🥀━━━𝐃𝐑𝐄𝐈𝐙𝐄𝐇𝐍

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CAPÍTULO 13

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CAPÍTULO 13

EL TOQUE DE LA MUERTE

ROBIN

Robin Delacour sabía una cosa aparte de que adoraba los pingüinos:

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Robin Delacour sabía una cosa aparte de que adoraba los pingüinos:

Algo andaba mal con sus vecinos y con el pueblo en general.

No era porque desde su ventana viera a la familia de la casa de al lado comer sus emparedados con la corteza del pan sin recortar, o que la hija pequeña de estos siempre lanzara una pequeña pelota de tenis hacia su ventana pidiéndole con una aniñada voz que si salía a jugar con ella cuando—claramente— él no era un niño de su edad, y no le gustaba compartir con niños pequeños, pues no era tan responsable como para evitar que estos hicieran alguna travesura o peor aún, se cayeran por andar correteando. Además, el padre de la niña hacía un par de días que quería invitarlo a comer, pues su hija mayor tenía un notable interés en él.

Interés que Robin no supo cómo pimientos había generado en ella, si nunca habían hablado, sólo compartían un par de clases. Pasaba más tiempo con Wanda, y ella lo máximo que había hecho para invadir su espacio personal era robarle de sus Cheetos y casi quitarle una pieza a su cubo piramidal por no lograr armarlo.

Por eso, que las personas en Mittenwald fueran tan... Particulares, no le agradaba. Tantas sonrisas, colores, entusiasmo y buen humor no le gustaban, de hecho, era incómodo para alguien observador como él.

Por ello, jamás había jugado a la pelota de pequeño, ni siquiera tuvo juguetes como todos los niños de su edad, pues relacionarse con chicos que corrían detrás de un balón o corrían detrás de otros cuando gritaban «¡uno, dos, tres, aquí voy!», no le parecía divertido. Tampoco que la vecina de al lado—una versión evolucionada de su hermana pequeña que lanzaba la pelota a su ventana—, la chica regordeta que lo rebasaba en altura, fornida y que tenía una voz tan potente como de oficial alemán de películas de los 40's que a él simplemente le aturdía lo suficiente para quererla lejos, tampoco le entretenía.

Le gustaban los rompecabezas, laberintos, juegos de palabras y sobre todo los cubos rubik. Estos últimos le ayudaban a pensar en demasía cuando no podía ordenar sus pensamientos de forma adecuada. Y es que cada que armaba una o tres caras e inclusive el cubo completo, las ideas en su mente se fusionaban a una y esa era remplazada por una solución.

KLEIST - [Siniestros Pecados 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora