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Rusia estaba bailando por dentro. Alemania le había mandado un mensaje. No era muy largo ni muy interesante, pero un mensaje era un mensaje y al menos era algo. 

En realidad, aquel famoso mensaje era un simple "hola", el cual dejaba mucho que desear, pero no se quejaba. Hacía mucho tiempo que Alemania y él no hablaban por mensaje, ya que siempre lo hacían en persona. Entonces, mientras él estaba preguntándose qué responderle, le llegó otro mensaje. Esta vez era de México. El mexicano le proponía quedar en algún lado para pasar el rato, y entonces, Rusia consideró muy seriamente si aceptar o no. Si Alemania le proponía lo mismo, tenía clarísimo que se lo iba a aceptar a él y no al mexicano, pero si no era así, entonces quizá sí le convendría aceptarle a México, ya que estaba demasiado aburrido en casa, sin nada que hacer.

Al final optó por responderle al alemán y dejar a México en una pequeña espera.

Rusia: Hola,  ¿Pasa algo?

Alemania: No, sólo quiero hablar con alguien. Estoy aburrido.

Rusia sonrió para sus adentros. Le hacía mucha ilusión que el alemán le hubiera elegido a él para hablar, así que tenía que aprovechar la situación al máximo y comportarse como una persona más normal de lo que en realidad era. 

Rusia: ¿Te apetece quedar en algún sitio?

Su corazón se aceleró al mandar el mensaje. Igual se había precipitado un poco al ser tan directo, pero ya no había vuelta atrás. Leyó que Alemania estaba escribiendo y deseó con todas sus fuerzas que no se hubiera tomado a mal la propuesta. 

Pero por suerte, no dio signos de haberlo hecho. Todo lo contrario.

Alemania: Me parece bien. Mi padre está muy agobiado y no deja de desahogarse conmigo, estoy harto de oírle.

Rusia: ¿Quedamos en la cafetería de al lado de la casa de ONU?

Alemania: ¡Hecho! ¡Nos vemos en veinte minutos!

Rusia se levantó corriendo del sofá a toda prisa. Ya tenía un plan para la tarde, ¡Un plan maravilloso junto a Alemania! 

Se dirigió todo lo rápido que pudo hasta su habitación y allí abrió su armario con desesperación. Tenía que ir bien vestido, pero tampoco elegantísimo como si fuera una cena con la reina de Inglaterra. Y tenía muchísima ropa, pero, por alguna razón, no le convencía nada de lo que tenía en su armario. 

Tras mucho buscar y mucho pensar, se decantó por una simple camiseta que el propio Alemania le había regalado por su cumpleaños (tenía que demostrar que le encantaba y que sí se la ponía), junto con un vaquero largo y, por primera vez en mucho tiempo, dejó su ushanka en casa. Se veía muy raro sin ella, pero ese día, a pesar de estar en otoño, hacía especial calor, así que no pensaba derretirse en la calle sólo para verse mejor. 

Esperó varios minutos, en los que trató de tranquilizar sus nervios y su euforia.

Cuando creyó conveniente, se despidió de su padre, sin darle tiempo a preguntarle nada a su hijo, y corrió (literalmente) hasta la cafetería. No es que llegara tarde, simplemente los nervios le impedían andar despacio. 

Llegó a la cafetería-pastelería, y observó el toldo de tonos pastel que había en la entrada. Luego entró dentro del edificio. Allí dentro hacía algo más de aire. El local era precioso. Había mesas y sillas decoradas, junto con un mostrador con pasteles y demás, y otro con distintos tipos de café y hasta helados. Y lo peor es que no estaba casi llena.

De todos modos, decidió que sería mejor sentarse fuera, ya que el aire de dentro sentaba bien al principio, pero luego comenzaba a ser algo más frío de lo que cualquiera pensaría. 

Se sentó en una de las mesas de fuera, bajo un toldo que los del local habían puesto para que las mesas estuvieran a la sombra, y esperó, mirando por todos lados y tratando de visualizar a Alemania.

Y el chico, como no, se plantó allí a en punto exactas. Rusia no comprendía cómo el alemán lograba ser tan puntual, pero el caso es que estaba allí a la hora acordada. Sonrió y se levantó para saludarle, mientras Alemania también sonreía. Parecía alegre de verle.

Se sentaron en la mesa, y Alemania se vio obligado a ser él quien comenzara con la conversación, dado que el ruso estaba demasiado nervioso y se notaba.

—¿Qué te regalaron por el Enemigo Invisible?—Habló Alemania, mientras miraba la carta con pasteles, cafés, helados e infusiones. 

—USA... Bueno, me regaló una muñeca, una tiara y un tutú fosforito, ¿Y a ti?—Respondió Rusia, con una sonrisa, mientras Alemania reía. 

—Tampoco algo muy distinto: una agenda rosa y con purpurina y flecos, junto con un cuadro completamente de color negro. Su maravilloso autor es México. Y... ¿Cómo sigues vivo? ¿No te mató Italia cuando vio sus regalos?

—Ni yo lo sé, no me lo preguntes. Y... ¿Qué le pasa a tu padre? Decías que estaba agobiado o algo así—preguntó Rusia, alzando una ceja. Alemania se puso serio de pronto y bajó un poco la cabeza.

—Bueno, ya sabes... Tiene mucho trabajo y además, sus recuerdos de la infancia y de hace unos años no le dejan dormir—respondió Alemania. Rusia comprendía cómo se sentía. Él revivía demasiadas veces aquellos momentos en los que aquellos abusones le pegaban y se burlaban de él cuando era pequeño, entre otras muchas cosas.

Rusia le obligó a mirarle a los ojos y le sonrió para consolarle.

—No te preocupes, se acostumbrará, o bien se le pasará.—Aquello animó un poco más a su amigo, pero el alemán seguía algo preocupado por su padre. No le gustaba verle así de estresado y en aquel estado. 

Se quedaron mirando, sin poder apartar la vista, y entonces Rusia supo que aquel era el momento. No podía desperdiciarlo de ninguna forma. Así que se acercó poco a poco a Alemania, quien no apartó la cara. No sabía cuáles eran las intenciones del ruso con aquello.

Se quedaron ya más cerca, y Rusia estaba a punto de dar el último paso, cuando...

—¡Rusia, wey!


Rusia y sus cinco pretendientes ❀ ~ Rusia x Alemania ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora