Capítulo 4: Origen.

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Neo se sentó frente a la celda de su madre, la humedad del calabozo era agobiante y la tenue luz de la vela que llevaba entre sus manos iluminó el herido y viejo rostro de la mujer. Se quedaron en silencio por unos segundos y el adulto sacó el amuleto de su bolsillo.

—La has encontrado...—La voz de su progenitora sonó ahogada, dando a entender que había estado bastante tiempo sin pronunciar ninguna palabra. Su cuerpo famélico se arrastró hasta las rejas e intentó tomar el colgante, no obstante, Neo se echó hacia atrás y, con un profundo desprecio en los ojos, volvió a meterlo en su chaqueta. -¿Por qué me miras así, hijo?

La pregunta molestó al estratega, pues el odio que sentía hacia la bruja crecía conforme los años transcurrían. Si no hubiera sido por ella, el reino seguiría disfrutando de la misma libertad que había gobernado durante el reinado de los reyes de Lux. Apretó los labios cuando la mano de Galia se posicionó sobre su flexionada rodilla, se apartó con repudio y lanzó el collar de Gwendoline hasta ella.

—Tu eres la culpable. Sabías dónde se encontraba Gwendoline y llenaste su hogar de entes grises.— En el fondo de su corazón deseó que la acusación que acababa de hacer fuera incorrecta, sin embargo, la malévola sonrisa de la bruja le hizo comprender que seguía siendo igual de poderosa aún estando encerrada en prisión.

—Sólo convertí a la madre, el corazón del padre era demasiado humilde como para profanarlo y había algo extraño en el alma de su hermano.—Sus risas estremecieron a Neo, quien volvía a ser víctima de la decepción.—Deberías tener cuidado con este último, los entes me dicen que dará problemas en el futuro.

—Papá estaría decepcionado, ambos jurasteis lealtad a la corona.—Soltó con rabia y se levantó, dispuesto a marcharse de allí. Antes de cruzar el umbral de la puerta, experimentó como una corriente de aire frio le acariciaba la piel.

—Romin no tiene buenas intenciones con ella. Sólo la utilizará para llegar al poder.—Advirtió entre carcajadas. Neo abandonó el calabozo con aquella frase incrustada en su ajetreada cabeza.

Los desesperados gritos de Fire dieron la bienvenida al estratega. Las doncellas corrían de un lado a otro, intentando detenerla y recibiendo empujones de lo que parecía ser un animal salvaje y asustado. Juno, en una esquina del espacioso salón, observaba todo sin saber que hacer y, al captar la confusa presencia de Neo, suspiró con alivio.

—¡Alteza! No le vamos a hacer daño...—Ulan, la más joven de las criadas, la atrapó entre sus brazos y trató de cubrir su cuerpo con una bata de seda. La heredera se alejó y, en medio de su huida, sintió como el hombre que acababa de entrar, la detenía cuidadosamente sujetandola de los hombros.

—Gwendoline, tranquilizate.—Le ordenó y apreció como los ojos verdes de la nombrada se inundaban de confusión.

—¡No soy Gwendoline!—Exclamó enfadada, pasó las manos por su fino camisón y sus mejillas se enrojecieron lijeramente cuando se percató de que estaba semidesnuda. Neo le arrebató la bata a Ulan y la cubrió para que no se sintiera incómoda.

—Ven, acompáñame a la terraza.—Le indicó el de iris gris.

Fire vaciló antes de seguirlo. Conforme caminaba por los largos pasillos, en completo silencio, los recuerdos de la noche anterior aparecieron en su mente como pequeños flashes, volvió a sentir como algo desconocido atavesaba en su tórax, esta vez más suave y leve, y recordó la luz verde que había escapado de su colgante. Se llevó la mano al cuello, buscándolo.

—Mi amuleto... ¿Qué habéis hecho con él?—Demandó y notó como el suave aire del exterior acariciaba su rostro.

El cálido sol iluminaba los muebles blancos del amplio balcón, las enredaderas subían por los ladrillos rojizos de la fachada y el canto de las golondrinas regalaban un aspecto mágico al lugar.

No se dio cuenta de que se había quedado embobada hasta que su atención recayó en la atenta mirada de Neo.

—Estaba maldito.

La heredera levantó una ceja y, apunto de romper en carcajadas, apreció como sobresalía una intensa luz verde desde el pecho del adulto. Esta vez, no sintió ningún tipo de dolor y se quedó atónita cuando la apagó con tan solo un chasqueo de dedos.

—¿Me crees ahora?—Cuestionó y Fire asintió rápidamente.

Neo le regaló una tranquila sonrisa y apoyó los codos en la baranda de mármol que los separaba del jardín. El viento revolvió su cabello negro, la menor no pudo evitar pensar en lo atractivo que era y se sonrojó cuando este volvió a analizarla detenidamente.

Fire se acercó a él e imitó su postura. El vértigo se adueñó de ella cuando llevó su mirada hasta la fuente del jardín, dos cisnes blancos nadaban tranquilamente allí y disfrutaban de la calurosa tarde.

En un repentino instante, el cielo comenzó a oscurecerse y ambos animales se marcharon con rápidez. La joven frunció el ceño por el cambio de temperatura, el frío se instaló en ellos y Neo cambió su expresión tranquila a una más seria.

—Debes ayudarnos, Gwendoline.—Comenzó a hablar.

—Me llamo Fire.—Le corrigió, pero el militar no le prestó atención.

—La monarquía gris está jugando con magia negra y, tarde o temprano, nuestro reino acabará volviéndose más y más oscuro.

—Ve al grano de una vez. ¿Qué tengo que ver en esto?

Neo bufó al escucharla, experimentando como su paciencia comenzaba a agotarse.

—Princesa, deja de protestar y escucha.

—¿Princesa? ¿Por qué me llamáis así? —La desesperación de Fire era tan exasperante que el mayor tuvo que tomar aire antes de seguir.

—Ese colgante sólo lo pueden portar los miembros de la realeza y sus consejeros más fieles.-Explicó.

—Pero... ¡La familia real falleció en un incendio!

—Yo te saqué de allí, Fire.—Esta vez habló con más tranquilidad de forma que pudiera asimilarlo sin ponerse nerviosa. —Te entregué a un miembro de la resistencia y este te buscó un nuevo hogar. Rupert lo sabe todo, pero te lo ha estado ocultando para que vivieras una vida normal.

La joven tuvo que agarrarse a la baranda para no caer de golpe contra el suelo, no sabía si debía creer en él, todo era tan confuso que pensó que se encontraba en un sueño muy profundo y realista.

—¿Y qué necesitas de mi?

—Cuando se enteren de tu paradero, los reyes no dudarán en prometerte con el nuevo heredero, les conviene tranquilizar a los rebeldes del norte para que su hijo reine tranquilamente y ellos adoran a la antigua monarquía —Neo prosiguió—. El infante Romin quiere establecer una democracia, pero para ello, necesita asesinar a su hermano cuando lo proclamen rey. Y te necesitamos, Fire.

Te necesitamos.

El estratega clavó su mirada en la heredera, quien no se atrevía a decir nada más. Esperó a una respuesta, pero sólo recibió un débil asentimiento de cabeza.

Fire, en medio de sus confusos y desordanados pensamientos, aceptó. Si aquella era la única manera de que reinase la paz, no dudaría en ayudarlos. Además algo muy profundo en su alma, mágico e inexplicable, le prometió que todo valdría la pena.

Inside the FlamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora