Capítulo 8

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Aquella madrugada la pasé en el departamento de Damaris. Llegamos después del toque de queda, pero tuvimos la buena fortuna de no toparnos con ningún policía. Subimos hasta el tercero y nos atrincheramos en el sofá.

-Estás de lo más rara, en serio.- Comentó mi amiga en un par de ocasiones y yo vacilé en si sería correcto confiarle lo que me había pasado en Packanack. ¿Y si la ponía en peligro? ¿Y si se le ocurría la genial idea de pasearse por el campamento el fin de semana próximo? En vez de responder, simplemente me quedaba mirando las imágenes que retransmitía el televisor, con la mente muy lejos de la trama de la serie que había escogido.

-¿Tienes desmaquillantes?- Hablé después de un buen rato en silencio. Dama se levantó y fue a alcanzármelas. Me tendió un paquete de toallitas húmedas veganas.

-¿Qué?

¿Es que ahora hacían productos de belleza Veggie? ¿Qué diantres significaba eso?

-¿Qué, qué?- Ella no siguió el cauce de mis pensamientos. Se acomodó a mi lado una vez más, con las piernas flexionadas a lo india.

-Nada. Se dice que una imagen vale más que mil palabras. ¿No?- Saqué un par y me empecé a quitar todos los productos cosméticos que había necesitado para tapar el enorme hematoma de mi cuello. Poco a poco mi piel se torno violácea y el rostro de mi compañera empalideció. Eran las secuelas de haberme encontrado con Jason. Tal cual, se lo expliqué. No me dejé nada en el tintero, bueno... salvo los detalles macabros.

-¿Estás de coña?- Como era de esperar, se asustó y su voz se quebró a mitad de frase. Yo negué con la cabeza.- Pero, ¿Cómo va a existir? Es un personaje de película. Ni siquiera lo ha representado un mismo actor.

-Al principio creí que era un demente. Algún pueblerino psicótico que no tenía nada mejor que hacer que fingir ser él, pero te aseguro que no. Estaba...- Solo el hecho de recordar la textura de su piel, que no era para nada normal, me indicó que ese tipo no seguía perteneciendo al mundo de los vivos ni por asomo.- Muerto. Estaba muerto.- Enfaticé.

-No puede ser.

-Ya sé que no puede ser.- Me lo había repetido mil veces desde que me fui.- Aun así, es lo que hallé. ¡Mira!- Me señalé el cogote.- No me lo he hecho yo sola.

Los moratones tenían la forma de una mano, con dedos anchos y poderosos. ¿Qué clase de persona te podía estrangular con la zurda sin pestañear? ¿Un físicoculturista? ¿Schwarzenegger en sus mejores épocas? Era demasiado bestia y sobrenatural. Si tan solo hubiera apretado un poco más, me podría haber partido el cuello como si fuera una Barbie a la que desmenuzabas sin problemas.

Ambas nos quedamos en silencio.

-Te diría de ir... pero no me atrevería.

-Eso ni lo sueñes.

Que va. Me negué en rotundo. ¿Damaris en Crystal Lake? Sino se moría por obra de Jason, sería capaz de pisar a la única serpiente venenosa en un radio de cuarenta y cinco kilómetros. La Dama y el campo no eran una buena combinación.

-Has dicho que no asesinó a los chicos esos, los de la fiesta.

-¿Quién te dice a ti que siguen tan panchos? Seguro que se los cargó después. Eran los típicos niñatos a los que destriparía de mil formas diferentes. Estarán empalados en picas como pinchos morunos.

Lo cierto es que la visión me puso de los nervios y me envolví en la manta, presa de un escalofrío sin igual. Lea, Curtis, Emmet y los demás serían fiambres a aquellas alturas, esperando a que las alimañanas del bosque terminaran sus trozos.

No debatimos más acerca del dichoso tema y nos quedamos viendo Friends hasta que nos fuimos a dormir. A pesar de ello, el haberme abierto con Damaris supuso un punto de no retorno. Hasta el momento no me había planteado ni siquiera la posibilidad de regresar. ¿Y si lo hacía? ¿Y si el destino me llevó a aquel lugar por una razón? Meditándolo en calma, sobreviví. Tal vez sabría como apañármelas para hacerlo por segunda vez. ¿O no?

Tendría que resolver aquel acertijo o no podría continuar con mi desastrosa monotonía pandémica, buscando trabajo y engullendo sándwiches de jamón y queso.

Tendría que resolver aquel acertijo o no podría continuar con mi desastrosa monotonía pandémica, buscando trabajo y engullendo sándwiches de jamón y queso

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Durante la madrugada tuve un extraño sueño. Aparecí atada a una mesa de metal parecida a las planchas quirúrgicas de los hospitales. Ruidos extraños asolaban las paredes, que eran de un blanco nítido, impoluto. Aunque se oían lejos, me ponían la piel de gallina porque no podía moverme y, por consecuencia, tampoco cuidar de mi. ¿De qué se trataría?

Estaba en una pesadilla, eso sin duda. La iluminación del cuarto era pobre y los objetos médicos brillaban con un resplandor onírico, como si mi propio subconsciente quisiera que los contemplase al detalle. Bisturís, pinzas, tijeras y un largo etcétera que incluía toda clase de implementos.

Giré la cabeza a duras penas y descubrí detrás de mi una especie de ventanal que, lo más seguro, separase una sala de otra.

Intenté liberarme, más las cadenas que me retenían delataron mis movimientos en la imperante quietud. Entonces escuché unos pasos acercarse, abrumadores, similares a las pisadas de un animal muy grande. Me volví en dirección a la cristalera y allí lo encontré, asomado desde el otro lado, vigilante, intuitivo. Siempre iba un paso por delante de mi, como si tuviera algún poder de detección que le permitía encontrar a la gente que deseaba huir de él.

 Siempre iba un paso por delante de mi, como si tuviera algún poder de detección que le permitía encontrar a la gente que deseaba huir de él

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-Mierda...- Murmuré y esta vez me dio igual ser vista. Luché contra las ataduras para salir por piernas.

Jason rompió la ventana con un hacha y los vidrios salieron volando por todas partes. Cerré los ojos para evitar que pequeños fragmentos me dejaran ciega a tiempo que oía, atemorizada, cómo la clavaba en la puerta para destrozarla, colarse dentro y asestarme, probablemente, otro a mi.

-¡¡Ahh!!- Chillé y a pesar de que me hice un montón de daño, logré soltarme y me precipité hacia la salida. Era buena corriendo y podría dejarlo atrás con facilidad. ¿Lo malo? Que aterricé descalza y me corté la planta de los pies. No me había dado cuenta hasta ese instante de que tenía una bata de hospital.

Cojeando, hice lo imposible por escabullirme pero él, que ya estaba dentro, alzó el hacha y la arrojó en mi dirección de la forma más certera que nadie pudiera imaginar. Dio un par de vueltas en el aire y el filo se hundió en mi columna vertebral.

Veintisiete veces 13 [ Jason Voorhees - Friday The 13th ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora