En voz de Christopher
"La ira lleva a los mortales a incurrir en los peores males".
—Eurípides.Unas horas antes
«Odio»; muchos no son capaces de discernir cuan profunda es esa palabra. Ni siquiera yo, que había odiado antes, era capaz soportar lo que en ese instante sodomizaba a mi oscuro corazón. El dolor y la rabia eran el carburante, mientras que mi deseo de venganza era mi motor. Pobre alma de aquel que se cruzara por mi camino, ya que recibiría de lleno todo el golpe de mi odio y venganza.
Pensaba que después de lo de Salazar, nunca más sería dominado por la furia, pero me equivocaba. Ni siquiera arrancar el corazón de aquella miserable mujer con mis propias manos había calmado mi ira. Escucharla reírse como una maniática, mientras sostenía en mi mano su aun palpitante corazón, solo acrecentó mis ganas de destruirlo todo. En un arrebato de ciega locura destrocé su cuerpo hasta reducirlo a pedazos amorfos, que luego los carroñeros del bosque harían desaparecer hasta que no quedara nada de su nefasta existencia. Luego entré a la casa como una fiera desquiciada, presa de la desesperación. Mis ojos se encontraron con aquellas pinturas esparcidas en el suelo, no pude evitar caer de rodillas y gritar hacia la nada, mientras sostenía entre mis manos esos trozos de papel que aun poseían la esencia de mi amado.
Su olor todavía estaba impregnado en esos dibujos erráticos, formados por sus sueños fragmentados y visiones futuras; ni siquiera en ellos era capaz de vislumbrar una esperanza más allá del dolor por su muerte. En vez de darme algo de serenidad, solo incrementaron el caos que había en mi pecho. Deseaba profundamente morir, solo para volver a estar con él y sentir la calidez que me brindaba su alma.
Me encaminé hacia afuera y me adentré al bosque, lejos de esa casa llena de fragancias que me recordaban esos bellos momentos que pasé con mi Dan. Ese dulce aroma ahora solo envenenaba mi funesta existencia. Los susurros de las memorias que no me perdonaba, no dejaban de repetirse una y otra vez, como un bucle infinito. Pensar en lo que pudo ser y en lo que pude haber hecho para evitar la desgracia, solo incrementaba la amargura y el odio hacia mí mismo.
Me detuve bajo el sol abrazador, deseando profundamente que ese mismo sol me redujera a cenizas y acabara con mi agonía. Pero la maldición sobre mi me privaba de ese anhelo. Miré mis manos aun ensangrentadas y recordé el tacto suave de su piel blanca. Terminé cayendo de rodillas, sollozando sin lágrimas y abrazándome a mí mismo.
—¡Quieto, vampiro! —aparecieron varios hombres de repente. Ni siquiera me había percatado de sus presencias miserables—. No se acerquen a él, recuerden lo que nos dijo Boris.
"Boris... ese hombre" —pensé para mí mismo, mientras que un calor se extendía desde lo más profundo de mi ser. Él era el responsable de mi pena y si yo llegaba a morir, sería con su corazón palpitante en mi mano, tal como a esa despreciable mujer—. ¿Ustedes fueron enviados por Boris?
Todos los presentes parecieron estremecerse tras mi pregunta. Lentamente me puse de pie y miré fijamente al que estaba delante de mí. Pude ver su nerviosismo en la forma que su ballesta temblaba.
—¡Q-quieto! —balbuceó luego que di un paso hacia él. Volvió a repetir lo mismo a mi segundo paso. Pero al tercero disparó su arma, dándome en un costado con su flecha bendita. Miré la herida sangrante, pero no sentí nada.
De un tirón la arranqué, como quien se saca una minúscula espina en el pie. Todos esos cazadores se alejaron de mí inmediatamente. Estaban muy lejos como para usar mi habilidad de torturar la mente. Pero por suerte o desdicha, mi virtud no solo se limitaba en eso y a resistir el sol.
Observé mi espesa sangre, más negra que roja. Emitía un olor nauseabundo, evidenciando la podredumbre de mi existencia y cuan corrupto era mí ser. Miré al hombre que estaba frente a mí, el que me había causado la herida que ahora sangraba. Él titubeó al encontrarse nuestras miradas, ni siquiera tenía que agudizar mi olfato para percibir su peste a miedo. En un movimiento rápido salpiqué su rostro con mi sangre e inmediatamente soltó un alarido de dolor. Mi sangre, ácida y nefasta, quemaba al contacto cuando yo lo quería. Derretía la piel como el aceite hirviendo y cuando ésta se caía, continuaba desintegrándolo todo. Otra de mis virtudes robadas durante los siglos de destrucción y muerte.
Aprovechándome del alboroto, me moví con rapidez entre los cazadores. Evitado sus armas, fui acabándolos uno por uno. Eran tan débiles, que ni siquiera parecían verdaderos cazadores. Dejé por ultimo al que gritaba a causa de mi sangre ácida. Mientras más intentaba limpiarse mi veneno, más piel se arrancaba y más sangre y tejido de su rostro se escurría de entre sus dedos temblorosos.
—¿Donde está Boris? —le pregunté, tomándolo del cuello y disminuyendo el poder de mis sangre ácida en su cara para que el dolor disminuyese un poco y me dijera lo que yo quería.
—¡É-Él está en las ruinas del antiguo monasterio...! ¡D-dijo que lo encontráramos allá cuando termináramos contigo! —aseguró temblando y jadeando a causa de la presión que hacía en su cuello—. ¡P-por favor... n-no me mate...!
Antes que culminara sus últimas palabras de súplica, hice que su frágil cuello crujiera como una rama que cede ante la presión. Luego lo dejé caer, como si de la peor escoria se tratase. Ya sabía dónde estaba ese desgraciado que me había arrebatado a lo que yo más quería. Su sangre tal vez saciaría mi ira, o sería él quien daría fin a mi existencia vacía y carente de sentido. Por detrás del cólera que me carcomía, se ocultaba esa última esperanza, ya que al menos muriendo acabaría con la cadena de odio y sufrimiento y por un breve momento mi vida tendría algún sentido.
Andando entre la arboleda solo pensaba en una cosa: matar. Era mi único escape ante la culpa que me azotaba cruelmente y también la forma más fácil de ignorar el inmenso dolor.
Poco a poco, las sombras del bosque crecían y sumían todo en la negrura de un abismo, cuna de horrores y hogar de monstruos, incluyéndome; yo, un ser que arrebata vidas e ignora a la muerte, un morador entre la existencia y la no existencia, un paria entre demonios; encontraba regocijo en la penumbra. Pero por más cómodo que me sintiese, todo carecía de valor si aquel que me envolvía con su tenue luz ya no estaba para acobijar mi alma maldita. En su lugar, demonios susurraban ideas pérfidas que alimentaban más mi odio.
A lo lejos vi una tenue luz naranja escaparse del interior de las ruinas que había indicado aquel cazador. Inclusive mucho más antiguas que yo, la mayoría de las rocas con las que fue erigido se lograban mantener a pesar del paso inclemente del tiempo. Proveniente de una época ancestral, su terreno era más sagrado que cualquier otra iglesia de la región. Aun cuando se tratasen de ruinas a punto de perderse en el tiempo, los siglos de rezos, cánticos, bendiciones y exorcismos hicieron que solo mirarlas a lo lejos incomodase hasta al más resistente de los vampiros. Pisar su suelo iba a ser mucho peor que la vez en la iglesia ruinosa. Pero no me importaba, el odio y la rabia suprimían la incomodidad que causaba ese lugar.
Mientras más me acercaba, más podía sentir la fría muerte tras de mí, asechándome como lo hace un buitre hambriento en la espera del final de un animal moribundo. Pero no me importaba ella, ni tampoco Boris, ni siquiera el propio Dan. Mi mente había llegado a un punto gris, incapaz de discernir entre la vida y la muerte. Solo había un odio sin rostro y una sed de sangre que deseaba cubrirlo todo con un manto carmín.
Sentí una fuerte descarga eléctrica recorrer mi cuerpo tras atreverme a pisar el interior de ese monasterio ruinoso. Gracias a ello pude regresar en mí y contemplar ese lugar santo. En cada bloque de piedra gris había velas que iluminaban todo el lugar. No había techo, por lo que la luz naranja de esas velas y la espesa oscuridad de la noche competían por el control de esas ruinas. En medio de todo estaba el causante y origen de mis penas; dándome la espalda y con aire calmo, como si esperase la visita de un cordial amigo en vez de su peor enemigo. Eso solo me enfurecía más.
—Veo que mi plan de atraerte hasta aquí funcionó perfectamente, a pesar de habérseme ocurrido a último momento —dijo él, con un tono calmo que escondía una emoción desbocada—. Fue lo único en lo que pude pensar al saber que mataste a mi compañera. Maldito vampiro, ella será lo último que te atreverás a quitarme.
De repente se giró, dejando a la vista una ballesta que me apuntaba con una saeta de plata bendecida. También llevaba un sable envainado en su cintura y cuchillos cuyos brillos platinados se asomaban fútilmente de su chaqueta de cuero negro.
—Oh, ¿entonces tu plan también incluía mandar a esos ineptos a morir? —inquirí con malicia. Mis puños temblaban por la furia contenida, pero la influencia del lugar poco a poco me debilitaba.
—Como dijiste, eran ineptos sin valor que solo sirvieron como sacrificio para un bien mayor. Los envié para que supieras donde estaba, nada más. Lo que hiciste con ellos no me importa —aseguró sin titubear. Para alguien que dice ser defensor de la vida, sus acciones no lo diferenciaban de un monstruo como yo—. Ahora...
Sin previo aviso disparó su ballesta. Apenas y logré apartarme de la trayectoria de esa flecha. Obviamente estaba en una situación peor que la de antes en la iglesia. Tras su acto me abalancé sobre él, tratando de no darle tiempo de recargar su arma. Hice crecer mis garras y lancé un zarpazo directo a su cuello, pero en vez de sentir el calor de su sangre en mis dedos, me vi cayendo pesadamente al suelo. Luego, un ardor a lo largo de mi pecho hizo que dirigiera mi vista a ese lugar. Había un corte horizontal del que comenzaba a brotar sangre.
—No morirás por eso, vampiro asqueroso. Esta vez no usé veneno, prefiero arrancarte la vida con mi propia fuerza —aseguró, luego pateó mi rostro con tanta fuerza que me hizo arrastrarme por la tierra—. Sabes, Charlotte me dijo una vez que para disfrutar matando a mi enemigo, primero tenía que calmarme y no dejar que otras emociones me dominasen. Tenía razón, no sabes cuánto estoy disfrutando este momento.
Intenté ponerme de pie, pero al estar de rodillas sentí como Boris me clavaba una daga en mi pierna. Solté un fuerte alarido y por acto reflejo lancé un zarpazo a ciegas. Sin darme cuenta una de mis garras hizo un corte en su brazo, haciendo que retrocediera. Rápidamente tomé el arma y sin titubear la saqué de un tirón de mi pierna. Esta vez no hubo gritos dolorosos, la ira funcionaba como anestesia y minimizaba el dolor. Me puse de pie y volví a acercarme a él a toda velocidad, la cual ni siquiera superaba a la de un humano normal. Sentí una inmensa presión en mi estomago, tan fuerte que sentí como todas mis costillas crujieron fuertemente. Luego, no conforme con eso, tomó otro cuchillo y lo clavó entero sin piedad en mi hombro.
Grité, como lo hacía un animal feroz al ser apuñalado con la lanza del cazador. Luego mi rostro se volteó a la derecha luego de un puñetazo, alcancé a ver un resplandor en sus puños, llevaba puestos unos nudillos de metal, todo era para hacerme sufrir de todas las maneras. Pero el dolor físico es efímero, ya que cuando el cuerpo se acostumbra a él, uno termina ignorándolo y en algunos casos hasta agrado se le toma.
—Me decepcionas —dijo él jadeando, deteniendo sus golpes para hablar. Escupí a un lado sangre y restos de carne que con cada golpe se desprendía de mi boca—. Perdiste eso que te hacía especial, esa frialdad que superaba hasta los de tu misma clase. Mi venganza era contra aquel vampiro desalmado que mataba sin miramientos. Ese mocoso te arruinó, te volvió débil y patético. Ya ni vale la pena continuar con este show, si no te vas a resistir.
—C-cuando vine hasta aquí, solo quería matarte... P-pero con cada golpe que me dabas, descubrí que el odio y la venganza que sentía solo ocultaban mi real deseo de terminar con mi nefasta existencia —y así, arrodillado enfrente de él, extendí mis brazos hacia los lados como aquel que ruega a Dios por la salvación—. S-solo tú me liberarás de esta vida decadente sin mi amado. Así que termina con esto, destruye a la cruel bestia que te quitó a tu hermano y a tus otros compañeros. Que tu venganza sea mi salvación.
Él chasqueó su lengua y tras un gesto lleno de ira me golpeó justo en el pecho. Luego, estando yo bocarriba, se posicionó a un lado de mí y desenvainó su sable plateado.
—Eres un bastardo ¡Tú no tienes derecho a amar, vampiro! —alzó su arma, preparándose para cortarme la cabeza de un tajo—. ¡Ningún monstruo lo tiene!
Tras un suspiro de consuelo, cerré los ojos y sonreí. Volvería a ver a mi Dan, y no me importaba si tenía que ir a lo profundo del infierno para lograrlo. Él me esperaría allí, de eso estaba seguro.Tercer capítulo de la tanda. Quiero saber que opinan de este capítulo ya que para mí fue bastante intenso escribirlo.
Ya finalicé este libro, peeeero no lo subiré todo de una vez. Quiero dejar la intriga :3
Así que sean pacientes, estén atentos y nos leemos en el próximo capítulo.
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El pintor de los malditos
VampireDesde muy joven Dan siempre quiso ser un pintor reconocido. Nunca vio otra cosa que no fuesen lienzos, pinceles y pintura en su futuro, y para bien o para mal, mostró un increíble talento que lo sentenció a transitar por ese rumbo, aun cuando todos...