepárate. Irás a ver cómo fusilan a tu padre.

Fire apretó los labios con fuerza y el dolor se instaló en su tórax. Giró el rostro hacia Romin, su sonrisa seguía estando allí, totalmente divertido ante la idea de verla sufrir por culpa de sus acciones. Para él, dañarla era la única forma de mantenerla serena y volverla sumisa.

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