Capítulo 3

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Para mi desgracia, se me hizo tarde en un abrir y cerrar de ojos.

Estuve tanto tiempo dibujando frente al lago que el sol se empezó a poner y no me di cuenta hasta que la falta de luz me advirtió. Entonces me maldije por abstraerme de esa forma, quité la música, me saqué los auriculares y me puse en pie. Todo mi cuerpo estaba amodorrado y empezaba a notar la falta de energías. No había comido nada, solo un par de galletas a lo sumo que llevaba en uno de los bolsillos de la mochila.

Recogí de inmediato mis enseres, dejé la mecedora allí y me fui al trote a la casa grande.

Antes, poco después de mi llegada, había visto que tenían generadores en el sótano. Tal vez fuera más sensato dormir en el campamento a aventurarme por el bosque y que la noche me sorprendiera sin llegar al camino. No me quedaba demasiada batería en el móvil después de pasarme horas con el reproductor encendido y arriesgarme a perderme no entraba en mis planes.

Un poco fastidiada por mi propia inmadurez, porque no gestioné bien lo que hice, fui a ver si podía encender las luces de Packanack. Si lo conseguía, podría cargar mi Android y no tendría que regresar a la caravana hasta el domingo por la tarde.

Nunca fui muy amiga de la electricidad y cacharros de esa índole, pero al llevar una choza rodante aprendí algunas cosas. Finalmente pude desempolvar el cuadro de mandos de las luces y dotar de ese gran invento a la casa. La corriente general hacía tiempo que debió de marchitarse, sobre todo si nadie pagaba las facturas, pero esos generadores me salvaron la vida. Eran autónomos y podían iluminar las estancias.

-Bien.- Dije y subí de nuevo arriba.

Fue buena idea que los dejaran allí marginados, pues hacían un ruido insoportable de los viejos que eran.

Mi siguiente parada se produjo en la cocina. No esperaba que hubiera comida de ninguna clase, pero si que rezaba por encontrarme un par de latitas de alubias, lentejas o semejantes. Esos que nadie quería. Los sazonadores estaban apilados a un lado y llevaban tanto tiempo sin usarse que hasta el perejil y el ajo estaban resecos.

Me puse la mascarilla adrede y abrí cajones, que estaban tan llenos de polvo que hubieran asfixiado a cualquiera que osase tocarlos. Los cubiertos parecían de otra época. Sus mangos eran de madera y algunos estaban carcomidos, como si las termitas se hubieran dado un festín con tenedores y cuchillos. Nada. No tuve suerte.

Chasqueé la lengua y sali fuera, donde había dejado la mochila. Si no recordaba mal, tenía un par de snacks que aunque no fueran suficientes como para pasar el fin de semana a gusto, si conseguirían que mis tripas dejaran de rugir.

Limpié con un trapo viejo una de las mesas del porche y esparcí encima los dibujos que había estado haciendo, dejando en el centro uno que esbocé en horizontal, con varios bocetos de Jason. Lo cierto es que me dio tiempo a hacer un montón, por eso se me había ido el santo al cielo, como quién dice.

 Lo cierto es que me dio tiempo a hacer un montón, por eso se me había ido el santo al cielo, como quién dice

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Suspiré y me senté en un extremo, con las piernas colgando. Acto seguido eché mano de mi tabaco. Me sorprendió no haber notado el mono de querer fumar durante todo el día. Ahora, recién estaba encendiéndome el segundo pitillo del sábado. No debía olvidar que tomé uno antes de comenzar la aventura.

Y pensar que las cajetillas me volaban en circunstancias normales. Lo que era estar entretenida.

Dado que hacía buen tiempo, me quedé fuera un rato más, suficiente como para que salieran las estrellas y todo cobrase una nueva atmósfera, mucho más lúgubre, aunque no por ello menos fantástica. Las hojas de los árboles se mecían con la suave brisa, arrullando a los animales y a mi, la única que tenía lo que había que tener para meterse en Crystal Lake sin nadie más... o al menos eso era lo que yo pensaba.

Tal y como dije, no estaba sola, en absoluto. Podía darme con un canto en los dientes por no haber sido asesinada y me enteraría de eso dentro de muy poco.

En cuanto terminé los cigarros, un par de ellos, me comí las galletas de la mochila y bebí agua con avidez. Ya rellenaría la botella más tarde en la laguna. A continuación bajé de la mesa y me senté en una silla, enfrente de mis insignificantes obras de arte. Nunca había valorado demasiado lo que hacía.

Pensé en muchas cosas esa madrugada. En la que era mi vida, lo que estaba haciendo con ella, con quien debería compartirla y lo que hacía allí. Entendía que era una fanática del terror y hasta el momento no había encontrado personas tan entusiastas como yo por el gore y el slasher.

Casi sin darme cuenta mi diestra tomó de nuevo los bolígrafos y continuó los bosquejos hasta que los ojos empezaron a pesarme. La quietud del ambiente era impresionante. Un silencio... una paz que precedía a la tempestad pero que yo, absorta en mis cavilaciones, no supe interpretar de esa manera.

Solo sé que me quedé dormida poco después allí, en el porche.

Solo sé que me quedé dormida poco después allí, en el porche

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Solo los espectros sabían moverse con ese sigilo.

A pesar de que él medía más de dos metros de altura y pesaba una barbaridad, no hizo un solo ruido. Esquivó toda la hojarasca, ramas y demás, y se plantó bajó la luz de la casa como un auténtico fantasma.

No habían palabras. No habían sonidos. No había siquiera una respiración ruidosa que delatase su presencia. La máscara enmascaraba todo eso.

Subió los escalones que daban paso a la vivienda y encontró a la muchacha completamente indefensa, sumida en un sueño reparador y pacífico. Tenía el pelo oscuro como los cuervos, flequillo y unas gafas de pasta rojas que contrastaban con el tono claro de su piel. Nimiedades a sus ojos. A Jason no le importaba nada de eso. Era una forastera y se había internado en sus dominios, así que debía morir.

A pesar de todo, se aproximó hasta tenerla al alcance y antes de acabar con su vida, su atención recayó en unas hojas que había sobre la mesa. Giró el rostro hacia un lado y descubrió que eran retratos suyos, de todos los tamaños, colores y formas.

Los segundos se sucedieron y nada ocurrió. El famoso psicópata se quedó contemplando su reflejo en aquellos trazos de tinta. En un momento dado levantó el brazo, cristal en mano, y lo clavó con rabia sobre el dibujo que revelaba su cara.

 En un momento dado levantó el brazo, cristal en mano, y lo clavó con rabia sobre el dibujo que revelaba su cara

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Aquello despertó de forma abrupta a Natasha, que ahogó un grito. Su cabeza no estaba a más de dos centímetros de donde el hombre apuñaló la mesa.

Veintisiete veces 13 [ Jason Voorhees - Friday The 13th ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora