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Cerró la puerta de su casillero, casi azotándola. La rutina se convirtió en una condena que compartía con el reo que le asignaron cuidar. La única diferencia es que Mann disfrutaba el tiempo que pasaba en confinamiento solitario. Era, además, el único recluso en toda el área. Dijeron que era por su propia seguridad, pero era una mentira. Por la seguridad del resto de la población de la cárcel, Mann permanecía encerrado como un animal peligroso, sin mayor contacto con el mundo exterior que las breves visitas de su equipo de defensa.

Nadie más tenía la mala cabeza de acercársele demasiado. A pesar de ello, terminó cediendo a la tentación. Le resultó imposible evitar espiarlo, solo para cerciorarse de que se quedaba inmóvil por horas enteras, sentado en su celda mirando al vacío. Podía esperarlo todo de aquel sujeto cortado con la misma tijera con la que trazaron las líneas de Trevor. Incluso verlo desplazarse como un fantasma del pasado, atrapado en el velo del tiempo, con el rostro recostado sobre su hombro, sosteniendo entre sus manos un instrumento musical inexistente. Mann parecía parte de una realidad alterna en la cual daba un recital a una audiencia inexistente.

El tipo era un excéntrico, un psicópata de la peor calaña que conseguía sacudirlo dentro de su propia piel, con tan solo observarlo. Al verlo tocar un instrumento imaginario, retrocedió sin quererlo. Tenía que ser una alucinación por la falta de sueño, la pérdida de apetito y el cansancio crónico. El nombre de Dominick llegó a sus labios y lo contuvo a tiempo. Se tragó sus palabras y sacudió la cabeza con tanta fuerza que sus huesos tronaron. Sin quererlo captó la atención del prisionero. Si algo detestaba era tener sus ojos grises sobre su persona, observándolo como si pudiera ver dentro de su mente y a través de su carne. No dijo nada, apenas sonrió, pero dejó el instrumento musical imaginario a un lado.

Chris se alejó de la puerta como si estuviera cubierta en llamas. ¿Qué estuvo a punto de hacer? ¿Hablarle? ¿Dejarle saber sus pensamientos? ¿Abrir la puerta y sentarse a vomitar todo lo que su mente se esforzaba por contener? Un paso en falso y caería en un abismo del que nunca saldría. Si se acercaba demasiado, si se detenía a observarlo por más tiempo, el abismo que ahora lo miraba a través de la pequeña reja de la puerta, terminaría por devorarlo.

Tenía que resistir un poco más. Sus días como McLure estaban contados. Pronto regresaría a ser quien era, uno de los perros grandes del Trébol. Consiguió lo que tanto deseaba, ser parte del grupo interno, de los hombres cercanos a Trevor. Solo tuvo que caminar sobre la sangre de sus enemigos para conseguirlo.

Era su turno de actuar como un perro policía, portar el uniforme que usurpó junto con la identidad, el departamento y la vida de alguien que nunca conoció.

A la hora de siempre tomó su lugar. Hurtz lo hizo luego de unos minutos, moviéndose con pesadez y ajeno a lo predecible que era su rutina. Abría el casillero con la misma mano, con la contraria lo cerraba. Dejaba su café siempre en el mismo espacio que la vez anterior, su arma de reglamento la llevaba del lado derecho, le tomaba un par de segundos empuñarla y otros pocos apuntarla. Chris repasó los movimientos del oficial como lo hacía cada mañana. Lo vio rascarse el cuello con la mano izquierda mientras que con la derecha se apoyaba contra la puerta que quería abrir. Bostezó además quejándose de no poder dormir y que las desveladas por irse con los amigos le estaban cobrando su precio. Confiado como era usual, ingresó al pabellón.

El desayuno del prisionero llegó a la hora acostumbrada. Hurtz se adelantó, como hacía en cada turno para abrir la portezuela donde colocaría la charola con la comida. Al tomar la bandeja la lanzó dentro de la celda, regando su contenido por el suelo.

Silencio. Mann no movió un músculo, sino que siguió en su sitio ignorando a los custodios.

—Si no vas a comer nada, es mejor que nos pongamos en marcha.

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⏰ Última actualización: Sep 02 ⏰

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Rapsodia entre el cielo y el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora