Capítulo 4: sospechas

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Valente estaba enfurecido. Desde que su esposa estaba en el poder del clan, se sentía desplazado por sus propios socios. Ya no tenía acceso a las reuniones o información que un año atrás hubiera caído directamente a sus manos. Sumado a eso, se sentía tenso porque no había recibido noticias desde Lombardía.

No soportaba ver a su mujer caminar de un lado a otro, gestionando mercancía, dando órdenes a sus subordinados, así como tampoco le gustaba tener al escolta tras él todo el día, sin margen de intimidad.

Concetta observaba desde el balcón del despacho cada movimiento de su esposo en el jardín, le recordaba a ella en aquellos momentos donde no podía entrar a las reuniones de él. Se sentía como el karma dándole su merecido al magnate por todos aquellos momentos donde la había considerado no apta para opinar en el negocio.

—Los japoneses te envían sus condiciones para el acuerdo—el fuerte acento ruso de Praskovia se escuchó en la habitación—. Es un todo o nada, si quieres acuerdo con ellos tendrás que aceptar.

—No me preocupan las condiciones mientras tenga terreno asiático controlado—afirmó sentándose frente a la carpeta y leyendo detenidamente. La rusa caminó hasta el balcón mientras ella firmaba los papeles.

—Tu esposo no se ve muy contento.

—Tendrá que acostumbrarse, soy yo quien lleva los negocios ahora—cerró la carpeta—. Envíalos de inmediato, necesito mandar la mercancía a Tokyo lo antes posible.

—¿No sientes curiosidad por saber dónde ha pasado todo este tiempo?—la rubia seguía mirando a Valente a través de la ventana.

—En Suiza, terminando de arreglar unos asuntos de una de sus propiedades.

—¿Por un año completo?

—A veces los asuntos inmobiliarios llevan mucho tiempo.

—Ya...—su expresión al girarse—. ¿Y ya os habéis reencontrado en la cama o seguís durmiendo por separado?

Los primeros días, tras la llegada de Valente, la Dama se negaba a mantenerse cerca de él. Aún sentía rabia solo de pensar que había estado un año fuera, sin dar explicaciones, dejando que le dieran por muerto y ni siquiera le agradecía por conservar el lugar del Clan entre las organizaciones europeas.

—Dormimos juntos, pero no... Solo lo hicimos el día del almacén. Hasta en la cama se ha vuelto un rancio.

 Hasta en la cama se ha vuelto un rancio

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Para mi querido Giraldo:

Prometí enviar esta carta en cuanto tuviera un momento de paz, pero nuestra pequeña Giorgia no ha hecho más que dar guerra y este es el primer instante en el que puedo sentarme a escribir con calma.

Solo quería decirte lo mucho que te extraño. Las noches se hacen demasiado largas sin tu calor y mis postres ya no tienen ese sabor tan especial que tenían cuando tu estabas aquí y me ayudabas a hornear. Giorgia también siente tu falta, no ha dejado de llorar por tu ausencia.

Tradimento [I & II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora