Tal como dijo Kikuchi-kun, esto es un exceso de ternura.
Kikuchi Takeo sacó a alrededor de diez perritos de sus jaulas y se fue a otra habitación para dejarnos jugar con ellos solos.
Los primeros quince minutos lo único que pude hacer fue quedarme embobada mirando a cada uno de ellos mover ansiosamente sus colas, rascar sus pequeñas y en otros casos grandes orejas, y hasta jugar entre los suyos. Emiten unos sonidos tan dulces y divertidos cuando ladran que no puedo esperar a escucharlos otra vez.
Ahora, Kikuchi-kun y yo nos encontramos agachados (bueno él de cuclillas y yo sentada por mi estúpidamente bota) y metidos entre medio de las bolas de pelo para jugar con ellas.
— Yoshioka-san, prueba darle esto — mi compañero me señala un hueso con su dedo y con su cabeza me apunta al pequeño perrito de pelo enrulado y blanco al que le acaricio primero el estómago para luego pasar a su cabecita.
— Buena idea — asiento y con una sonrisa gigante le presento el hueso a mi nuevo amigo.
Como si fuera un niño con una golosina, el perro me ladra unas cuantas veces antes de abalanzarse sobre mí y obsequiarme torpes lengüetadas que prefiero llamar besos en agradecimiento. Me rio con ganas y lo abrazo con tanta fuerza que temo que se vaya a romper, pero no puedo evitarlo. ¡Son demasiado tiernos! Me separo de él para que pruebe su pequeño regalo y lo observo mordisquear con sus filosos y sucios dientes la punta del hueso.
De repente, me invade la extraña sensación de estar siendo vigilada, por lo que me doy la vuelta. Me encuentro con la intensa mirada de Kikuchi, quien está ahora de pie y me da una sonrisa afectuosa de boca cerrada. Por alguna razón, mis mejillas arden y debo ocultarlas dividiendo mi cabello en dos y juntar las puntas por debajo de mi barbilla.
— Tienes una gran sonrisa ¿sabes? — rompe el silencio.
Su comentario hace que ahora también me ardan las orejas, pero mi sonrisa se ensancha.
— No puedo evitarlo. Son muy hermosos y su pura alegría es excesivamente contagiosa.
Kikuchi-kun ríe y asiente, dándome la razón.
— De seguro a Yuri y a Shuuko les habría encantado conocer a estos pequeños — comento abrazando a un perro de grande tamaño y con un pelaje marrón hermoso que se me acercó.
— ¿A ellas también les gustan los perros?
— Sí, cuando vemos uno en la calle acosan al dueño hasta que las deje acariciarlo — recuerdo entre risas.
— Puedo imaginarlo. En especial a Makita-san. Parece una chica muy... intensa — dice Kikuchi-kun tratando de escoger la palabra adecuada.
Me rio nuevamente y meneo la cabeza. Si Yuri lo hubiera escuchado no estaría para nada feliz.
— Lo sé, tiene esa personalidad a veces, pero es genial. Fue mi primera amiga de verdad en la preparatoria, ella me ayudó a cambiar para bien, así que por eso le estaré eternamente agradecida.
Kikuchi-kun me mira como si algo en mis ojos le afirmara la veracidad de mis palabras. Después de unos minutos, vuelve a hablar.
— Se nota que ustedes de verdad se aprecian. Me alegra.
Le brindo una sonrisa de boca cerrada y me preparo para darle la bienvenida a otro ser perruno. Sí que soy afortunada al tener estas amigas, Kikuchi tiene razón. Me pregunto si él sentirá lo mismo con sus amigos.
— ¿Y qué hay de ti, Kikuchi-kun? Pareces llevarte muy bien con tus amigos también, ¿verdad?
El pelirrojo reflexiona sobre ello por unos segundos, su mirada perdida en un punto fijo de la habitación, obstaculizada por algunos flecos naranjas que caen sobre sus ojos. ¿Qué es lo que merece tanto pensamiento?
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Ao Haru Ride: la distancia entre nosotros
FanfictionEsta es la historia de Ao Haru Ride, comienza inmediatamente después del capítulo 26 del manga. Los personajes no son míos, sino de Io Sakisaka, pero igualmente amo a Kou y Futaba. Es recomendable leer el manga para entender, ya que hay varias situ...