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—Papá, me voy—informó Rusia, mientras abría la puerta. Cerró en seguida y se fue corriendo antes de que a su padre se le ocurriera comenzar a preguntar adónde iba, con quién, a qué, y demás preguntas estúpidas. 

Corrió con su regalo metido en una caja, y la caja, en una bolsa, y llegó hasta el parque donde hacía dos días habían quedado para sacar los papelitos. Aquella vez no llegaba tarde, pero corría igualmente porque estaba emocionado. Estaba ansioso por ver la reacción de Italia al ver sus regalos.

—¡Ey, Rusia! ¡Ya sólo falta Francia por llegar!—Anunció México, mientras observaba cómo el ruso se paraba a descansar. Se sentía como si hubiera corrido los cien metros lisos. Alemania se sentó a su lado, en el banco, y sonrió.

—¿Crees que a tu enemigo invisible le gustarán los regalos?—Preguntó, mientras observaba la caja en la que el ruso guardaba los regalos para Italia.

—No—respondió Rusia, con total sinceridad.—Pero de eso se trata, ¿No? De que la otra persona te quiera tirar por un puente al recibir los regalos. Despídete de mí, me va a matar. Y más en cuanto vea que los regalos, además de ser horribles, no tienen ninguna utilidad.

—Aún no me creo que le compraras eso—se rio Alemania, mientras Rusia ya se recuperaba casi del todo. A pesar de que no había dicho el nombre del objeto, ambos sabían perfectamente a qué se referían con eso. Se trataba de un regalo verdaderamente inútil. Italia, por mucho que lo intentara, JAMÁS podría utilizarlo para nada. Y Rusia tampoco sabía si se iba a molestar en buscarle uso.

Estuvieron durante varios minutos hablando, hasta que llegó Francia y entonces todos se reunieron. A Rusia le dio un poco de pena que tuviera que dejar de hablar. Por fin estaba consiguiendo mantener una conversación medianamente normal con el alemán. 

—Vale, ahora nos entregaremos los regalos. Está prohibido abrirlos hasta que lleguéis a casa.  Una vez allí, lo podréis abrir, ¿Entendido?—Habló México. Ninguno puso ninguna queja ni preguntó, así que el mexicano dio unas palmadas y entonces comenzaron a entregarse los regalos unos a otros.

Italia le lanzó una mirada asesina y sospechosa a la vez en cuanto Rusia le entregó su bolsa. Saltaba a la vista que no se fiaba nada de él. 

Por otra parte, USA era el que le había hecho el regalo a Rusia. El ruso sonrió y se lo agradeció, aunque en el fondo sabía que su regalo, como todos los demás, iba a ser algo inútil u horrible, que no le gustara. USA también sonrió y se acercó para darle un beso, pero, por suerte, Portugal interrumpió todo aquel jaleo que se había formado, lo cual obligó a USA  a separarse y a prestarle atención.

—¡Vale, de acuerdo! ¡Ahora que todos hemos recibido el regalo que nos toca, es hora de volver a casa!—No hizo falta más. Todos estaban ilusionados por abrir los regalos, a pesar de que sabían que no les iban a gustar en absoluto, pero igualmente tenían curiosidad.

(...)

—Qué pronto has llegado—dijo URSS, al verle entrar por la puerta. Rusia asintió y tras saludarle con un beso en la mejilla, se fue directo a su habitación.

Después de cambiarse de ropa para estar más cómodo por casa, se sentó sobre su cama, con las piernas cruzadas, y sacó la caja de la bolsa. Como no podía ser de otra forma, en la parte de arriba de la caja había un corazón rojo pegado, con su nombre. A Rusia no le sorprendió en absoluto. Era USA, al fin y al cabo.

Abrió la caja y cuando lo hizo no sabía si reír o llorar. 

Dentro había una tiara de diamantes falsos y rosas, a lo princesa de Disney, que debía de ser para niñas de cinco o seis años.

Con un poco de suerte se lo podré dar a Bielorrusia, pensó. Aunque a su hermana nunca le habían gustado demasiado las princesas, así que optó por quedársela. 

Lo siguiente fue una muñeca Barbie. Rusia se sintió hasta ofendido con aquel regalo. Y se juró a sí mismo que cuando volviera a ver a USA le tiraría la muñeca a la cabeza a ver si le mataba. Dejando de lado aquellos dos regalos cursis, se encontró, por último, con una falda de millones de colores fosforitos. 

Hacía daño a la vista.

¿Y ahora dónde la guardaba? 

En el armario imposible. No quería que por algún caso su padre o alguno de sus hermanos abrieran su armario y vieran una falda ahí puesta. Y tampoco pensaba usarla, obviamente, así que decidió devolver todos los regalos a la caja y esconderla en el fondo del armario. Así sería más difícil que alguien la encontrara. 

Entonces decidió llamar a Italia. Necesitaba saber si su amigo quería seguir hablándole o no después de ver el interior de la caja. Así que cogió su móvil y marcó el número de teléfono del italiano. Tras varios segundos de espera, Italia aceptó su llamada, pero no dijo nada.

—¿Italia?—Habló Rusia, con una sonrisa divertida.

—...

—¿Te gustaron mis regalos?—Preguntó el ruso. Oyó cómo Italia soltaba un suspiro de paciencia.

—... Rusia. Necesito que me respondas a una pregunta y te voy a hablar muy seriamente.—Una pausa.—¿Por qué narices me has regalado un marco con la foto de Argentina? ¿Por qué narices me has regalado una funda de móvil con la bandera de Argentina? ¿Por qué narices me has regalado unas uñas postizas para niñas de diez años?

Rusia no pudo evitar una risa. Pero el italiano no se reía ni siquiera un poco. Parecía enfadado. Luego siguió hablando.

—Pero, sobre todo, ¡¿POR QUÉ NARICES ME HAS REGALADO COMPRESAS?!—Chilló Italia, desde el otro lado de la línea. Eso ya no pudo con Rusia. Italia escuchaba cómo se reía a más no poder.—Te parecerá gracioso, ¿no? Pues espero que también te parezca gracioso que vaya a tu casa y te haga tragar todas las compresas que me has regalado, desgraciado. Porque es lo que voy a hacer, te lo juro. 

Rusia y sus cinco pretendientes ❀ ~ Rusia x Alemania ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora