dos.

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Nirvana, suena de fondo en mi habitación, mientras yo escribo unas cosas en una libreta que encontré tirada por ahí. Pronto comenzarán las clases y siendo sincera, no tenía nada. En realidad, sí tenía carpetas y eso, pero las había rayado tanto con corrector, que parecían un baño público.

Escribo lo que necesito, porque sé que si voy a comprar yo sola, me olvidaré todo a mitad de camino.

Mi estómago comienza a rugir en señal de atención. Pauso el video de la canción que estaba escuchando en Youtube —porque sí, no tengo estéreo y uso la computadora de papá— y salgo a la planta baja.

—Pá —lo llamo y él me sonríe, apartando la vista del televisor—. Voy a comprar los útiles para el colegio… —esbozo una sonrisa inocente, se ríe.

—Por ahí está mi billetera —señala el mesón de la cocina. En efecto, la pequeña cartera marrón descansa tranquilamente sobre el mármol, esperando para ser usada.

—Eh, no sé muy bien cuánto llevar… —me encojo de hombros—. ¿Pueden ser cien? —pone los ojos en blanco.

—Sí, cielo. Pueden ser cien —me tiende un billete con el valor acordado y lo guardo en el bolsillo trasero de mis skinny—. Lleva tu móvil, por favor.

—Claro, adiós —deposito un beso en su mejilla y salgo de mi casa, con rumbo a la librería más cercana.

/

Con la librería más cercana, no me refiero al Centro Comercial.

Brooke’s books, es donde concurro desde pequeña para poder comprar todo lo relacionado con la escuela. Desde libros y carpetas, hasta tienda de regalos y despensa, el lugar tiene de todo.

Entro al local, sintiendo un fuerte olor a desodorante de ambiente. El señor Murray me sonríe desde detrás del mostrador, mostrando los pocos dientes que le quedan. Saludo de igual manera, comenzando a mirar todas las cosas que hay.

Para mi mala suerte, sólo hay cosas infantiles en la sección escuela. Supongo que estoy obligada a ir "de shopping" después de todo. Recuerdo que tengo hambre cuando mi panza comienza a “hablarme”, otra vez.

—Hola, Alex —dice el anciano que atiende, al cual yo considero como mi abuelo—. ¿Cómo estás?

—Muy bien, ¿y usted? —sonrío, apoyándome levemente en el mostrador.

—Me alegro por ti. Yo bien, gracias —su voz me causa ternura—. ¿Qué vas a llevar hoy?

—Uhm, deme aquellas galletas —señalo con el dedo un paquete de galletitas con chips de chocolate. Mientras André, así se llama, las saca del estante, rápidamente busco una leche chocolatada de uno de los refrigeradores.

—A ver, espera —comienza a revisar algo en el paquete de comida. La campanilla que está en la puerta de entrada, suena, dando a entender que alguien ha ingresado. No le doy mucha importancia, hasta que esa persona se para a mi lado.

Es el chico del empujón.

Luke Hemmings.

La imagen de Michael hiperventilando en el suelo, cruza vagamente por mis pensamientos.

Lleva un hoodie negro y unos pantalones harem grises. Su aroma es una mezcla entre tabaco y perfume de hombre. Es alto, muy alto, y tiene un piercing adornando una esquina de sus labios.

Examina la gran selección de cosas frente a él y escoge una cajetilla de cigarros, no me sorprende en absoluto. El señor Murray vuelve, ésta vez con un paquete distinto de galletas y una mirada un tanto asustada.

—Las otras estaban caducadas, señorita. I-Iré a buscar cambio —asiento con la cabeza. No pienso que me vea ridícula con una cajita de chocolatada y galletas, pero al parecer Luke sí lo hace. Se ríe levemente, mirándome. Giro la cabeza unos segundos, enarcando una ceja

—¿Qué? —le digo, un tanto fastidiada.

—¿No crees que estás algo grande para beber eso? —ruedo los ojos. Tiene una voz profunda, casi oscura me atrevería a decir.

—No —contesto simplemente—. Prefiero esto a arruinarme la vida con el alcohol.

—Gallina ingenua —acota por último, poniendo sus codos sobre el mostrador desgastado. Hago una mueca de ofensa y doy dos pasos atrás. Ni siquiera me conoce, ya me cae mal. ¿Por qué es tan hijo de puta?

André por fin regresa. Le digo que le cobre al chico primero, ya que él sólo tiene un paquete de cigarros —No, está bien —me da lugar—. Tú estabas primero, preciosa —la sangre sube a mis mejillas, su tono de voz ahora es seductor. El viejito nos mira con una sonrisa y cuando está a punto de tomar mis cosas, un chico entra desesperado a la tienda.

—¡SEÑOR! —exclama. Es casi tan alto como el rubio a mi lado y tiene el mismo peinado, sólo que su cabello es negro, como su piel. A diferencia de Luke, que es un papel de lo blanco—. ¡QUITA, NIÑA! —da un empujón con su codo. Al estar distraída, casi me voy de culo al suelo. Luke me sostiene por la cintura, con una sonrisa sínica dibujada en el rostro.

—Hey, no te vayas a desmayar otra vez —menciona con gracia y algo así como molesto. Me le quedo mirando, mientras aprieto con fuerza lo que será mi merienda del día de hoy.

—¡ESTÁN CADUCADOS, MIRE! —el muchacho que casi me tira al suelo, le sigue gritando como un idiota al señor Murray, mientras señala una caja de lo que creo, son ¿condones? Éste se pone algo nervioso y me mira, como pidiendo ayuda.

—Dile algo —susurro a Luke.

 —¿Qué? No es de mi incumbencia. Aparte, nadie me da órdenes —me suelta, sin siquiera cerciorarse si recuperé el equilibrio. Qué chico tan malo, por favor.

—Oye, tú —golpeo el hombro del moreno, con el ceño fruncido. Me mira—. Tú, eres el idiota encargado de ver si están caducados o no. El pobre hombre aquí no tiene la culpa de que no sepas sacarla cuando debes, eh. Ahora, si me disculpas, tengo hambre, así que agradecería que corras tu trasero de aquí y dejes pasar a la gente que sí tiene algo que hacer con su vida.

André se queda atónito, pero veo que está conteniendo una risita. Hemmings comienza a reír como un tarado detrás de mí, aplaudiendo.

—Oye, amigo —le dice al chico-condones—. Has caído bajo.

Se va echando humo por las orejas y comienzo a reír junto a André. Por fin nos cobra todo y salgo de la tienda, rumbo al Centro Comercial.

—¿A dónde vas? —pregunta Luke, caminando a mi lado.

—El Centro Comercial —“no hables con extraños”, me recuerda papá cuando tenía ocho años. Creo que tengo que aprender a cerrar la boca.

—Vamos, te acompaño —mi ceja derecha se eleva, en señal de confusión.

—¿Y si no quiero?

—Tampoco ha sido una pregunta —jala de mi muñeca y termina arrastrándome cinco cuadras en silencio.

Mierda y más mierda.

Estoy yendo al centro comercial con un extraño que fuma, y según Michael, viola gente.

Al menos podría invitarme un helado primero, si es que ese es su plan…

Sólo espero que no terminemos en el callejón.

High Hopes |Luke Hemmings|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora