Capítulo 2

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Namikaze Naruto era un joven alegre de cabello rubio y despeinado, ojos azules claros, piel de un tono acaramelado y tres marcas en cada mejilla que asemejaban unos bigotes. Su madre solía decirle que le hacían parecer un zorrito travieso cuando era niño.

Optimista, sociable y siempre buscando como conseguir lo que se proponía trabajando duro. Así era Naruto.

Cualquiera que lo viera no pensaría demasiado en lo que se ocultaba tras esa gran sonrisa que siempre mostraba a los demás, pero la realidad es que había tenido un pasado complicado desde muy temprana edad.

Había perdido a sus padres con tan solo doce años. Ambos murieron en un accidente de tránsito en el cual solo él había tenido la suerte de sobrevivir. A consecuencia de esto, cuando se recuperó de sus heridas, tuvo que mudarse con su abuelo Jiraiya a Osaka, donde unos años más tarde él también falleció debido a un robo en una tienda que salió mal, siendo él la única víctima a quien le fue arrebatada su vida.

Había quedado solo. Tuvo que lidiar con la pérdida de sus padres y su abuelo, y lo hizo con una sonrisa en el rostro, porque él era fuerte y no se rendiría hasta conseguir cumplir todas sus metas. Sabía que eso era lo que sus padres deseaban para él, que saliera adelante sin importar los obstáculos que se le interpusieran.

Ahora, con 16 años, había regresado a Tokio, donde solía vivir con sus padres cuando era niño. Decidió rentar un apartamento por su cuenta para vivir. Por suerte, el dinero de sus padres le ajustaba para vivir sin demasiadas complicaciones por lo menos hasta que terminara la preparatoria y, si sabía administrarlo, puede que hasta pudiera costearse los primeros años de universidad antes de tener que depender de un empleo para mantenerse.

También tenía la opción de vivir con su abuela, que era el único familiar que le quedaba con vida, pero con el carácter que esta se gastaba prefirió ir probando un poco lo que era ser independiente y así tener un poco más de libertad. No es como si su abuelo Jiraiya lo hubiera limitado cuando solía vivir con él. Todo lo contrario, ese viejo lo hizo ver cosas que probablemente le habían quitado lo que le quedaba de inocencia y, si hubiera estado en su naturaleza ser vago, probablemente no le hubiera importado que se fuera de fiesta a media semana y regresara borracho a las cinco de la mañana.

En fin, volviendo a sus opciones de vivienda, aunque no se mudara con su abuela, no es como si no le fuera a tocar verla todos los días hasta el fin de la preparatoria, puesto que ella era la directora de la escuela a la que acababa de inscribirse. Gracias a eso, aunque comenzara un poco más tarde y tuviera que quedarse horas extras para ponerse al día con el contenido que se había perdido, no perdería su año entero de estudios.

Así que ese lunes se levantó de la cama y observó a su alrededor. Aún debía desempacar algunas cosas. No es que él tuviera mucho, pero aun así sus cosas eran un desorden y solo había sacado lo esencial que ocuparía en su primera semana en su nueva escuela. Su habitación, de paredes grises y cielorraso blanco, contaba de momento solo con su cama y un escritorio, sobre el cual había un par de cajas abiertas a medio vaciar. Al lado de su cama había otras tres cajas que aún tenía que revisar.

El resto de su apartamento consistía en una cocina-sala-comedor, todo mezclado en un solo espacio, un baño con ducha y nada más. Había alquilado el apartamento más decente que encontró por el menor precio posible. No era mucho, pero era suficiente para él.

Tenía sobre la mesa de la cocina una caja llena de ramen instantáneo para evitar tener que hacer las compras durante los primeros días, antes de que su abuela llegara el fin de semana a visitarlo y le armara un escándalo por no estar comiendo "comida real". Como si el ramen no lo fuera.

Almas ancestrales: Sol y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora