Capítulo Seis

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Un par de horas más y dejarían de ser prisioneros, pronto iban a tener la libertad que tanto estaban anhelando, esa libertad que salvaría sus vidas, el par de zorros planeaban cuidadosamente el movimiento, sin percatarse de que el resto no decía siquiera una palabra al respecto.

—¿Hay botes?

—Deberían haber —agregó Foxy, luego dirigió la mirada al pequeño—, necesitamos que nos prepares un bote.

—Foxy, es sólo un niño...

—¿Y crees que yo comencé con esto cuando te conocí? —contestó el pelirrojo, mirándola, para luego redirigir su atención al menor—. ¿Podrás hacerlo?

El pequeño castaño se mantenía inseguro y titubeante, de pie frente a las celdas de los zorros.

—Mira —comentó Mangle al ver la inseguridad del pequeño—, es como una misión secreta, de la que tú eres el héroe —sonrió con dulzura—, has de cuenta que es un juego...

—¿Un juego?

—Sí, sí, ¿te gustan los juegos, verdad?

El niño asintió.

—Y seguro que eres muy bueno jugando, tenemos que ganar esta partida y tú serás la llave maestra.

Nuevamente el niño asintió, esta vez más seguro y emocionado, y, siguiendo lo anteriormente planeado, procedió primero a sacar de sus celdas al par de zorros. Apenas hizo esto, Mangle se agachó y lo abrazó con profundo cariño, al soltarlo el niño salió con cuidado y silencio del calabozo para seguir el plan, dejándole las llaves a Foxy.

—Buena manipulación.

—Sólo hay que hablarle en un idioma que entienda —respondió Mangle, mirándolo—, además, somos piratas, ¿no?

Foxy rió por lo bajo.

—Eres muy astuta.

El pelirrojo comenzó a abrir las celdas de sus compañeros silenciosamente, mientras tanto, Mangle custodiaba la puerta. Pero... sin embargo, al terminar de abrir las celdas, nadie se animó a salir. Todos seguían igual tal y como se encontraban.

—¿Piensan salir? —refunfuñó Foxy.

Pero había completa tranquilidad, nadie decía palabra alguna, nadie se movía, y nadie se motivaba a dar un paso fuera. Frustrado y extrañado, Foxy les llamaba y caminaba entre ellos, pero no había ninguna respuesta.

—No vamos a arriesgarnos... —murmuró uno de ellos.

—Hacer eso es una misión suicida —agregó Bonnie.

—¿Entonces prefieren quedarse aquí, y morir al llegar a Francia?

—Al menos tendremos más tiempo de vida.

Foxy se limitó a gruñir, y se alejó de ellos para acercarse a Mangle, quien llevaba rato mirando la escena estupefacta. Foxy reconocía que era algo peligroso, pero si querían escapar, debían hacerlo con o sin ellos.

—No... ¿en serio se van a quedar?

La albina intentó acercarse a las celdas, pero fue detenida por Foxy al tomarla del brazo.

—Déjalos.

—No podemos dejarlos...

—Mangle —la acercó a él para mirarla a los ojos—, no hay tiempo... yo tampoco quisiera hacer esto. No hay nada que podamos hacer.

»Un capitán es uno con los suyos y viceversa, pero si ellos se resisten ya no depende de nosotros.

En eso la puerta del calabozo se entreabrió ligeramente, permitiendo asomarse el pequeño castaño a través de ella. Foxy se acercó a él entretanto Mangle seguía mirando a sus compañeros, que se habían rendido y desmotivado.

—¿Hay guardias cerca?

—No, señor.

Dando unos pasos al frente, en la oscuridad la albina contempló a los prisioneros a través de celdas abiertas, exhaló profundamente cuando Foxy posó su mano en su hombro.

—Hora de irnos.

—Cuídense mucho...

Pero no hubo respuesta a tal comentario, sólo se contemplaban los rostros afligidos de la tripulación que ya ni tenían ánimos de contestar. Foxy tomó a Mangle de la cintura para hacerla salir del trance, y juntos salieron por la puerta, que, al cerrarse, se llevó la poca luz que se filtraba dejando el calabozo y a sus prisioneros en completa oscuridad y soledad.

Al salir de los calabozos a paso rápido pero silencioso, ambos zorros siguieron al muchacho por rincones oscuros del barco, evitando a los guardias y cualquier ente que delatara su presencia. Pese al cuidado con que andaban, Mangle tropezó con un barril sobre el que había una botella de vino, que tambaleando estuvo a punto de caer de no ser porque la sujetó a tiempo. Los dos se volvieron a verla, y al dejar la botella en su lugar, siguieron el camino hasta los botes.

—Sólo pude arreglar uno.

—Eso basta —respondió Foxy, recordando que ahora él y Mangle estaban solos en eso—, no hará falta otro bote.

También lo comprendía, seguramente el niño torpemente  apenas y pudo alistar uno. Se asomó a la borda, y el bote se encontraba ya en el agua. Asintió satisfecho. Tomó a Mangle de la mano con cariño pero seguridad, y la miró a los ojos.

—Mangle, tú primero.

—Gracias por todo —contestó ella, inclinándose un poco para tomar el pequeño de las mejillas y depositarle un beso en la coronilla—, si eres un buen jugador —sonrió.

Dicho esto, lo abrazó con profundo agradecimiento.

Con los corazones por salir de su pecho, Foxy ayudó a Mangle a descender del barco a través de una gruesa soga hacia el bote, resultaba ser un trabajo complicado tomando en cuenta la gran altura, pero finalmente la albina estaba segura. Cayó al agua al final dado la distancia que había entre ella y el bote, pero nadó hasta subirse al mismo.

Ahora era Foxy quien debía descender. Aseguró la soga en un punto seguro y lentamente comenzó a bajar. Era muy doloroso, más no se quejaba. En la soga iba quedando marcada la sangre de sus recientes heridas que volvían a abrirse y ardían al soportar el peso de su cuerpo sobre ellas. También cayó al agua silenciosamente y pronto estuvo con la peliblanca en el bote.

Suspiraron aliviados, y agradecieron al niño con la mirada, al haber culminado las despedidas el niño se alejó de borda para evitar sospechas no sin antes soltar la soga y arrojarla con ellos. Foxy y Mangle quedaron solos en la mar, alejándose de aquel barco que los tenía privados de esa libertad que tanto aman los piratas. Pero eso no significaba que ahora las cosas estuvieran fáciles; aún debían encontrar un escondite.

—Tendremos que volver a Francia...

—Sí —contestó Foxy mientras movía el bote—, y nuestras caras están por todos lados en tierra francesa...

Ya iban algo lejos del barco. Mangle suspiró, mirando el océano negro oscurecido por la noche y el reflejo de la luna mirarse en el agua. La visión era hermosa y misteriosa, pero con su situación no podía disfrutar del paisaje en ese momento. Foxy notó la melancolía en ella, y dejó de remar sólo para poder mirarla.

—Estaremos bien, zorrita —sonrió.

Una pequeña sonrisa surcó sus labios, y le devolvió la mirada con dulzura.

—Mientras esté contigo, sé que estaremos bien.

Consientes de que las cosas se complicarían aún más en Francia, siguieron su camino, sin nada más que esperar sino que la suerte estuviera de su lado.

𝖫𝖺 𝖮𝗍𝗋𝖺 𝖢𝖺𝗋𝖺 𝖣𝖾 𝖫𝖺 𝖬𝗈𝗇𝖾𝖽𝖺 (𝑭𝒐𝒙𝒂𝒏𝒈𝒍𝒆) ||EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora