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La alarma de mi reloj despertador sonó, frunzo el ceño al escucharlo, cansado lo apago, me da la extraña sensación de que no había tenido nada de vacaciones por la estúpida escuela de verano, ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?

Me levanto y me alisto para irme a la escuela, el primer día siempre es el más duro, mi abuelo me saluda con una sonrisa ya teniéndome el desayuno, solo vivo con el puesto a que mis padres habían muerto, es una dicha porque puedo hacer prácticamente lo que quiera, pero una desdicha por el mismo motivo, podría traer a una enorme cantidad de chicas a mi habitación y él no se enteraría.

-Buenos días abuelo – le comento con una sonrisa.

-Buenos días hijo – me responde – te noto cansado, si tan solo fueras a un psicólogo para ese problema que tienes.

Excepto cuando hablamos de aquel tema en cuestión, suelo tener un índice promedio, uno que alcanza lo normal a niveles ridículos, pero existe una clase que siempre suele atormentarme desde que estaba en primaria, y es matemáticas.

-¡No necesito un psicólogo para eso! – le reprocho, esa es mi única clase problema, el resto de las clases son fáciles para mí, pero cualquier cosa que tenga que ver con números me estresa, siempre me ha obligado a ir a las clases de verano reponiéndola.

-Si continuas reprobando no podrás ir a la universidad – terminó la conversación sentándose en su silla y tomando un periódico, sabía que así era como terminaba todo, no me escucharía si continuaba hablando mientras se ponía a leer su adorado periódico, aunque en eso tenía razón.

Desayuno, y de inmediato salgo corriendo para allá, estoy en ultimo de preparatoria, mi abuelo comenta que tengo aquel dichoso problema por la única razón de que mis profesores de matemáticas siempre han sido terribles, me han humillado, me han dicho cosas como: ''si no ponen atención reprobaran la clase'' o ''los que pasen la clase son más inteligentes que el resto así que los felicito''

No es broma lo último, lo juro.

Y si vuelvo a reprobar iré a la escuela de verano siendo incapaz de hacer un examen de admisión a la universidad que quiero, todo eso va de mal en peor.

-Luces como que no has dormido nada – me comenta Megumi, mi único amigo en aquel martirio, si tiene un nombre de niña, es bastante serio y buen amigo, lo conozco desde que éramos pequeños y a él le hacían bullyn por el nombre, yo solía defenderlo y desde allí nos hicimos buenos amigos.

-¿Qué hiciste todo el verano? – le comenté con una sonrisa dándole la mano.

-Tengo muchas cosas que he de contarte – me comentó mostrándome una sonrisa como que había hecho lo más increíble del mundo, pero apuesto a que solo se quedó viendo animes en la televisión.

Nos fuimos al salón, nuestra primera clase era lengua, no le tomaba mucha importancia se me hacía bien aquella clase.

-Me imagino que tu estuviste en clases de matemáticas durante todo el verano – Megumi se rio de mí.

-Y tú no hiciste nada, te has de ver quedado viendo películas – le devolví el golpe.

-Eso no te interesa – fingió haberse herido por el comentario – por cierto ¿Por qué se te dan tan mal los números?

No le respondí solo recordaba los viejos amargados y enojados con la vida por nunca haber visitado las playas de Miami y que se desquitaban con nosotros por la pésima vida que habían tenido. Ahora que lo pienso bien, si podría ser un trauma de la infancia, los malos recuerdos que tengo de los números no son por ellos, son por los profesores y los demás estudiantes que solían humillarme cada vez que preguntaba algo.

-Pues, suerte en nuestra primera clase de matemáticas de este año – comencé a sudar frio, pensé en esos momentos imaginándome a mi profesor o profesora, ¿una gorda? ¿Una vieja con canas que ni siquiera escucha? ¿Un señor amargado de una mediana edad que no explica y que suele ver revistas para adultos sobre su escritorio?

Creo que tengo mucha imaginación, pero en verdad, pueda que aquello sea un trauma causado por ellos, y después de almuerzo seria aquella tortuosa hora, preferiría cortarme las orejas y los ojos antes de ir a aquella clase, pero el único que me impedía hacer todas esas estupidez era mi abuelo, tenía que estudiar, el no estaría aquí siempre.

Así que con todos los nervios del mundo después del almuerzo me mentalice en qué clase de martirio sufriría ahora, todos estábamos expectantes de que el apareciera por esa puerta. Ya nos habían confirmado que era hombre.

-Itadori si quieres pongo música de inframundo – yo fruncí el ceño ante lo que acababa de escuchar, pero después sonreí.

-No es una mala idea.

Pero cuál fue mi sorpresa cuando la puerta corrediza se abrió entrando un hombre de unos 25 años, su piel era pálida, sus ojos eran azules como el cielo y su cabello era blanco, elegante con un maletín en sus manos, sin duda alguna, el hombre más atractivo que jamás había visto, creo que no fui el único que lo pensó, en el salón se hizo un silencio sepulcral, podrías escuchar el sonido de un alfiler.

-Buenos días soy su nuevo profesor de matemáticas, mi nombre es Satoru Gojo – sonrió, seguramente había revivido a 10 gatitos solo con sonreír, y aunque no mirara a las chicas sabía perfectamente lo que pensaban.

-Creo que si estas en problemas – me susurró Megumi y sus bromas en momentos así, no respondí, no le podía quitar los ojos de encima.

Enamorado de mi profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora