Capítulo 05

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Cada uno empieza a desocupar la sala y yo por fin puedo darme un respiro

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Cada uno empieza a desocupar la sala y yo por fin puedo darme un respiro. Haber estado una hora escuchando sus reclamos y sus exigencias me dejo exhausta al punto de querer irme en este mismo instante a mi departamento. Dos golpes en la puerta me obligan a quitar la mano de mi rostro para poner mi atención a la persona que me está buscando.

—El señor Rusell está en su oficina —me señala Lili.

—Enseguida voy.

Me levanto dejando todas las cosas como están y tan solo tomo mi teléfono para salir de la sala. Relajo mi cuerpo cuando estoy en mi oficina, lo veo de espaldas mirando la ciudad a través del ventanal y respiro profundamente antes de pasar. Al escucharme se levanta para situarse delante de mí, esos ojos avellanas que me amedrantaron la otra noche me reciben de la misma manera

—Un gusto de verlo señor Rusell.

—Beckham, creo que ya deberíamos quitarnos las formalidades.—Asiento. Lo invito a sentarse a mi lado en el sofá. Tomo la carpeta que deje en la mesa de centro y se lo entrego.

—El contrato con mis términos y proposiciones.

Lo abre para sacar los papeles que escribe toda la noche de ayer. Empieza a leer concentradamente y mis ojos se van desde sus labios hasta su cuerpo robusto y trabajado. A pesar de ese traje que cubre todo eso, me doy cuenta que es alguien que se esmera en verse bien y pienso que hasta con una bolsa de basura esa belleza no se iría, hombres como estos son atractivos desde que nacieron

—Lo acepto. —Me mira desprevenidamente y yo me irgo intentando no atrever mi falta de ética por haberlo visto de la manera en el que lo hice. Maldito Thiago que me metió en la cabeza acostarme con él.

— ¿Hasta con el punto siete? —le inquiero seriamente. Recuerdo que puse ese punto para ponerlo a prueba y creo que lo paso.

—No me entrometeré en nada hasta que tú me des tu autorización.

Es inteligente o muy minucioso, no lo sabré hasta que de verdad tenga que quedarse de brazos cruzados sin poder hacer absolutamente nada, hay veré si acata mis reglas o no, hasta ahora tengo que fiarme por su palabra.

—Y con eso puedes firmar.—Le entrego una lapicera. Apoya la hoja en la mesa de centro y antes de firmar me mira como si tuviera la respuesta a su pregunta o mejor dicho tuviese las respuestas a sus inquietudes, pero cuando estoy por preguntarle porque me mira de esa manera, deja de hacerlo y firma.

—Toma.—Guardó el contrato en la carpeta para levantarme y dejarla en el maletín.

—Ahora tú parte, pero antes te quiero llevar a las instalaciones, ya que ahora eres mi mano derecha, tienes el derecho de saberlo.

—Te cuesta decirlo, ¿Verdad? —me pregunta con una sonrisa socarrona y si supiera cuanto me molesta no estaría preguntando, mi rostro dice absolutamente todo.

Morfina (Adicción I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora