Capítulo VII : Manos con sangre

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"Los monstruos son reales y los fantasmas también. Viven dentro de nosotros y algunas veces ellos son los que ganan".

—Stephen King.


A veces la mente tiende a bloquear aquello que nos puede hacer daño. Nos hace olvidar o simplemente se apaga, todo con el fin de protegernos de algún trauma. En mi caso, en un abrir y cerrar de ojos mi mente se nubló por la rabia. Tras volver en mí, yacían bajo mis pies los cuerpos de cuatro chicos, manchados con sangre, junto con el piso y las paredes. Peor aún, en mis manos manchadas se podía evidenciar mi crimen.

Jadeante, solo observé absorto a los cadáveres ensangrentados. Sus rostros carecían por completo de figura, ahora eran una masa indistinguible de cortes y sangre. Sus atuendos habían perdido sus colores originales y ahora estaban manchados con el carmesí que se derramaba de ellos mismos, entremezclados en un manto rojo oscuro que lo cubría todo.

Al final del salón colgaba un espejo roto. En él se alcanzaba a reflejar una bestia vil, con los ojos centellantes como brasas ardientes y la boca cubierta de sangre. Sus manos, antes usadas para crear, ahora estaban manchadas hasta la muñeca por el crimen de haber arrebatado cuatro vidas al mismo tiempo, con brutalidad y saña.

Yo sabía muy bien que tarde o temprano tenía que quitarle la vida a alguien para poder saciar la sed mortal y eterna. Pero hacerlo así, solo por un arrebato de rabia y locura, no era como quería hacerlo. En el reflejo distorsionado de aquel espejo roto veía a aquel monstruo que casi me mata cruelmente. Era claro que entre él y yo ya no había diferencia. Ambos éramos seres despreciables que robaban la vida de otros por simple capricho.

Sentí como la puerta se abrió lentamente. Estaba de espalda a ella, pero aun así sabía quién era. No me sentía capaz de mirarle la cara. Me daba vergüenza y remordimiento estrujaban mi corazón con tanta fuerza, que sentía como si en cualquier momento estallaría por la pena.

Mi salvador no dijo nada. Solo se acercó en silencio y posó su mano sobre mi hombro derecho. Aunque estuviese helada, fue el gesto más cálido que había sentido desde hacía mucho tiempo. Quería llorar, pero nada salía. Ni una sola lágrima.

—Dan... ven conmigo —habló por fin, en tono bajo y calmo. Yo obedecí y sin voltear hacia los cadáveres, salimos de la casa por la parte trasera.

Chris se adelantó unos pasos y se sentó en un largo y viejo columpio que colgaba de un árbol gigante y antiguo. Hizo un gesto para que me sentara a su lado.

—Chris, yo no quería... —ni siquiera era capaz de decir mi acto fútil—. Me dejé dominar por la rabia. Soy un monstruo.

—Sí, lo eres —dijo con sequedad, sin mirarme a la cara. Él por su parte solo observaba hacia el cielo—. Eres una bestia sanguinaria que asesina por diversión. Un monstruo desalmado que no le importa en lo más mínimo la vida humana.

Aunque esas palabras fuesen tan filosas como hojillas, no podía quejarme. Era totalmente cierto lo que decía.

—Así te verá el mundo —continuó, pero está vez mirándome fijamente—. Aun cuando nunca hayas matado a alguien, todos te verán como tal. Así que no importa si has o no asesinado. De igual forma no hará diferencia en la forma como el mundo te mira —ciertamente tenía razón. Pero aun así no podía soportar el arrepentimiento en mi pecho—. Tienes que aprender a vivir con tus crímenes. Mantendrás en tu espalda el peso de ello por el resto de tu existencia. Pero es tu decisión si te dejas o no aplastar por ellos.

Sus palabras, calmas y sencillas bastaban para calmar un poco mi agitación. A pesar de la oscuridad de la noche, ese rostro de aspecto rudo me parecía hermoso en una forma más allá de lo físico. Cuando lo vi por primera vez, pensé que se trataba de alguien insensible y cruel, pero con el poco tiempo que he estado con él, esa apariencia diverge completamente de su personalidad amable y comprensiva. A pesar de mantenerse oculta con la simplicidad y calma de sus acciones.

El pintor de los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora