uno.

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Abro los ojos de golpe, sintiendo cómo las pupilas se me contraen ante la fuerte luz del sol.

Estoy algo mareada y el estómago me ruge, como un gato maullando por comida. Pienso en las horas anteriores, pienso en papá, en los ojos de ese muchacho…

No recuerdo en qué calle estoy, pero ni bien logro ponerme de pie, comienzo a caminar en la dirección que, creo, es por la vine.

Muchos pensamientos divagan dentro de mi cabeza. Opino que es muy pequeña para tener tanto lío en su interior. Una señora a mi lado me mira con una mueca despectiva, acomodándose mejor el bolso que trae colgado en el brazo derecho.

—Ah, la juventud de hoy en día —dice la típica frase cliché que todos los mayores recitan cuando ven a un chico usar pantalones rotos o teñirse el cabello de colores. Sigue hablando con una mujer a su lado y yo me dedico a ignorarla olímpicamente, pasando justo frente a ella cuando el semáforo se pone en verde para los peatones.

Llego a casa, con la luz del sol calentando mi espalda de una manera incómoda. Saco la llave de debajo del tapete, ya que la dejé ahí la noche anterior. Mi mano tiembla levemente cuando la introduzco en la cerradura, quizá por miedo a lo que me dirá papá.

Me ve y yo lo veo a él, al mismo tiempo —Alexa, dime que es una broma —exclama, acercándose a mí. Coloca sus pulgares debajo de mis ojos, donde el maquillaje se me ha corrido, y el resto de sus dedos  están detrás de mi cabeza—. Pensé que te habían raptado, ¡mierda, Alexa!

Suspiro. Me duele el trasero y la espalda, recuerdo por qué. Un notable sonrojo se apodera de mis mejillas al recordar que casi me violan anoche.

—Estoy bien, sólo quise salir a dar una vuelta y me desmayé en la acera… —no era del todo mentira. Cierro la boca, creo que se dio cuenta de que apesto a humo.

—¿Dónde estuviste? —insiste, soltándome de su agarre.

—Ya te lo dije. ¿Podemos desayunar? —inhala y exhala, cerrando sus ojos unos instantes. Caminamos hasta la mesa que tiene cuatro sillas, de la cual sólo se ocupan dos, o la mayoría del tiempo, una.

—¿Té o café? —¿dormir o despertarme? Opto por la primera opción, a pesar de que el energizante natural es mi favorito.

—Con leche, por favor —se da vuelta y pone agua a hervir. Sus ojos avellana buscan los míos, tratando de sacarme información.

—¿Vas a hablar? —mi taza favorita está llena con humeante té de manzana. Me saco la casaca de mezclilla, dejando a la vista mi pálida piel, como la leche que papá le pone a mi bebida.

—Ya te lo dije, pa —doy un sorbo, quemándome levemente la lengua—. Sólo me desmayé, estoy bien ahora —evito hablar sobre el tal Aarón y el chico de rizos bonitos. También quiero evitar nombrar al rubio que me tiró al suelo, porque me da escalofríos sólo recordarlo.

—Me preocupo por ti, Alexa —dice, como si fuera obvio que todos los padres se preocupan por sus hijos sin importar nada—. No quiero que esto vuelva a repetirse, ¿entendido? —tiene los ojos apagados, está triste. Con los hombros caídos y las manos flojas sobre la mesa. Las tomó entre las mías.

—Te quiero, papá —mueve su cabeza de arriba abajo. Hace pequeños círculos en la palma de mi mano derecha, mientras que acaricia el dorso de la otra.

—Yo también, hija —nos quedamos así unos minutos más, hasta que yo decido que es hora de irse a dormir. Al menos para mí, lo es. Y en mi cama, no en la de un pedófilo —a pesar de que ese chico aparentaba mi edad y no era para nada feo—.

Subo las escaleras lentamente. La casa tiene dos pisos, pero es un poco extraña. Arriba sólo está mi habitación y el baño, porque yo lo quise así y papá se lo dijo a los arquitectos.

Me dejo caer en la cama de una plaza, toda desordenada y malhecha. Algo vibra debajo de mí, el móvil.

Mikey.

—Hola, Mike —sonrío al escuchar la voz de mi mejor amigo.

—¡Hey, Alex! Supe que te perdiste anoche —su voz suena con un claro tono de picardía, suspiro. ¿Es que nadie va a dejar de recordarme el hecho de que casi dejo de ser virgen en un callejón?

—¿Me llamabas por eso? —pregunto, poniendo los ojos en blanco aunque él no pueda verme.

—Quería saber si estabas bien —ahora está arrepentido. Michael sabe que no me gustan mucho las bromas.

—Sí, estoy bien. Un tal Ashton Irwin me salvó de que… —un grito desde el otro lado de la línea, me interrumpe.

—¡¿ASHTON IRWIN?! —repite el nombre como una fan desquiciada. Se me hace difícil saber si está feliz o preocupado—. ¡¿QUÉ MIERDA HACÍAS CON ASHTON IRWIN?!

—Ugh, ¿yo? Nada. Él me salvó de su amigo el acosador, eh…, Aarón… —puedo sentir que el teñido casi se desmaya en la otra línea.

—¡POR DIOS, ALEXA! —no entiendo qué está tratando de decirme. Vale, que esos chicos tenían mucha pinta de bad boys, sin embargo, dudo que sea para tanto—. Dime por favor que no has visto a nadie más…

—Bueno, sí. Un hombre con una fea cicatriz y… —me quedé callada unos instantes, recordando al muchacho que me había botado al suelo.

—¿Y…? —insistió Mike.

—Un chico rubio, pero nada más —no sé por qué sentí que no debía contarle lo del empujón a Michael. Quizá le daría un ataque de nervios.

—¡AY, NO! —otra vez sus chillidos afeminados—. ¡HAS VISTO A LUKE HEMMIGNS! ¡EL CHICO PROBLEMAS!

—¡Cálmate, Clifford! —suelto una especie de gruñido, indicándole silencio—. ¿Qué hay de malo con todos esos chicos?

—¿Que qué hay de malo con esos chicos? —una risita sarcástica sale de sus labios—. Alexa, ellos son la maldad en persona.

Enarco una ceja y sonrío, tomando esa acotación como un chiste muy malo —Ya, claro. Y yo soy la Virgen María…

—Va en serio, Mongabay —su tono de voz adquiere una seriedad increíble si hablamos de Michael Clifford—. No son esos típicos brabucones que te sacan el dinero del almuerzo o dan algunos golpes. Ellos están metidos en verdaderos problemas. Me sorprende que te hayan dejado ir…

—Deja de creer tontos rumores, Mikey —estoy harta de su palabrería. Dudo que tenga argumentos válidos para apoyar su teoría, pero de todas formas, no pregunto—. Ya está, ya pasó. Ahora sólo me resta descansar y olvidar todo —menos la mirada tóxica del tal Luke Hemmings.

—Bien. No quiero sonar como un mal amigo, pero luego no digas que no te lo advertí —estoy a punto de cortar—. Y una última cosa, Alex… jamás de los jamases, te metas con Hemmings. ¿Entendido?

—Sí, capitán —termino la llamada, arrojando mi celular a alguna parte de la cama, otra vez. Conociéndome, no haré caso a las advertencias de mi mejor amigo. Soy una persona curiosa, a la cual no le gusta seguir las reglas. Y si juntamos eso, da como resultado un: quiero conocer a Luke Hemmings. Quiero salvarlo de algo que no estoy segura qué es, pero quiero hacerlo a toda costa. 

High Hopes |Luke Hemmings|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora