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Trevor era un tipo de pocas palabras. Todos los psiquiatras son lo mismo, pensó Chris cuando sin querer se enteró de la profesión que ejercía su jefe. Todos están locos de remate, pero se esconden tras un doctorado para aparentarlo.

No le cabía la menor duda que del grupo que lideraba, siendo el jefe, Trevor era el más orate.

—¿Alguna vez lo has visto comer? —preguntó Bracco en aquella ocasión en la que se dedicó a interrogarlo acerca del jefe—. Yo nunca. No me sorprendería que Trevor hiciera la fotosíntesis como el maldito trébol que es.

Al percatarse de ese detalle Chris se interesó todavía más en Trevor. Podía observarlo el día entero y no encontrar nada que pudiera usar en su contra.

Siempre impecable, con el mismo estilo de ropa: pantalones holgados, camiseta blanca, una chaqueta azul. Ningún tatuaje visible, menos aún piercings. Cabello claro, recortado, ligeramente rizado y siempre en su sitio.

La primera vez que lo vio vestido de traje le preguntó si se iba a un entierro y se iba a enterrar él solo. Trevor apenas arqueó las cejas e ignoró su comentario. Chris tuvo que preguntarle a donde iba y Trevor respondió que a trabajar.

No pudo quedarse con la interrogante en la boca y lo persiguió camino a su auto. Consiguió sonsacarle que tenía un asunto pendiente en el juzgado. No mentía, llevaba un portafolio cerrado y seguro una infinidad de documentos dentro.

Antes de partir se colocó unas gafas delgadas. Trevor tenía visión perfecta, pero le gustaba ponérselas para parecer profesional, bromeó. Como siempre, inmune a las bromas, se marchó disfrazado de psiquiatra forense sin que pudiera averiguar más de él.

Días después descubrió que el caso que Trevor tenía entre manos era uno muy sonado. Solo alguien como su jefe  era capaz de pasar desapercibido entre la vorágine mediática que rodeaba el juicio.

Una fachada tan perfecta que no dejaba espacio para suspicacia alguna. Trevor de pie frente a él, disfrazado de ser humano, lo miraba fijamente. Incluso en un momento como ese resultaba imposible de leer. Ningún tipo de emoción se reflejaba en su rostro. Lo único de lo que podía estar seguro era de que algo traía entre manos.

¿Acabaría con él?

Ni una palabra, ni siquiera un sonido que le diera indicios si debía correr o recitar sus plegarias. Nada. Su jefe de limitó a girar sobre sus talones y alejarse.

Esperaba que lo siguiera, ¿era eso? Chris dejó que su instinto lo guiara aunque fuera a una muerte segura. Avanzó tras los pasos de Trevor sin saber que hacía. ¿A dónde iría?

En otro momento ese sería la última de sus preocupaciones. Sin embargo, tenía la sensación de que todo había cambiado de un instante a otro.

Siguió a Trevor quien caminaba despreocupado hacia su auto aparcado en la vereda. Un sencillo SUV, gris de hacía dos años, impecable y oliendo a nuevo.

Trevor abrió la maletera y le dio una mirada distraída al interior. Luego, se dirigió al asiento del piloto y levantó los ojos.

A Chris el corazón le dio un vuelco. Tenía que subir al auto. No ahora, gritó su mente. No podía ir, tampoco negarse. Tal vez caerse muerto era su mejor opción.

Como no se movió,su jefe le dirigió una mirada que fue difícil deducir. Chris se sacudió los pensamientos y avanzó hacia el auto.

Estuvo a punto de decir algo, pero se comió sus palabras. Por lo tranquilo que se veía Trevor cualquiera pensaría que iría a impartir una clase de yoga.

—Si me vas a llevar al hospital, puedo ir solo —murmuró Chris con una mano en la puerta abierta y ambos pies en la calzada.

—Que bien, porque no vamos a un hospital. —Trevor apenas si arqueo una ceja al responder — Bracco iba a ocuparse de tu entrenamiento. Ahora seré yo el que lo haga.

Rapsodia entre el cielo y el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora