Capítulo Siete

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Francia no había cambiado mucho en los últimos dos años, bueno, salvo por el hecho de que crecientemente la situación comenzaba a recrudecer. Gradualmente la aristocracia se volvía cada vez más odiada, pero aquellos asuntos sociales no parecían afectar a Springtrap, quien seguía siendo parte de la realeza. Sobrevivir a aquel ataque provocado por la espada no fue algo fácil, fue una lenta y dolorosa recuperación que le tomó mucho tiempo sobrellevar, pero a fin de cuentas, el pelidorado sujeto seguía vivo, y había continuado con su vida. Y le estaba yendo muy bien.

—Traigo noticias.

Un mensajero entró en una habitación repleta de libros y documentos, y sentado en un escritorio con su característico aire arrogante, estaba él, el prometido de la princesa Madeleine: Springtrap.

—¿Noticias? —repuso dejando a un lado la pluma—, ¿son para el rey?

—Con el debido respeto, señor —continuó el mensajero cerrando la puerta—, estas noticias le interesarían a usted.

Soltando aire pesadamente, Springtrap se levantó de su escritorio con su copa en la mano y caminó en la habitación mostrando desinterés, mirando hacia algún punto fijo en el aire.

—No me interesan las noticias políticas y sociales de lo que está sucediendo con la gente allá afuera.

—Señor, nuestra marina ha capturado a la tripulación del Plötzlicher Tod.

Sorprendido, la copa cayó de su mano haciéndose pedazos contra el suelo. Le dirigió la mirada al mensajero con sorpresa. Pensaba que nunca volvería a tener una buena noticia sobre eso. Pero algo le interesaba en especial: Mangle.

—¿Qué hay de Madeleine?

El mensajero guardó silencio unos instantes antes continuar, y respondió después de tomar aire.

—E-escapó, ella y Franz lograron escapar...

El pelidorado sonrío, y dejó salir una risa seca y burlona.

—Nunca cambia, vaya que le encanta escapar de sus problemas... —bajó la mirada riendo por lo bajo, y redirigió la mirada hacia el contrario—. Quiero que monten guardia, ¡en todas partes! no podrán llegar muy lejos en un bote y las costas que tienen más cerca son las nuestras. No tienen alternativa.

Dándole su afirmación, el mensajero se fue y Springtrap quedó nuevamente sólo, mientras pensaba:

Madeleine, así que nos volveremos a ver...

Mientras tanto, en las costas estaban los mismos puestos de pesca, los pequeños comercios y las típicas personas caminando buscando algo que comprar, sin embargo, por alguna razón no habían tantos compradores ese día. Foxy y Mangle bajaron del bote lejos de los muelles, en la parte menos habitada y mientras lo hacían, cuidaban de no hacer contacto visual con las demás personas. Siguieron su camino hasta llegar a un punto del lugar que no estaba poblado, salvo por viejos establecimientos. Era una especie de lugar que anteriormente estaba repleto de casas y comercios, pero ahora no era más que un lugar abandonado y en ruinas. Se escondieron detrás de un viejo muro y suspiraron cansados del viaje. Mangle señaló un establecimiento frente a ellos.

—Podemos escondernos ahí.

Aún cansado y respirando algo agitado, Foxy acarició su cabeza y sonrió levemente ante la propuesta de su prometida y juntos entraron al lugar. La puerta estaba entreabierta y no fue difícil ingresar al abandonado local.

Parecía que en tiempos anteriores, había sido un... ¿mercado? ¿Depósito? Lo cierto es que poseía vitrales y cajas para la venta y guardado de alimentos. Todo estaba muy polvoriento y solitario, incluso se sentía incómodo el ambiente. Con elbmotivo de estar bien ocultos, Foxy sugirió seguir avanzando, por lo que continuaron el camino por un pasillo con paredes maltrechas y con manchas de humedad, donde al final de éste se encontraron con una puerta que al abrirla dió a un sótano. Foxy intentó adelantarse en bajar de no ser porque ella lo detuvo.

—Foxy... —murmuró con miedo Mangle sujetándolo del brazo, viendo tras él el oscuro interior y las escaleras que daban camino abajo.

Él sabía que estaba nerviosa.

—¿Qué le pasa a mi capitana? —la tomó de las manos—. ¿Mi valiente capitana tiene miedo?

Mangle sintió su garganta contraerse y tragó seco, apretando sus labios entre sí.

Conociéndola, Foxy sabía que la calmaba ver que él se tomara las cosas con calma y diversión, alguna broma la hacía serenarse, así que sonrió y la acercó a él.

—¿O quieres que te cargue hasta abajo? —agregó coquetamente.

—¡Foxy!

Rió amablemente y le acarició las mejillas.

—Estoy contigo, Manguito, no temas.

—Gracias...

La apegó a él y juntos bajaron por esas escaleras que peldaño por peldaño los llevó hasta el oscuro sótano. Apenas tocaron el piso del lugar se escucharon pedazos de vidrio, y al caminar Foxy tocó una botella que rodó por el suelo. Todo estaba muy oscuro y, afortunadamente, tanteando entre unos estantes Mangle encontró un cerillo que no tardó en encender arrastrándolo por la pared. La tenue luz iluminó un poco el lugar.

—Un almacén de vinos... —mencionó la albina.

—¿Cuánto tiempo tendrá este lugar así? —agregó Foxy, quien se había encontrado una vela y se acercó a ella para encenderla.

—No lo sé pero... se ve aterrador.

—Pues... me temo que este será nuestro escondite, capitana.

Mangle se volvió a verlo, y Foxy continuó hablando.

—Nos acomodaremos con los días... será solo hasta que podamos salir de aquí y volver a nuestros días de gloria.

Claramente la idea de vivir en un oscuro sótano polvoriento, húmedo y con vidrio esparcido en el piso no resultaba muy alentadora, pero... ¿acaso tenían de otra? Mangle le quitó la vela a Foxy de las manos y la sostuvo en una de las suyas mientras posaba su otra mano en la mejilla del pelirojo. Se miraron fijamente a los ojos y Foxy exhaló suavemente.

—Perdón por hacerte pasar por todo esto...

—¿Perdón? —repuso ella apresuradamente—. Junto a ti, no podría ser más felíz, sin importar la ocasión o el lugar.

Al notar que él la seguía mirando sin estar muy convencido de sus palabras, ella sonrió y rió ligeramente para seguir hablando.

—Aún cuando sea un oscuro, sucio y tenebroso sótano.

El comentario hizo reír a Foxy, quien la acercó a él de la cintura, y pensó que aún cuando su ropa y sus pálidas mejillas estuvieran sucias, su cuerpo cansado y delgado, ella nunca, nunca, dejaba de verse tan hermosa y reluciente, era como una fresca brisa. Al verla junto a él, sentía que no todo estaba tan mal, seguían juntos.

Mangle apagó la vela dejándolos a oscuras, para así unirse ambos en un cálido, íntimo y apasionado beso cargado del más puro sentimiento.

𝖫𝖺 𝖮𝗍𝗋𝖺 𝖢𝖺𝗋𝖺 𝖣𝖾 𝖫𝖺 𝖬𝗈𝗇𝖾𝖽𝖺 (𝑭𝒐𝒙𝒂𝒏𝒈𝒍𝒆) ||EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora