Capítulo Cuatro

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Humedad, soledad, descuido, angustia... estas eran algunas de las condiciones que se hacían presentes en el calabozo del barco francés. Foxy y Mangle habían sido dispuestos en celdas separadas, pero una junto a la otra. Desde hace años que ninguno de los dos sentía lo que era estar separado del otro. Todas las celdas estaban habitadas por el resto de los tripulantes. ¿Qué habría sucedido con el barco? para Foxy probablemente habían dejado su barco abandonado en pleno océano y hayan tomado los tesoros que allí se guardaban; aunque también estaba presente la posibilidad de que hayan preferido hundirlo luego de saquearlo. Ahora, ¿qué había sucedido con el perro blanco de Mangle? De esto no habían suposiciones certeras.

Mangle, sentada en la esquina al fondo de su celda permanecía en completo silencio, y en su celda vecina Foxy no podía estarse tranquilo, caminaba de un lado a otro, pensando, procesando, intentando hallar un escape.

—Dos años de felicidad, para volver a los mismos problemas... —dijo Mangle deprimida.

Bastó escucharla decir eso, y Foxy dejó su frustración breves instantes para acercarse al muro que lo dividía de su amada.

—No digas eso... —repuso poniendo recargando su mano en la pared—... nos sacaré dé aquí, de alguna manera.

Se sintió mal de no poder consolarla con más que sólo palabras cuando la escuchó sollozar del otro lado. Deseaba estar a su lado, abrazarla, animarla. Se sentía un completo inútil por no poder hacer nada, ni siquiera consolar a Mangle como deseaba.

Signorina, no se angustie... —comentó Tony, cuya celda quedaba frente a la de la albina—. Estaremos bien, siempre salimos de estas.

Foxy acariciaba la pared con los dedos recargando la frente de la pared, lo hacía con la intención de que esa pequeña caricia pudiera transmitirse al otro lado, deseaba que así fuese. Todos guardaron un silencio abrupto cuando se escucharon los cerrojos que abrían la puerta al calabozo, y un soldado entró. Empezó a caminar frente a las celdas mirando a los prisioneros, quienes también le dirigían miradas pero cargadas de seriedad y un inmenso odio. En cuanto llegó a la celda que encerraba a Mangle se detuvo y se acercó a los barrotes para verla mejor en la oscuridad que la escondía.

—Una mujer...

El comentario activó las alertas en Foxy, quien levantó las orejas para escuchar con atención y se acercó a los barrotes junto a la pared lo más que pudo. El soldado se cruzó de brazos.

—¿Una bruja?

—¡Ella no es un bruja! —exclamó Foxy, ofendido él mismo por el comentario.

El soldado lo miró con recelo e ignoró la reprimenda.

—Si no eres una bruja, ¿qué hace una mujer con unos piratas?

—Yo...

—Déjela en paz —intervino Foxy.

Ignorando a Foxy, el soldado sacó unas llaves y abrió la celda de Mangle, rápidamente ella se levantó y retrocedió, Foxy seguía gritando y sacudía los barrotes mientras protestaba.

—No te haré daño, ven aquí —dijo el sujeto alto e intimidante cerrando la celda quedando encerrado junto a Mangle.

—¡No se atreva a tocarla!

Foxy seguía vociferando, más el soldado se seguía acercando a la albina. Mangle enderezó intentando parecer lo menos indefensa posible, pero se seguía viendo pequeña a comparación del alto y fornido sujeto frente a ella. Foxy se sentía impotente de no poder hacer algo al respecto, no sabía lo que sucedía del otro lado, pero podía deducir que las intenciones del soldado no eran buenas.

—No me toque... —pronunció Mangle sus primeras palabras firmes—... no se acerque más.

Pese a sus vacías advertencias, el contrario la tomó con fuerza de las muñecas y las estampó en la fría pared posicionando las sobre su cabeza, Mangle sintió un escalofrío al sentir el helado muro en su espalda. La albina sintió repugnancia cuando sintió la nariz invasora oler su cuello, pero apenas hecho esto, dejó a un lado su actitud indefensa y asestó un pisotón en el pie del contrario además de una patada, y por si fuera poco, una fuerte mordida en el hombro hizo, todo esto hizo que el sujeto retrocediera soltandola y Foxy guardó silencio atento a cualquier sonido, que le hiciera saber que aquellos golpes no fueron dirigidos a su amada.

La defensa de Mangle logró que el soldado dejara de acosarla, pero éste no se marchó sin antes propinar una fuerte bofetada en la cara de ella, cuya fuerza la llevó a caer al suelo. El silencio reinó en el lugar, sin escucharse nada más que apenas audibles sollozos que daba la peliblanca. El soldado salió y luego de asegurar la celda, se marchó, dejando dolor a sus espaldas. Cuando pasaba frente a la celda de Foxy, éste no dudó en amenazarlo.

—Vas a pagar por lo que le has hecho —le advirtió Foxy cargado de odio.

El contrario lo ignoró, y mientras arreglaba sus ropas abandonó el calabozo.

»Mangle —se acercó  apresurado a la pared que los dividía—. Mangle, ¿qué te hizo ese imbécil?

—La... golpeó —respondió Tony por ella, ya que había sido testigo visual de los acontecimientos.

Y bien que hubiera respondido por ella, la albina no se sentía capaz de hilar dos palabras seguidas. Se sentía muda, indefensa, vulnerable y maltratada.

—Vamos a salir de esta, Mangle, y ese... —pensaba referirse al solado con alguna palabra obscena, pero prefirió tragarsela—... va a pagar por esto, lo entiendes, ¿verdad?

Temblando, Mangle se refugió escondiendo su rostro en sus rodillas mientras acariciaba su mejilla lastimada, que ya no era de un color blanco sino que se había tornado de un fuerte rojo y morado por el golpe, entretanto sus llantos se escuchaban cada vez más audibles.

𝖫𝖺 𝖮𝗍𝗋𝖺 𝖢𝖺𝗋𝖺 𝖣𝖾 𝖫𝖺 𝖬𝗈𝗇𝖾𝖽𝖺 (𝑭𝒐𝒙𝒂𝒏𝒈𝒍𝒆) ||EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora