Prólogo

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De pequeña casi me ahogué en el mar. Era un día perfecto para pasar tiempo en familia, era fin de semana por lo que mis padres decidieron hacer una caminata. Vivíamos cerca de la playa en una casa pequeña pero muy bien equipada, las paredes grises azuladas contrastaba con los verdes pastizales que la rodeaban y los ventanales que daban hacia la playa te dejaban ver el mar en todo su esplendor. La arena casi blanca y caliente por los rayos de sol era humedecida sin cesar por las calmadas olas que acariciaban la costa, así como la agradable y fresca brisa acariciaba tu rostro.

Mi madre me tomó de la mano para ayudarme a caminar, la arena hacía pesados mis pasos y mi torpe andar provocaba que necesitara su ayuda. Ella siempre me tenía paciencia mientras que papá propuso alzarme sobre sus hombros pero yo prefería jugar con la arena que entraba y escapaba entre los dedos de mis pies, no lo sabía en ese entonces pero me provocaba una sensación muy relajante.

Mientras estábamos caminando miré al frente, la orilla del océano estaba a nuestra derecha y el sonido de las olas hizo que me fijara en el mar. Por su color azul, parecía ser otro cielo y un espejo al mismo tiempo. De repente nos detuvimos porque nos encontramos con los vecinos, mis padres saludaron a la agradable pareja de ancianos y comenzaron a hablar de ellos mientras que yo, impulsada por mi curiosidad, solté la mano de mi mamá para acercarme a la orilla. Recuerdo que quería buscar piedritas brillantes entre la arena, porque me gustaba coleccionarlas pero me había acercado mucho a la orilla y mis pies se mojaron. El frío hizo que un escalofrío recorriera mi espalda pero los suaves golpes de las olas me alentaron a adentrarme más al agua sin que lo notara.

Había una hermosa piedra de color amarillo, era de un tamaño considerable así que me agaché para tomarla y fue cuando mi rostro chocó contra el agua salada. Fue en ese momento que noté que el agua llegaba a mi cintura y, al agacharme, le di la oportunidad a las olas para arrastrarme. Por el miedo grité mientras el agua ardía en mi nariz, mis padres inmediatamente fueron a mi rescate y me arrancaron de los mortales brazos de las aguas. Por supuesto ellos estaban muy preocupados y me prohibieron acercarme al mar por un largo tiempo.

Esa experiencia, lejos de hacer que le temiera al océano, provocó que quisiera luchar contra él. No iba a dejar de que me arrastrara de nuevo, me movería con él, lo dominaría. Justo como hace la Luna, en la escuela había aprendido que el satélite tenía influencia en las masas de agua del planeta aunque en la mente de una niña todo era mucho más mágico. Era muy imaginativa y en ese momento creía que si una sola Luna podía crear esas olas pequeñas, dos harían olas mucho mejores aunque mi vida cambió completamente cuando conocí el surf.

Fue cuando realizaron una competencia de surf en la playa, mis padres estaban ocupados y no pudieron llevarme a ver la competencia por el trabajo. Pero, desde el primer piso de mi casa, tenía una vista privilegiada y observaba a través de la ventana como los competidores usaban un gran trozo de madera para flotar. Ellos subían sobre sus tablas y nadaban hacia lo profundo sin miedo, el mar estaba agitado ese día pero ellos no retrocedieron y las demás personas apoyaban a sus favoritos con gritos de aliento.

Las olas recibieron a los surfistas y yo estaba preocupada al creer que iban a ser golpeados pero se colocaron en posición y comenzaron a deslizarse sobre la ola. Quedé maravillada cuando vi cómo se pusieron de pie en sus tablas, los menos experimentados perdieron el equilibrio y cayeron. Pero los demás continuaban en la competencia. Había una mujer de traje morado que llamó mi atención y estaba montando la ola, lo hacía parecer muy fácil aunque recuerdo que ella no fue la ganadora.

Luego de que la competencia terminara, corrí a decirle a mis padres que quería pararme sobre las olas con esa tabla. No sabía nada de aquel deporte, ni lo complicado que era aprenderlo pero como la niña entusiasta y perseverante que era logré convencerlos. Con la excusa de que aprendería a nadar para que no vuelva a tener otro accidente en la costa, mis padres me inscribieron a un curso de natación, al cual asistía luego de la escuela.

Llegaba muy emocionada luego de que las clases terminaran y mi mamá me llevaba a natación, por supuesto el lugar estaba cubierto y contaba con una piscina de competencia. Un lugar controlado para evitar accidentes aunque el primer día el instructor nos aclaró que el océano era peligroso, que no debía ser subestimado y que ni siquiera él podría contra su furia si algo salía mal.

Mientras iba aprendiendo más del océano, me preguntaba por qué algo tan peligroso al mismo tiempo me resultaba maravilloso. Comencé a estudiar todo lo relacionado al mar y del surf, mientras más sabía más me interesaban esos temas. Mi cumpleaños número 13 mis padres me regalaron mi propia tabla de surf y mi primer traje, estaban orgullosos por mis avances en el curso de natación y me volví una de las mejores. Sin embargo ese día iba a enfrentarme al mar nuevamente, había pasado tiempo desde nuestro último desafortunado encuentro pero esta vez estaba preparada.

Sosteniendo mi tabla y usando el traje, me adentré al agua con calma para luego subir sobre la tabla de surf y seguir avanzando. En mi mente me repetía que no era una piscina y que debería estar concentrada en todos mis movimientos. Inmediatamente vi una ola formarse frente a mí, así que me posicioné y comencé a deslizarme. Desde la costa escuchaba los gritos de aliento de mis padres y los vecinos, todos estaban presentes, incluso mi instructor de natación y compañeros. Si algo salía mal esperaba que sólo quedaría humillada ante todos ellos, sin embargo lentamente me levanté y me encontraba montando la ola con éxito.

Ese sólo fue el principio de mi pasión y finalmente había podido dominar al mar.

Secuestrada por el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora