Capítulo Diez

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Springtrap solía preguntar frecuentemente por el estado de Mangle: su salud, su actitud y su aspecto, y gracias a esto supo que ella había estado decayendo con el paso de los días, cada vez estaba más delgada y entregada a toda desgracia. En cierta ocasión, cuando preguntó por el estado de Mangle, el guardia le respondió:

—Tiene días negándose a comer, no acepta los alimentos que le envía.

—Iré yo mismo con ella esta tarde, y necesito que no hayan guardias cerca.

El guardia respondió con un ademán, y se marchó.

Mangle aún no lo había visto desde los dos años, y según ella, él estaba muerto. Springtrap sabía que Mangle desconocía su estado pero sentía que ya había llegado el momento de ir con ella. Por lo tanto, tal y como había dicho, tomó una bandeja con comida y descendió a los calabozos —vacíos entonces—. Caminó el trayecto hasta el calabozo de la albina y se dirigió a su celda con cautela: encontró a Mangle acostada en el suelo, boca arriba con los ojos cerrados y con las manos delicadamente reposando sobre su pecho, que se veía subir y bajar con su lenta respiración. Se veía agotada, cansada, deprimida y rendida. Ni hablar de los moretones que tenía en las piernas, brazos, cuello y cara. Se veía maltratada, ultrajada, invadida, golpeaba y sumisa.

Para él, se veía hermosa.

Le gustaba verla en ese estado, débil y entregada a las circunstancias. Tampoco evitó delinear su cuerpo con la mirada: tirada boca arriba en el suelo podía observar la curvatura de su pecho, el delineado de su rostro y sus piernas asomadas a través del vestido levemente levantado. Miraba su cabello blanco desparramado por el piso y los carnosos y tentadores labios rojos que nunca pudo besar.

Mangle seguía sin percatarse de su presencia, parecía perdida en algún lugar imaginario al que solo llegaba cerrando los ojos. Entonces, Springtrap abrió la celda y entró, el sonido de la reja la sobresaltó haciéndola salir de su trance y se levantó inmediatamente, encontrando frente a ella a ese hombre, ese conejo que siempre había odiado, y lo peor de todo es que seguía vivo.

—Buenas tardes, Madeleine... —saludó Springtrap entrando a la celda y cerrándola.

—¿Zelig?...

Springtrap se acercó a una pequeña y medio dañada mesa de madera, de donde retiró un plato de avena sin tocar del día anterior y lo cambió por la comida recién preparada.

—Me informaron de que no querías comer, así que he venido a dejarte yo mismo la comida y... a hablar contigo.

—¿Por qué sigues vivo?

Las palabras fueron pronunciadas con tanta frialdad y dureza que claramente expresaban que para ella era una completa desdicha que él no hubiera muerto.

—Bueno, no es fácil recuperarse de una herida como la que me hizo Franz —repuso el peliverde con algo de humor—, pero... tampoco es imposible.

Notó que la expresión de Mangle decayó cuando escuchó nombrar a Foxy. En ese momento intentó acercarse a ella.

—¿Madeleine?

—¡No me toques! —exclamó ella retrocediendo—. Eres un bastardo.

—Sólo quiero ayudarte —agregó, pero luego retrocedió un par de pasos—. Bien, me alejaré si quieres.

—Sí, y mantente a esa distancia para toda tu desgraciada vida.

Mangle desvió la mirada y se abrazó a sí misma. Springtrap parecía extrañamente amable, pero no iba caer en sus engaños.

—Estás delgada...

—No es de tu incumbencia.

Con eso bastó para que Springtrap se retirara encamando sus pasos hasta la reja. Abrió la celda y le dio otra mirada a Mangle antes de cerrarla.

—No te seguiré molestando, pero al menos come, te hará bien. Sé que crees que soy malo, pero me preocupa tu bienestar.

Dicho esto, cerró la celda y Mangle escuchó cuidadosamente el como se alejaban los pasos hasta abrir y cerrar la puerta del calabozo. Miró de reojo el plato con crema y su estómago rugió; en realidad si que tenía hambre, pero no se sentía animada a comer. Desde que Foxy la dejó, no había tenido ganas de nada, y creía que así sería el final de su vida.

ו×

Por otro lado, todos esos días Foxy estuvo cuestionandose una y otra vez cómo podría rescatar a Mangle. Pensó que ella de seguro ahora lo odiaba, pero por lo menos quería darle la libertad que ella merecía, si ella ya no lo quería al menos quería verla libre ¿pero cómo iba a lograrlo?

Entonces supo, que su única opción de obtener ayuda era saliendo de Francia, pues, dentro del país no iba a lograr nada.

Debía tener cuidado, ya que los robos que estuvo haciendo en las madrugadas llevó a aumentar la seguridad en las calles. Pero gracias a su astucia, consiguió entrar a una tienda de ropas. Caminó detrás de los mostradores donde habían largos vestidos elegantes para las damas y algunos trajes. Siguió buscando y en un cajón encontró una capa marrón con capucha. Le parecía perfecto, entonces salió del lugar tan agilmente como había entrado no sin antes tomar varias piezas y accesorios de oro.

Se puso la capa, cubrió su cabeza y parcialmente su cara con la gran capucha, y caminando así que en la oscuridad de la noche parecía un cuerpo intimidante. Se encontró con un cochero que dormía sobre su carruaje. Le sacudió el brazo primero suavemente, ya luego lo hizo con brusquedad hasta que este se despertó sobresaltado.

—Necesito transporte.

El cochero, que era un sujeto de mediana edad pero de aspecto demacrado y de no muy alta estatura, se removió en su lugar y frotó su rostro con frustración.

—Más vale que tengas un buen pago para mí si quieres que te lleve a algún lugar a estas horas —refunfuñó.

Sin embargo, su malhumorada expresión se relajó cuando Foxy le mostró en su mano varios anillos, collares, monedas de oro y accesorios con diamantes incrustados. El cochero pretendió tomarlos al instante, pero Foxy cerró y retiró su mano rápidamente.

—¿No se supone que antes necesita preparar a los caballos?

El contrario bufó, pero se levantó sin objetar y se dirigió a algún lugar en la oscuridad, de dónde regresó trayendo un par de caballos mientras Foxy le esperaba a un lado del carruaje jugando con una de las monedas, tirándola al aire y atrapandola en su mano.

—¿A dónde se dirige? —preguntó mientras aseguraba los caballos al carruaje.

—A Londres.

—¡¿Londres?!

Foxy asintió.

—Me temo que necesitaremos más caballos... —agregó indiferente el pelirrojo.

El hombre se alejó nuevamente pronunciando algunas cosas entredientes que Foxy ignoró por completo. Y unos cuántos minutos después el carruaje ya estaba preparado. Una vez listos, Foxy se subió a la parte delantera, el lugar del cochero.

—Disculpe señor, pero ese es mi lugar —comentó el cochero.

Foxy miró por lo bajo al hombrecillo, su rostro estaba ensombrecido gracias a la capucha, haciéndolo irreconocible. Tomó las riendas y las sacudió con fuerza. Los caballos empezaron a correr al instante y llevándose consigo a Foxy con el carruaje. El cochero le gritó y persiguió lo que pudo, pero lo perdió de vista y se rindió.

Al galope Foxy era llevado en el carruaje, la velocidad y el viento contra su rostro hizo caer la capucha descubriendo su cabeza. Afortunadamente ya estaba lo suficientemente lejos de la zona custodiada. Su siguiente destino era Londres, y le esperaba un largo camino por delante.

𝖫𝖺 𝖮𝗍𝗋𝖺 𝖢𝖺𝗋𝖺 𝖣𝖾 𝖫𝖺 𝖬𝗈𝗇𝖾𝖽𝖺 (𝑭𝒐𝒙𝒂𝒏𝒈𝒍𝒆) ||EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora