Capítulo Veinticuatro

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≈•≈• Pequeña advertencia de +18 •≈•≈


—Chozas, chozas... ¡ajá! Ahí están —señaló Fix.

Los tres dirigieron la mirada hacia una parte específica de la isla desde donde podía verse una porción de terreno con dichas construcciones. La noche ya había caído, y sólo una que otra antorcha en el camino le daba iluminación al lugar.

››Bueno, par de tortolitos —agregó tras notar que el par de recién casados no se separaban ni un poco del otro—: ustedes adelantese, yo me quedaré un rato más por aquí.

—¿Aquí? ¿Estás segura? —intervino Mangle, a lo que Fix asitió.

Sip —dijo con naturalidad—. Quiero que el viejo Dlanor me enseñe un poco sobre su magia y esas cosas... ya saben —empezó a retroceder.

La pareja de zorros no se negó a su deseo. Después de todo, querían estar solos lo antes posible. El camino hacia las chozas no tuvo necesidad de palabras. Caminaron por el sendero ya marcado hablándose con tan solo una que otra caricia y un beso pequeño y casto.

Al llegar a la zona se percataron de que no sólo eran chozas, también se encontraban lindas casitas sobre los árboles. Las probarían en una segunda ocasión.

≈•×•≈

La choza más alejada del resto fue la que escogieron. Allí, en la soledad de las penumbras de la noche dieron rienda suelta a sus intenciones de la forma más amorosa posible. Tras cerrar la puerta sus labios se buscaron automáticamente y se colmaron de besos, saciando esa sed de unirse de tal manera. Se separaban breves instantes para mirarse y luego volvían a sus apasionados besos, Foxy poniendo sus manos en la cintura de su ahora esposa, y Mangle en el pecho del contrario.

—Parece que no tenemos cama... —observó Foxy los alrededores cuando se separó por unos segundos.

—No necesitamos una —señaló Mangle, aunque luego sus ojos divisaron una forma en un rincón de la pequeña y modesta choza.

Se trataba de una humilde suavidad hecha con algunas plantas que hacían el intento de cama. Eso sería suficiente para ambos.

—Nos encargaremos de hacerla más cómoda —sonrió Foxy.

No dejarían que nada ni nadie interrumpiera ese encuentro; ya estuvieron mucho tiempo con un muro entre ellos y finalmente estaban completamente unidos, libres, felices. Mangle le devolvió la sonrisa y volvieron a besarse, esta vez con un poco más de pasión, deseo, anhelo. Lentamente ambos fueron despojando de sus ropas al contrario. Foxy las tomó y las puso sobre la ‹‹cama›› para hacer una superficie un poco más suave. No perdió un segundo más y volvió a centrar toda su atención en el cuerpo de su adorada esposa pegándola más al suyo, deseando tener más de ella. Sus labios comenzaron a besar su cuello, sus hombros, y lentamente bajar por su pecho, zona la cual ya estaba sin telas estorbosas entre ellos. Empezó a besarla en dicha zona de su cuerpo entre lamidas, hasta llegar a sus pechos.

La piel de la albina era tan blanca, tan suave, que se ponía roja de cualquier toque. Un pequeño chupetón era suficiente para dejarle una marca que no sería fácil de quitar, pero ¿eso qué importaba?

Empezó a lamerla, besarla y chuparla con tanto deseo que Mangle deslizaba sus manos por su cabellera negra con pequeñas mechas rojas soltando algunos pequeños suspiros. Su amado se sentó enmedio de la estructura acolchada y tomándola a ella con delicadeza de las caderas hizo que se sentara sobre él.

Ella empezó a besarle, le besaba con tanto cariño que demostraba lo felíz que estaba de estar junto a él, demostraba su cariño, su alegría, y claro: también su pasión. Lo acariciaba mientras él también lo hacía con su cintura. Las caricias de la albina poco a poco llevaron sus manos hacia su parte, le masajeó un poco en tal lugar recibiendo como respuesta pequeños... gruñidos de parte de su amante. La peliblanca hubiera seguido -no habría tenido problema alguno en continuar- pero entonces Foxy la interrumpió tomando sus manos y alejándolas. En el instante en que ella intentó protestar Foxy tiró de sus manos para acercarla a él y comenzó a devorar sus labios con un poco más de pasión, a lo que ella correspondió con un pequeño gemido.

Comenzó a pensar cómo podía sentirse tan susceptible al tacto de su amado, sentía que iba a deshacerse entre sus manos. Con sólo ese beso sentía mil sensaciones en su cuerpo, incluyendo una sensación una allí abajo que no correspondía a ella. Tras esto no tardó en percibir como el contrario la tomaba de las caderas y la levantó ligeramente o al menos lo suficiente. Luego ella misma se dejó caer, llenándose de él.

Su beso se vio cortado por un gemido que escapó de parte de ambos. Foxy sujetaba las caderas de Mangle y comenzó a moverlas muy despacio y con cuidado, deseando hacer de cuenta de cada sensación y punto placentero. Mangle suspiraba con deleite en los labios de su amor, entonces fue ella quien tomó sus manos y las alejó.

—Déjame hacer esto —dijo reprimiendo pequeños gemidos.

Él le dedicó una pequeña sonrisa, una sonrisa con la que le decía ‹‹has lo que quieras››.

La albina comprendió su respuesta y, sin soltarle las manos, comenzó a moverse ella misma sobre él con la misma lentitud que él lo estaba haciendo. De sus labios salían pequeños gemidos, suspiros, y algún ‹‹te amo››.

Se sentían liberados, unidos, y si bien ya habían hecho esto veces anteriores, esta vez era una sensación única y especial. Un contacto delicioso y el roce de sus pieles con cada movimiento de la albina provocaba que una oleada de nuevas sensaciones se extendiera a lo largo de ellos. Tan serenos y suaves como la mar tranquila que le abre paso al indomable barco. Mangle soltó sus manos y ahora se aferró de sus hombros para empezar a moverse más fuerte sobre él, cada vez con más velocidad. Foxy, por su parte, la abrazó de la cintura con fuerza para sentir aún más cercana la unión de sus cuerpos -de ser posible eso-.

A medida que los movimientos de la albina incrementaban más fuerza, Foxy comenzó a besarla y a acariciar todo su cuerpo, como si aún no tuviese suficiente, como si su cuerpo fuese su oxígeno y necesitara más de ella para vivir. De igual manera los gemidos se fueron intensificando. Mangle ya toda sudada y con su blanca cabellera húmeda recayendo en su desnuda espalda, pecho y hombros que se adhería a su piel mojada, tomó a su amado zorro de las mejillas para verlo a los ojos. Sus miradas doradas conectaron y se observaron a detalle. Ninguno supo reconocer el brillo natural en los ojos del contrario, pues éste había desaparecido y había sido reemplazado por una mirada oscura y lujuriosa. Sus bocas entreabiertas que liberaban gemidos espontáneos cómo clara muestra del placer puro, eran como una invitación a volver a besarse.

Y así lo hicieron.

Se besaron profundamente y sus lenguas se encontraron en el camino. Luego se separaban para gemir y mirarse, para más tarde volver a devorarse a besos mutuamente. Eran como una mar embravecida e impredecible, la adrenalina y el desenfreno estaba por delante.

Todo esto, sin dejar de decirse ‹‹te amo››.

𝖫𝖺 𝖮𝗍𝗋𝖺 𝖢𝖺𝗋𝖺 𝖣𝖾 𝖫𝖺 𝖬𝗈𝗇𝖾𝖽𝖺 (𝑭𝒐𝒙𝒂𝒏𝒈𝒍𝒆) ||EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora