Las jóvenes habían terminado de acomodar sus maletas en la entrada cuando se encaminaron hacia el comedor de la enorme mansión.
—¡Madre!—Diletta llamó, asomándose en las escaleras para que su voz llegara a la planta superior de la casa.
—Dame un segundo, cariño—respondió terminando de encajar los aretes en sus orejas.
Concetta se miró al espejo una última vez antes de salir del cuarto y bajar hacia el comedor donde la esperaba su hija. La joven la admiró un instante, siempre lo hacía. Concetta, a pesar de sus cuarenta años, tenía la belleza de una muchacha de veinte. Sus ojos azabache y su cabello castaño lleno de ondas, su figura llena de curvas... Sin duda parecía una espléndida diosa, una con las manos manchadas de sangre.
—¿Tu padre no ha llegado aún?—Concetta miró hacia el comedor, donde Kira las esperaba.
—Padre marchó temprano en la mañana, llevaba una maleta pequeña, dijo que saldría de viaje y regresaría en la noche.
La mujer suspiró, tan típico de su marido, marcharse sin avisar. Más tarde le llamaría para regañarle y preguntarle sobre su regreso, no quería amargarse en aquel momento.
Acompañó a las dos jóvenes hacia el coche, ayudándolas a cargar el equipaje en el maletero, y condujo seguida de una multitud de escoltas hacia el aeródromo donde el jet privado las esperaba para llevarlas a su luna de miel, destino Rio de Janeiro.
Regresó a casa para el mediodía, después de resolver unos asuntos en el burdel que regentaba, parte del negocio matrimonial.
Entró en el despacho, su esposo aún no se comunicaba con ella y eso la ponía nerviosa. Valente no era el tipo de hombre de desaparecer sin avisar. Si bien era cierto que solía marcharse a sus viajes sin previo aviso, siempre enviaba un texto con su ubicación.
Encima del escritorio estaba la foto del día de su boda. El amplio vestido de Concetta ocupaba gran parte del plano. Fue, sin duda, la primera vez que Valente sonrió con sinceridad hacia su esposa, el día en que la enlazó con él y la coronó su reina.
Casi al otro lado del país, Valente entró en el cuarto del hotel que acababa de contratar. La reunión con sus socios franceses y las últimas noticias recibidas le hicieron viajar sin avisar a su esposa. Su reina... Aún recuerda la primera vez que la vio bailar, le dejó completamente hipnotizado con sus movimientos. Quería tenerla junto a él, entregarle el mundo...
—Señor, su coche está listo—uno de sus guardia advirtió, entrando en la habitación.
La noche se cernió sobre la Mansión Montagna y aún no había señales de Valente. Concetta comenzaba a desesperarse. Nadie le había visto, nadie tenía noticias. Ninguna reunión, cena o negocio pendiente... Valente simplemente se había esfumado de Roma y, aparentemente, también de Italia.
Tampoco hubo noticias durante los siguientes meses. Concetta envió a su gente a rastrear el país, pero las noticias que recibió no fueron buenas.
—Hemos revisado todas las mansiones, señora—el guardia miraba a una demacrada Concetta, sentada en el sillón de cuero frente a la chimenea—. No hay rastro del señor.
Ya no le quedaban lugares por los que buscar. Los sistemas de vigilancia de las casas que Valente poseía no mostraban ningún movimiento nuevo, el más reciente había sido cuando ella y él fueron de vacaciones a la casa de Positano para celebrar su aniversario el año anterior.
Sabía bien el enorme riesgo que podía correr Valente estando solo. La guardia que solía acompañarle llegó al día siguiente de su desaparición. Ninguno dio detalles, solo dijeron que el señor estaba bien, y desde entonces no había vuelto a recibir noticia alguna sobre el paradero de su esposo.
La desesperaba no saber, se sentía inútil. Había dado vuelta a todo el país y no había señales de vida. ¿Y si le habían hecho algo? Concetta era conocedora de los enemigos de su marido, quizás alguno lo había lastimado.
—Madre...—la suave voz de Diletta resonó en el salón.
Concetta se lanzó a abrazarla, al menos su pequeña estaba a salvo. La joven había adelantado el final de su luna de miel para mantenerse al lado de su madre, incluso su ahora esposa había movido sus hilos en la Bratva para rastrearlo en terreno ruso, aunque sin resultados.
—Ya no me quedan lugares en los que buscar—Diletta acariciaba la mano de su madre mientras la escuchaba—. Siento que me volveré loca si no le encuentro pronto.
Diletta tenía en la boca las únicas palabras que su madre no quería escuchar. En aquel momento la mafia italiana ya no tenía a su rey y era necesario que fuera la reina y dama la que se pusiera al frente de la organización. Con el magnate fuera de juego, cualquiera de sus rivales en el poder podría apropiarse del título y sacar a la familia Montagna del poder, dándoles un enorme golpe.
—Madre... Sé que no quiere escucharlo—Concetta levantó la vista de su taza para mirar a su pequeña—, pero en este momento lo único que nos queda es seguir hacia delante. Padre es ahora un caído, no ha dado señales de mida en meses y tampoco sus investigaciones han dado frutos—la mujer mordió el interior de su mejilla en un fracasado intento de no sollozar—. Suena frío, mas alguien tiene que continuar con el negocio.
—Si nadie se posiciona al mando, sus subordinados podrían sublevarse—Kira habló con su marcado acento ruso.
—Es lo mejor por ahora, madre. Nosotras estamos aquí, hay una alianza que mantener. Praskovia viajará desde Rusia para ayudarle—la joven añadió—. El negocio es lo más importante.
Con el Rey caído, el peso del imperio recaía por completo en los hombros de la Reina. El liderazgo era lo que debía mantenerla con vida. Nadie podía verla débil, no más, nadie debía desconfiar de las fortalezas de Concetta Adesso de Montagna, ella era la dama de la mafia, la única y más fuerte, la que llevaría Italia a la cima del mundo.
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Tradimento [I & II]
Fiksi UmumPRIMERA PARTE: Uno de los principios de la mafia italiana es "nunca traicionar a tu esposa". Si eres capaz de traicionar a quien confía en cerrar los ojos y dormir a tu lado, no eres digno de la confianza de nadie. Valente Montagna era considerado u...