capítulo 9

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En vez de morir, caí al suelo de bruces. Lo único que sentía en la espalda era un ardor inmenso, desmedido, y luego Jason me alcanzó. Sujetó el hacha por el mango y la extrajo de mi carne.

Sin poder levantarme, me apretujó contra el marmol al poner un pie sobre mi cintura. Sé que no infligió apenas daño porque no estaba dejando caer ni una séptima parte de sus más de ciento cincuenta kilos, pero me quedé sin aire y creí que me partiría en dos. El dolor me subía por la espina dorsal como un aguijonazo.

-¡¡Ayuda!!- Reuní toda la fuerza que quedaba en mi ser para emitir un alarido que se escuchase en el hospital entero, o donde diablos me encontraba. No sirvió de mucho.

Empapada en sangre, él se acuclilló encima de mi, dejandome entre sus piernas, y me arrancó la bata como había hecho con la camiseta empapada allá en su cabaña. La prenda cedió de la misma manera, la única diferencia es que no llevaba nada más debajo. Estaba completa e integralmente desnuda.

Indefensa, me roteé sobre mi eje, pataleé y me intenté liberar. Me zarandeé a un lado y a otro y le propiné todos los golpes que pude para hacerlo retroceder. Entonces Jason me atrapó por el pelo y me levantó así, tirando de mi cuero cabelludo. Mis brazos rodearon el suyo para intentar sujetarme y que no me arrancase todas las hebras. ¿Sabéis lo que es que te eleven cogiéndote de ahí? ¿De la melena? Un suplicio de principio a fin.

Grité. Grité, grité y grité, hasta que debí molestarle con tanta exclamación y me estampó contra la pared del pasillo. Esta cedió al igual que el decorado de un programa de televisión cutre. No contento con eso, regresó a por mi, que me quedé tirada y atontada por el golpe. Me rescató de entre los escombros y alzó mis muñecas, cambiando un punto de agarre por otro.

-¿Qué es lo que piensas hacer?- Ladré y junté sangre en mi propia boca para escupírsela en la máscara cuando me levantase en vilo. Por supuesto, lo hice al presentárseme la oportunidad y a continuación, Jason giró el rostro hacia la derecha. Me observó sin decir nada. Sin un solo sonido que proviniera de sus labios. Fue como si contemplase una obra de arte abstracta o algo parecido.

Más tarde me apoyó contra la pared contraria y me sostuvo durante un rato de esa forma: Con los brazos por encima de mi cabeza. Mi piernas colgando. Mi anatomía al descubierto. Tal vez pensaba que era un plato del que podía servirse cuando le diera la gana. Siguiendo lo que acababa de imaginar, tiró el hacha y con la mano que le quedaba libre, se desabrochó los pantalones y se bajó la bragueta. Apoyé los talones por encima de su estómago para alejarlo de mi.

-Ni te atrevas.

Por el contrario, tomó su miembro y lo restregó contra mis nalgas, buscando entrar en mi.

-¡Sueltame, hijo de perra!

Percibir la candente erección que presentaba fue más que suficiente para negarme en rotundo, no obstante, sabía que estaba a su merced. Poco y nada podría hacer si iba a lo que iba. Por eso, cuando su cadavérico glande rozó mi vulva y se impregnó, dicho sea de paso, de la lubricación natural que poseía, tomé una gran bocanada de aire.

Joder. Lo cierto es que no fue lacerante en absoluto. Esperaba algo peor tipo, que me rasgase y me dilatase de tal manera que hasta llorase de lo mucho que dolía, pero no. Para nada. Su falo presionó mi entrada tan solo un momento. Después se hundió cómo si ambos hubieramos esperado durante siglos follarnos.

-Uff...

Dejé de resistirme y me entregué a aquel extraño placer sadomasoquista. Los músculos de mi interior se contrajeron y presionaron el pene de Jason que, por surrealista que pareciera, emitió una especie de jadeo candente. Fue de ese modo hasta que me hizo topar con la parte baja de su vientre. Le rodeé como pude con las piernas y él me sujetó con la zurda por el culo, echándome un cable para que no me fuera tan complicado sostenerme. De todas formas seguía cargando todo mi peso.

Al echar un vistazo, vi que estaba enterrado en mi hasta los testículos y no tardó ni un segundo en embestirme. Ni siquiera esperó a que me acostumbrase a su virilidad. De pronto se puso en marcha y el lugar se llenó de aquellos ruídos que antes me habían llamado la atención. Un choque húmedo, carnal, justo como si su cuerpo y el mío aplaudiesen al unísono.

Eché la cabeza hacia atrás, mordiéndome el labio inferior para intentar retener mi respiración acelerada. Ni qué decir de los gemidos que se me apelotonaron en la garganta. ¿Por qué sabía donde embestir y de qué manera hacerlo? Es que estaba dando en los puntos más sensibles de mi vagina, que se estremecía y se estrechaba del gusto. ¿Cómo sería si estuviera, además, acariciándome el clítoris? El mero hecho de pensarlo hacía que fuera demasiado bueno.

Para ser sincera, me quedé en blanco. Su figura azotaba mi pequeña complexión de tal manera que te preguntabas si te destrozaría. Sabía muy bien que clase de polla escondía entre las piernas y de qué tamaño era, por lo que, tenerlo bombeando en tu intimidad sin darte tregua, como un perro en celo, te hacía desfallecer.

Aún con todo, fue una jodida pasada. De los mejores sueños eróticos que tuve en toda la vida.

El Jason de mi fantasía no era cómo el que había encontrado en New Jersey, por cierto. Este tenía la piel blanquecina y medio descompuesta, ulcerada. Su ropa se había ajado en partes y podías ver algún que otro músculo o hueso sobresalir. A mi me dio lo mismo, porque lo que me hizo me dejó temblando de satisfacción.

Menudo disgusto me llevé al despertar a la mañana siguiente, con la alarma del Iphone de Damaris. Mi amiga tenía la mala costumbre de dejarlo sonar un buen rato y por eso, a pesar de no estar siquiera en el mismo dormitorio, me sacó de mis quimeras pasionales.

-No puede ser...- Susurré, chasqueé la lengua y me aplasté la cabeza con la almohada, persiguiendo las ganas de regresar a aquella escena porno.

No pude.



Veintisiete veces 13 [ Jason Voorhees - Friday The 13th ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora