Capítulo 2: Rebeldía.

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No muy lejos de aquella humilde granja, mientras que Fire adoraba las estrellas, Neo deseaba poder borrar los luminosos astros del cielo de una vez por todas.

Los años habían destruido cada una de sus esperanzas y las promesas que alguna vez formuló, seguro de si mismo, se marcharon junto a la libertad que siempre había disfrutado el país. Juno, su joven e inocente aprendiz, le llenó la copa de vino y se sentó en el alfeizar del gran ventanal que decoraba la habitación. La tenue luz de las velas iluminaron el rostro del mayor y su larga cicatriz, que recorría una pequeña parte de su mejilla izquierda, quedó ante la curiosa vista del muchacho.

Los golpes en su adolescencia habían dejado un mapa de severas cicatrices en su pálida piel, la afilada mandíbula que poseía se tensó al escuchar el estruendo de los relámpagos, y su expresión seria cambió a una intranquila.

Odiaba las tormentas.

Aquel fenómeno natural recreaban las imágenes de la masacre real, el fuego volvía a calentar su piel y el tranquilo bebé regresaba a aferrarse a él.

La puerta de su despacho se abrió de par en par y dio paso a la figura del nuevo heredero de Lux. Juno rodó los ojos y giró su rostro hacia el húmedo paisaje del exterior. Por otro lado, Neo bebió un largo trago de vino, armándose de paciencia para soportar otra estúpida sesión de política con el ignorante hombre.

—Las revueltas en el pueblo son cada vez mayores.—Murmuró mientras se acomodaba frente al escritorio del militar.—Mi padre va a darle un toque de atención a los militares, estoy deseando que maten a todos aquellos que se opongan a nosotros.—Rio, sacando de quicio a Neo.

La impotencia siempre se acumulaba en sus venas cada vez que el hijo del dictador abría la boca y, aunque quisiera callarlo, debía actuar como si estuviera totalmente de acuerdo.

Su hermano pequeño, el infante Romin, soltó una carcajada desde la puerta y la molestia del heredero se hizo notable ante los aburridos ojos de ambos estretegas.

—Si no te matan a ti antes—se burló de su consanguineo y, apartandose el rubio cabello del rostro, hizo un breve contacto visual con Neo—. Hablemos fuera.—Le pidió antes de abandonar el despacho.

Juno apretó los labios al notar la confusión de su compañero y suspiró al quedarse solo con el principe Armin.

Neo acompañó a Romin hasta su dormitorio y, una vez allí, el joven le extendió unos papeles que no tardó en analizar. La imagen de varias muchachas aparecieron en su campo visual y frunció el ceño sin comprender al menor. Todas compartían la misma fecha de nacimiento y se mostraban tímidas ante la cámara.

—Sé que no está muerta.—Susurró, alarmando aún más al hombre.

—¿De qué habla, mi señor?—Preguntó e intentó no levantar las sospechas del contrario. Sabía perfectamente a quien se refería, sin embargo, aquel secreto estaba guardado bajo la cerradura de su corazón y no iba a permitir que nadie que no perteneciera a la resistencia encontrara la llave.

—Gwendoline, la última heredera del reino.—Aclaró con una ladina sonrisa decorando sus carnosos labios.

El estratega le devolvió los documentos bruscamente.

—Murió junto a sus padre, ya lo he explicado muchas veces.—Su respuesta no pareció convencer al insistente joven. Quiso marcharse pero Romin atrapó su musculoso brazo antes de que lo hiciera.

—No soy igual de estúpido que mi hermano, tampoco pretendo permitir que la dictadura de mi padre arruine el reino. Por eso, te ruego que me digas su paradero o, si es lo que deseas, tendré que hacerlo a la fuerza.

La amenaza congeló cada una de las extremidades del estratega, abrumándolo de sobremanera. Se fundieron en una fuerte lucha de miradas, Romin se mantuvo imponente, sin miedo a que Neo empleara su increíble fuerza contra él, al fin y al cabo, su familia ya se había encargado de que el atractivo hombre no se rebelase contra ninguno de ellos.

—¿Para qué la quieres? ¿Quieres atentar contra tu propio padre?—Demandó con frialdad.

—Creo que vas captando la idea.

💫

Fire le arrebató la cerveza a Killiam y pegó un trago del amargo líquido mientras se acomodaba al lado de su mejor amigo. El rocío del cesped impregnó sus uniformes escolares y sus risas inundaron el pequeño bosque. El ambiente era frío, aún así, ambos muchachos sentían el intenso calor de la adrenalina.

—Me late el corazón muy rápido.—Informó el esquelético joven, extendió una mano hasta el saco que custodiaba la morena y trató de coger uno de los panecillos que habían robado.

—No sabemos cuantos prisioneros traerán hoy, estúpido. Debe haber suficiente pan para todos.—Fire le dio un suave golpe y le arrebató la comida.

El sonido de varias carretas de caballos los alertó, se levantaron rápidamente y se escondieron tras uno de los anchos robles. La joven puso un dedo sobre sus labios, indicándole a su compañero que se quedase callado. Sus respiraciones se mezclaron con los incesantes quejidos de los esclavos y el sonido de los latigos chocando contra sus magulladas pieles estremeció a Fire, nerviosa por lo que estaba apunto de hacer.

Esperó a que los soldados descendieran por la pequeña colina, una vez que quedaron bajo ellos, corrió hasta otro árbol más cercano y lanzó el pan hasta las hambrientas personas. Uno de los soldados llamó la atención del resto de sus compañeros, buscando con enfado a la causante de aquella lluvia de comida.

—¡Abajo la monarquía!—Gritó ente risas.

Killiam tomó su brazo antes de que disparasen contra el roble y corrieron por el rocoso camino hasta la aldea.

Sus zapatillas deportivas chocaron contra la irregular tierra, tropezándose por culpa del nerviosismo y volviendo a emprender la carrera hasta un lugar seguro. Fire perdió la noción del tiempo tras escuchar un nuevo disparo, llegó hasta la transitada plaza principal y se mezcló entre la multitud, confundiendolos.  Killiam se integró con las demás personas y la perdió de vista. Giró la cabeza varias veces, buscándola desesperadamente, no debían separarse.

La cabeza de la adolescente golpeó contra el fuerte pecho de un hombre y se tambaleó por el choque. Antes de caer al suelo, el adulto sujetó sus brazos y lo impidió. Fire alzó la mirada, temblando por culpa de la adrenalina, y se congeló al reconocer el uniforme militar que portaba. Los ojos grises e incrédulos del soldado le devolvieron la mirada y la analizaron detalladamente hasta detenerse en la gema verde de su collar.

—Gwendoline...—Masculló el adulto, perplejo de volver a ver el último regalo de su difunto padre.

La joven frunció el ceño y, sin comprender absolutamente nada, le regaló una fuerte patada en la espinilla antes de retomar la carrera.

Neo jadeó de dolor, incapaz de moverse ni un centímetro, y observó como el motivo de sus preocupaciones desaparecía por las estrechas calles de la aldea.

Riendo.

Y dejando que el viento revolviera su castaño cabello.

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