High Hopes |Luke Hemmings|

siete.

La última semana de vacaciones pasó lenta, tediosa y deprimente para mí.

Además de quejarme con papá porque el nuevo periodo escolar estaba cerca, no hice más que lamentar y echarme la culpa del hecho de que rompí el corazón de mi mejor amigo. No sé si realmente era algo que debería estar ocupando tanto lugar en mis pensamientos, pero la verdad es que me siento terrible.

He perdido contacto con Mikey desde ese día. Obviamente, sé que es una cosa temporal, (eso espero); debo comprender que seguramente no está bien, y tampoco quiere hablar conmigo. Aunque sé que él es así de masoquista, no quiero molestarlo y causarle más daño del que ya está hecho.

Por si se preguntan, no. No lo besé. Estuve a punto de hacerlo, de tirar a la mierda todas las declaraciones que había hecho con anterioridad, no obstante, me retracté al instante. Casi doy mi primer beso con mi mejor amigo, a quién acababa de destrozarle las esperanzas.

Ahora estoy mirando unas viejas revistas que encontré en ático. Sé que no son de época por las publicidades y artículos típicos de los 80's - 90's. Las modelos regordetas con labios rojos y los hombres peinados a lo Elvis, costumbres que me encantan.

Mientras recorto una publicidad de coca-cola, papá entra al cuarto para darme las buenas noches. Mañana empieza de nuevo la tortura.

-Ya en último año, bebé -me da un beso en la frente, abrazándome con fuerza. Sonrío sin despegar los labios y cierro los ojos momentáneamente.

-Ya en último año... -repito, con aires de nostalgia. No es como si yo tuviera muchos amigos en la secundaria, (de hecho, no los tengo), pero estoy cerrando una etapa de mi vida que no sé si me gustaría recordar en el futuro.

-No sé si estaré mañana para desearte buen inicio -suspiro, mientras asiento con la cabeza-, pero prometo esperarte con tu comida favorita para la cena.

-Gracias, pá -nos damos un último apretón. Cierra la puerta tras él con suavidad, no sin antes dedicarme un guiño.

Termino de organizar medianamente mi cama y me arrojo hacia atrás, salvándome por centímetros de no partirme la cabeza al medio con el respaldar. Apago las luces, sólo dejando la tenue iluminación del televisor encendido en volumen bajo; manías mías.

-Buenas noches para ti también, mamá -hundo mi cuerpo entre los mullidos acolchados, elevando ligeramente las comisuras de mis labios. Dónde quiera que estés, seguro estás cuidando de mí.

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Y la mañana empezó peor de lo que pensaba.

Pude levantarme a tiempo, gracias a que hubo un corte de luz y la televisión se prendió de la nada con el volumen al máximo, justo para taladrarme suficientemente los oídos.

Llegué al baño a los tropezones, y como alguien dejó el piso sin secar, (gracias, papá), me di el labio contra el mesón de mármol que sostiene la canilla. Esa es la razón por la que ahora, mi boca parece una mora.

Busqué el uniforme entre todo el jodido desorden que tengo dentro del armario, y el cual, no recordaba estaba ahí. Al final de todo, lleno de polvo y creo hasta telarañas, estaba la ropa.

Medias negras hasta la rodilla, pollera del mismo color y camisa blanca; una escuela nunca pudo tener tanta originalidad a la hora de elegir su uniforme. Encontré también la corbata color vino, hecha un bollo en un rincón, pero tampoco recordé muy bien cómo atarla.

Si conseguí estar en el portón a tiempo, fue un milagro del Señor. Sin embargo, tuve que sacrificar mi desayuno y ahora, siento que voy a caerme pálida y sudada al piso en un desmayo.