Capítulo XVII: Dulce violencia

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En voz de Christopher

"No hay esperanza duradera en la violencia, sólo un alivio temporal de la desesperanza".

Kingman Brewster, Jr.


Corría y corría, sin temor a nada ni a nadie. Solo deseaba llegar a mi destino antes que fuese demasiado tarde. Maldita la muerte, empeñada en arrebatarme a mi querido Dan. No podía perderlo, no a él.

Después de todo, no había alcanzado a decirle cuán importante era para mí. Su presencia iba mucho más allá que una simple calma. Gracias a él, mi vida adquirió un motivo puro y bello. Su sola presencia llenaba mis carencias y su bella sonrisa aceleraba mi corazón.

No me creía merecedor de tal bendición, ya que yo solo me había dedicado a asesinar por ordenes de otros, despiadado y cruelmente eficaz. Nunca titubeé en arrebatarle la vida a humanos y vampiros. Los cazaba como si fuese un deporte, o peor, un estilo de vida.

Temía que mi actos impuros alejaran a Dan de mi; que me repudiara y odiara por asesinar simplemente porque si. Pero tal parecía que mi silencio fue la roca que desató la calamidad. Me odiaba a mí mismo por haberlo herido con mis temores. Tal vez, de haber sabido sobre la realidad no hubiese sido arrastrado hasta el estado donde se encontraba.

Llegué hasta el viejo edificio donde hubo el funesto encuentro. Pero no encontré más que una nota burlona, con una mancha de sangre perteneciente a Boris. Él sabía perfectamente que regresaría a buscar el antídoto para Dan. Desde el momento que llegó a la ciudad, su plan se había puesto en marcha.

La oración en el papel me indicaba deliberadamente su paradero. Era obvio que se trataba de una trampa, pero en ese momento no me importaba nada más que encontrar la forma de salvar a Dan de la muerte.

El cielo comenzaba a perder oscuridad y el azul lentamente tomaba protagonismo en el firmamento. Empezaba a haber más gente en la calle, lo que me limitaba en cierta manera. Aunque afortunadamente el lugar a donde tenía que ir, la presencia de personas no era problema.

Mi mano ardía un poco debido a la herida del látigo, al igual que el corte en mi espalda. Pero el dolor de todas mis heridas no eran nada ante el sufrimiento de Dan, a causa de ese veneno. No podía simplemente detenerme a lamer mis heridas mientras mi querido chico luchaba por sobrevivir.

Sabía muy bien cuan letal era el veneno contra vampiros, por lo que no podía perder tiempo en ocultarme de la gente. Corrí a toda velocidad por entre las calles solitarias y humedecidas por el rocío de la madrugada. Por suerte no me topé con ningún humano, aunque en ese instante poco me importaba.

Luego de unos minutos llegué al sitio indicado. Se trataba de una antigua iglesia, abandonada y casi tragada por la maleza. Pero a pesar del desuso por años, seguía siendo un terreno sagrado donde los seres como yo no eran bienvenidos. Boris era consciente de eso y ese era el motivo para llamarme hasta ese lugar. Allí no podría usar mis virtudes, era el peor lugar para enfrentarme a él. Pero tenía que hacerlo, ya que mi amado estaba sufriendo por mis errores.

Tras ingresar a ese lugar, pude sentir como mis sentidos eran perturbados por el aura vestigial del lugar. Sus paredes ruinosas y cubiertas de maleza y grafitis, aun poseían tanta influencia como para afectarme. El suelo, cubierto de hojas, mugre y basura emanaba esa energía que me repelía y hacía que los vellos de mis brazos se erizasen. No alcanzaba a percibir el olor de los cazadores y no me fiaba de las sombras danzantes a mi alrededor, que podían ser tan reales como ilusorias.

El pintor de los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora