Capítulo 26

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P. O. V. Kou.

Soy un imbécil.

Un imbécil, un idiota, un estúpido arrogante y un tonto egoísta.

Paso por quinta vez una mano por mi pelo despeinado gracias a la fría brisa de la noche, pensando en lo que he hecho. Esta vez sí que metí la pata. Rasco mis ojos con fingida serenidad.

Volví a hacerla llorar...

Un impulso de patear un tacho de basura a mi lado me invade repentinamente, pero lo pienso dos veces y continúo con mi silenciosa caminata. Suspiro y observo mi alrededor. ¿Las calles siempre fueron así de oscuras? Particularmente hoy, todo parece más apagado. Una vaga, pero familiar sensación de abatimiento me golpea casi sin que yo me dé cuenta al admirar con ojos cansinos el negro que cubre las veredas. Un negro al cual me había desacostumbrado y ahora que lo tengo frente a mí entiendo que en realidad no vino de golpe, sino que se fue haciendo cada vez más visible mientras yo se lo permitía con mis ojos cerrados.

Levanto mi vista a las estrellas. Busco en ellas esa luz preciada que me venía acompañando sin importar qué y ya no encuentro. Si está en algún lado tiene que ser en las estrellas. Eso es lo que pienso al tiempo que suplico con mis ojos al cielo nocturno y las contemplo por lo que parecen horas. Reparo en que el brillo de las estrellas que vi la última vez que me paré en la calle a apreciarlas se ha apagado hasta casi desvanecer por completo. Con amargura, comprendo que son similares a las que vi hace un largo tiempo. Estrellas que no extrañaba para nada.

"Vete".

Sus palabras suenan en mi mente una y otra vez. Quiero estampar mi cabeza contra un árbol cada vez que recuerdo su rostro al borde del llanto, decepcionada y confundida otra vez por mi comportamiento. Debe pensar que lo hago a propósito. Debe creer que mi intención es jugar con ella. Y no la culpo. Sé que el que está haciendo las cosas mal soy yo.

Pero si tan sólo no hubiésemos estado tan cerca...

Ya no podía más. Había querido besarla desde incluso antes del campamento. Observarla todos los días caminando con su usual torpeza, riéndose por cualquier cosa, escondiendo sus mejillas entre su sedoso cabello como ella sola sabe hacer, frunciendo tanto el ceño cuando estaba enojada que hasta preocupaba si no le quedaría una marca después... era una tortura. Por cada cosa que ella hacía, por mínima que fuera y aunque me hiciera rodar mis ojos o golpear levemente su frente o incluso llamarla "idiota", me encontraba siempre imaginando cómo se sentiría volver a besarla. O hasta a acariciarla. Cuando tomaba conciencia de mis pensamientos me avergonzaba tanto que agradecía que nadie pudiera leer mentes o de lo contrario todos creerían que soy un pervertido. Pero no podía evitarlo. La veía mostrar su estúpida sonrisa, o peor, mostrármela a mí y la idea de tomarla entre mis brazos y solamente disfrutar de su tacto nunca había sonado tan tentadora. Quería hacerlo, pero me contuve. Me contuve por Yoshioka. Porque no iba a ser justo para ella si luego iba a actuar como si nada. Sabía que terminaría mal y es exactamente la razón por la cual me prometí a mí mismo que ni siquiera rozaría sus labios.

Hasta hoy.

Me tuvo todo el día pensando en ella todavía más que de costumbre. No quería hablarme, eso estaba claro. Y por alguna razón yo no lo estaba tolerando. De repente, me encontré sin saber siquiera la materia de la clase en la que estábamos y mirándola con la esperanza de que me dirigiera por lo menos una mirada de soslayo. Era tan frustrante y el hecho de que me estaba molestando hizo que me pusiera de peor humor.

Me di cuenta desde el momento en que puso un pie en la clase que algo iba mal. Sus nerviosos y culpables ojos miraban a cualquier lado menos hacia mí. Ambos lo sabíamos. Casi me sacó una sonrisa admirar la transparencia de su personalidad. Esa tonta... es tan fácil de leer que hasta a veces resulta irritante.

Ao Haru Ride: la distancia entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora