14. Apuntar al blanco

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THOMAS DESPERTÓ EL SÁBADO EN LA MAÑANA sintiéndose inquieto.

El día anterior había sido bastante infrecuente, por lo que dormir se le había hecho complicado. Se despertó en varias ocasiones, dándole vueltas al asunto del mensaje, Alan, el video en el teatro del instituto... era demasiado como para poder descansar. Estaba tratando de recuperar el sueño perdido, pero se había agregado un nuevo factor a la lista de causas que no lo dejaban dormir: un martilleo constante que, supuso, vendría de abajo de la casa.

Medio atontado, miró la hora en el reloj de su mesa de noche.

«¿8:45?». Eso seguía calificando como madrugada para él. Intentó colocarse una almohada encima para no escuchar el ruido, pero le fue insuficiente. Malhumorado, tiró las sábanas a un lado y se dispuso a averiguar qué estaba pasando.

Bajando las escaleras, el ruido comenzó a escucharse más fuerte, más cerca.

—¿No has podido dormir, cariño?

Encontró a su madre en la cocina. Cinco segundos le habían sido suficientes para percatarse de que estaba preparando un desayuno como para un batallón.

—Dormir se ha vuelto una fantasía desde que salimos de París. ¿Quién está destruyendo nuestra casa y por qué? —dijo sentándose en una silla alta en la isla de la cocina.

—Tu padre descubrió una filtración ayer.

—¿Antes o después de su junta? —se esmeró en pronunciar junta más lentamente que todas las demás palabras. Casi se había olvidado de eso. Por el momento, prefería mantener el asunto a raya, pero no por eso le parecía menos sospechoso. O extraño.

—Después, creo. Llamó a los plomeros para primera hora.

—Las 8:00 ni siquiera califica como primera hora —se quejó Thomas tomando una manzana roja de un bol de frutas.

—¿Quisieras ir a descansar a la casa de los Vander? Estoy segura de que Laura estaría encantada de recibirte. Fue muy amable al enviarnos semejante cesta como regalo de bienvenida.

Thomas casi se atragantó con un trozo de manzana. Lo último que quería hacer era volver a ese lugar por el resto de su... vida, si no era mucho pedir.

—¿Sabes? Creo que ya me siento más despierto —mintió. La verdad, seguía muriéndose de sueño.

—Entonces no te incomodará ayudarme a colocar la mesa, ¿verdad? —inquirió su madre de espaldas a él.

Thomas rodó los ojos y obedeció en silencio. Vio cómo ella se dirigió a la puerta del sótano y anunció que el desayuno estaba por servirse.

—¡Peter! —gritó—. El desayuno está listo. Baja ya.

—¿Por qué tanta comida? —preguntó Thomas al ver los abundantes platos con tostadas y huevos.

Muy americano para su gusto. Si algo había logrado París, eso había sido afinarle el paladar.

—A tu padre le pareció un bonito gesto invitar a los trabajadores a desayunar junto a nosotros —dijo colocando una jarra de jugo de fresas en el medio de la mesa rectangular.

«¿Papá? ¿Un "bonito gesto"? No me lo creo».

—¿Qué día es hoy? —escuchó a Peter decir mientras bajaba las escaleras bostezando y estirando los brazos.

Thomas soltó una risita. Peter vestía un pijama de planetas bastante infantil para su edad.

—¿No te ha despertado el ruido? —preguntó Thomas envidioso.

GUARDAR UN SECRETO (VANDER 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora