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Abrió la puerta con más fuerza de la que debía. Dentro de la habitación apenas iluminada los barquitos encerrados en botellas de vidrio, amenazaron con caerse. Ante lo ocurrido Trevor ni batió una pestaña.

Chris se acercó como lo haría un niño curioso. Su cuerpo vibraba con cada paso, las ganas de empuñar el arma que Trevor le obsequió le ganarían la partida.

Harris apareció en el umbral de la puerta y no venía solo. Jadeando se detuvo apuntando con su propia arma de fuego, Trevor arqueó una ceja y dejó la pequeña herramienta con la que trabajaba a un lado. Las botellas de vidrio bailaron en los estantes.

Mala señal, muy mala señal. Trevor disfrutaba armar esos barcos luego de haberse divertido a lo grande. Chris se mordió el labio hasta abrírselo. No le importó el sonido de todos aquellos cañones apuntándole en la espalda. Tenía a Trevor delante y la mueca en su rostro era cosa seria.

—Tienes mi atención—su voz no dejaba traspasar emoción alguna —Cierra la puerta.

Chris en cambio, sentía como un remolino de emociones se desataba dentro de él. Giró sobre sus talones y avanzó hacia la puerta que azotó segundos antes. Harris y los demás tenían una expresión que oscilaba entre desconcierto e ira.

Uno a uno les devolvió la mirada antes de cerrarles la puerta en la cara. Los ojos que importaban en ese momento cavaban agujeros en su espalda. Chris se compuso en seguida, aprendió del mejor a esconder todo lo que sentía, aunque estaba seguro de que de nada servía.

El silencio fue lo que siguió al encuentro. Trevor lo observaba, esperando que dijera algo, cualquier cosa. Chris no lo hizo.

Lo siguiente sucedió tan rápido, que Chris apenas pudo reaccionar. Sus reflejos de agudizaron con el tiempo y debía estar agradecido por ello, porque por un par de centímetros pudo esquivar un cuchillo que voló en dirección hacia él.

Aun sorprendido, giró el cuerpo para ver cómo la punta se hundía sobre la puerta de madera. Fuera de la habitación se escuchó a alguien resollar. No podía estar seguro de quien se trataba ni si es que seguía vivo.

El rostro de Trevor tenía cierto tinte de molestia. Si es que alguien se atrevió a acercarse a la puerta con intenciones de enterarse de lo ocurría dentro, seguro se arrepentía en esos momentos.

Ambos oyeron pasos alejándose. Trevor atravesó el espacio moviéndose como un fantasma. De un tirón recuperó el cuchillo y lo examinó entre sus dedos. Regresó a su escritorio y tomó un paño para limpiarlo.

Chris lo observaba impávido. Ni una sílaba y solo el sonido que hacía Trevor al moverse. No necesitaban palabras. En el silencio se dijeron todo.

Trevor acarició el cuchillo como si fuera un amante. Observándolo con más atención de la que se le debe a un objeto al que acababa de limpiarle la sangre. Lo devolvió a su funda de cuero labrada.

Tiempo atrás hubiera saltado de felicidad al ver a Trevor en acción. Tan solo poder presenciar el dominio que tenía con armas blancas era algo con lo que soñaba. Tal vez sería algo para disfrutar si es que aquel cuchillo que yacía entre ambos no le resultase tan familiar.

Era el que perdió tiempo atrás. Se maldijo tantas veces por perderlo, porque fue Trevor quien se lo dio como regalo. Chris se compuso, ocultando con éxito la sorpresa que se acababa de llevar al ver que ahora estaba en manos de Trevor.

Ya no le interesaba como lo obtuvo. Era lo de menos. Lo que una vez fue un tesoro para él ahora yacía en medio de ambos como un elefante en la sala.

Trevor se adelantó a sus pensamientos. Lo tomó con todo y funda y se lo lanzó. Chris lo atrapó sin decir una palabra. Todo estaba dicho.

Rapsodia entre el cielo y el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora