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Café recién hecho y un par de wafles que saltaron de la tostadora. Bracco observaba a Sunny dar vueltas por la cocina, atareada y envuelta en una bata de colores tan vivos como el sol. Fue un regalo que le hizo tiempo atrás. Apenas lo vio pensó en ella.

Consiguió que se siente a la mesa luego de que colocara un par de platos para poder desayunar juntos. El televisor quedó encendido, pero ninguno de los dos le prestó atención.

Hablaban de un misterioso hallazgo: dos cadáveres, de quien asumían eran cazadores, fueron descubiertos en un paraje desolado del bosque. La policía de la zona, a cargo de las investigaciones, presumía que fue un extraño suceso en el cual ambos sujetos se dispararon entre sí.

No tenían pistas ni motivo, ni como identificarlos. Pedían a la población ayuda para reconocerlos.

Sunny se sentó al lado de Bracco, cruzando las piernas y bebiendo un sorbo de café. Apoyó su cabeza rubia y desordenada, sobre el hombro de quien la acompañaba. De pronto le entraban deseos de ponerle un sobre nombre.

—Podría acostumbrarme a esto —murmuró Bracco sin ahorrarse una sonrisa—. Desayuno hecho en casa, calientito y de manos tuyas.

—Si tan solo no estuviera nevando.... sería todo tan perfecto.

Sunny suspiró con los ojos puestos en la ventana escarchada. Se abrazó a sí misma y tembló por causa de un falso escalofrío.

—Baby it's cold outside—canturreó Bracco riendo al final de la última nota.

—Tienes toda la razón. Por eso es hora de pensar en tu retiro y el mío. Lejos de aquí, donde el sol brille todo el año, donde solo tenga que ver la nieve en tarjetas de navidad—. Ella soltó una risa contagiosa. Infectó a Bracco y ambos terminaron riendo tristemente.

—¿Sigues pensando en Florida?

—No, estoy pensando en Hawái. Sí, Hawái, larguémonos allá y vivamos felices hasta que un sumimi y un volcán nos mate.—Sunny encontraba todo tremendamente divertido.

Tomó unos wafles y se los puso sobre el pecho. Pretendió bailar Hula y ambos estallaron en risas.

—¿Sunimi? ¿De qué habla mi solcito? ¿De dónde sacas esas ideas?

—Sumimi, se dice su–mi-mi, eso que pasó allá en Asía, en año nuevo. Salió en las noticias. Pobrecitos, tanta gente muerta. Hasta fui a la misa que hicieron por los muertos...

Bracco la tomó en sus brazos. No quería aceptarlo, pero la idea de irse los dos juntos a una isla paradisiaca, resultaba tentador.

—¿Un volcán o un tsunami? —murmuró besándola en la nuca.— Cualquiera de los dos resulta mejor que morir en manos del Trébol.

—Tú sí que sabes malograr el momento —reprochó Sunny apartándose—. Podrías cambiar de trabajo y dedicarte a matar pasiones, Bracco. En eso eres un experto.

Ella se liberó de sus brazos y devolvió la atención al desayuno servido. De pronto perdió el interés en la comida que preparó con esmero. El humo del café se revolvía entre ambos, sinuoso y llenando el espacio que los separaba.

—Anda, no seas tan sensible Solcito. Es la realidad.—Bracco tomó la palabra, para liquidar el silencio amenazante—. No desperdiciemos el momento. Pasamos la noche juntos, estamos compartiendo el desayuno.

Sunny dejó escapar una sonrisa.

—Si no estuviera aquí contigo mi Solcito, tendría en una mano mi café y la otra en el pescuezo de ese maldito mocoso berrinchudo.

Esta vez Sunny dejó salir una carcajada que rellenó el pequeño espacio de la cocina. Bracco la ponía de buen humor y aunque quería mantenerse seria, le era imposible con él a su lado.

Rapsodia entre el cielo y el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora