T/N
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[Domingo]
La mañana había sido agradable. Pasamos todo el día recorriendo las calles de California. Entrando a cada tienda que nos llamaba la atención.
Un día de chicas. Eso fue. ¡Que encantador!
Probamos todo tipo de comida, todo era delicioso y maravilloso.
Todo aquí es tan diferente. Compramos varias cosas, sobre todo ropa: Faldas, pantalones, shorts, blusas, camisetas, zapatos, tacones, altos y bajos, y zapatillas. ¡Todo me gusta! Pero, sobre todo me encantó unas prendas en especial: Una falda negra, que se ajusta a mi cintura perfectamente, y un top blanco, adornado con encajes de flores y cortas mangas holgadas, que hace juego con la falda. ¡Y claro! Los zapatos. Botas negras relucientes con cordones.
Me queda realmente bien, o como dijo Vanessa cada que me probaba algo (en especial este último): -Pareces una muñeca. Junto con su mirada de amor y tranquilidad que hace desaparecer cualquier inseguridad que exista en mi cabeza.
-¡Toma lo que quieras cariño! ¡Anda! Sin pena, amor. -decía cada que poníamos un pie en un lugar nuevo.
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Después de comprar, anduvimos explorando más lugares con las bolsas de las compras en manos. Compramos helado y caminamos hasta un muelle que queda cerca de donde estábamos en ese momento.
La puesta de sol se ve desde lejos y ambas la contemplamos paradas en la entrada del muelle, aun comiendo el helado, el enorme cielo cambia de color cada minuto que pasa, se torna en un tono naranja dejando ráfagas de amarillo.
-Apuesto que te gano en correr hasta la orilla del muelle -dice.
-¿Q-qué?
Las bolsas caen de un golpe en el suelo y, aun con el helado en manos, empieza correr a toda velocidad a la orilla del muelle.
-¡Eso es trampa! -reprocho.
Suelto las bolsas inconscientemente, y echo a correr de manera veloz al igual que ella.
-¡Espérame! -grito aumentando aún más la velocidad.
Corro tan rápido que la alcanzo en cuestión de segundos.
¿Qué puedo decir? Tantos años de entrenamiento en carreras de velocidad, no son de en vano. Apenas tenía diez años, en primaria, cuando por primera vez participé en una carrera de resistencia para la escuela. Aunque al inicio no quería hacerlo, lo hice.
Recuerdo claramente los gritos de Ricardo, ex-novio de mamá, en mi oído. ¡Vamos pequeña! ¡Tú puedes hacerlo! Gritaba una y otra vez.
Aún siento el sudor bajando, en gotas, por todo mi cuerpo. Mi cabello mojado y grasoso recogido en una coleta pesada. El olor a acera y sudor, no proveniente de mí (aunque también sudaba), sino de las demás chicas lado mío, invadiéndome. El aire entraba y salía, una y otra vez de mis pulmones. Inhala y exhala. Repetía en mi cabeza para mí mismo, todo el tiempo.
Metiendo el aire por mis fosas nasales y expulsándolo por la boca, ejercicio de respiración que hice, y todavía hago, para que el costado de mi cuerpo no doliera al cansarme.
-¡Ya mismo llegas pequeña! ¡Yo sé que puedes! -me alentó Ricardo.
-Y-ya no puedo. Estoy cansada, Ricky.
Hablé entrecortado. Reteniendo el poco oxigeno que tenía. Sin poder dar un paso más. Eran trecientos metros. Y apenas iba la mitad, ciento cincuenta metros. Tenía diez, no hacía actividad física, ¿qué esperaban?