Capítulo 5

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No tuve que decir nada. Los hermanos de las cazadoras a juego subieron las escaleras del porche a toda prisa, sonriendo, visiblemente motivados. Al alcanzarme, me palmaron la espalda y dijeron:

-Joder tía, eres una crack.

-Si, ninguno de nosotros supo como cojones hacer funcionar los generadores del sótano. Por fin el puto campamento sangriento vuelve a las andadas. ¡Montemos una fiesta!

Y a continuación se metieron dentro de la casa grande como si hubiera sido suya, carcajeándose.

La chica de color llegó a mi lado después, junto a la del pelo con mechas. Ellas no pasaron por alto los dibujos que habían esparcidos encima de la mesa. Cogieron uno cada una y se pusieron a analizarlos.

-Se te da bien. Se te da de lujo, diría yo.

-¿Es Jason Voorhees, el de Viernes 13? ¡Si, es él!

-¿Acaso eres tatuadora o algo por el estilo? ¿Has venido para inspirarte y hacer diseños nuevos?- Me preguntó Curtis. Acababa de subir junto al chaval regordete.

Me aclaré la garganta y eché mano de mi tabaco, aún sin responder. Necesitaba prender un cigarro para poner en orden mis sentimientos. Me había puesto de los nervios.

-¿Vosotros no estabais fumando petas en un camping?- Cuestioné una vez el humo de los mentolados entró en mi sistema. Eché el sobrante por los labios y me puse las gafas para verlos mejor. No me gustó encontrar una sonrisa taimada en los labios de aquel rubio guaperas. Era el típico niño lindo que se creía el dueño del cotarro.

-Emmet tiene algunos encima.

-Si, si. ¿Quieres?- Sacó los porros a toda prisa y por hacer eso se le calló la bolsita en donde llevaba la marihuana.

Puse los ojos en blanco.

-No he venido aquí para eso.- Sentencie y me aseguré de hacerlo en alto por si, por algún casual, Jason me oía. No se habría ido demasiado lejos. ¿Verdad?

Llegado el momento pensé que lo había soñado o algo parecido, pero la mesa estaba agujereada. Una brecha vertical en donde antes se había alzado el cristal. Ni que decir del boceto que atravesó y continuaba roto. Aquel que mostraba su verdadero rostro. La cara deforme que escondía su máscara de portero de hockey.

Dicho sea de paso, les arrebaté las hojas a las dos chismosas aquellas, las alineé y las metí dentro del cuaderno que, a su vez, entró en mi mochila.

-¿Y para que estás?- Continuó Curtis. Tal parecía que tenía ganas de movida. Lo veía en sus ojos. En aquella mirada divertida.

-¿Para qué estás tú?- Achiqué los míos.

-¿Por qué tendría que responderte si tu no lo haces primero?

Lea vitoreó su desparpajo con una risilla tonta. Reprimí las ganas de lanzarle la misma ojeada fulminante que la primera vez que la vi. A cambio me prendí mis enseres al hombro y bajé la escalinata del porche.

-¡Eh, no tienes que ponerte así, muñeca! No seas aburrida.

A pesar de que me jodió perder mi zona segura, llamémosla así, supe que no debía quedarme allí. Esa gente... todos ellos iban a morir y yo no pensaba hacer nada por avdertirles. Mucho menos detener la masacre.

Aquel era un tema que no me incumbía en absoluto.

Aquel era un tema que no me incumbía en absoluto

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Ni siquiera me fui a la mecedora que dejé en el muelle. Me alejé lo suficiente como para perderme entre los abetos, donde la música que pusieron, quizás con altavoces portátiles, no se escuchara apenas. Entonces me senté en el suelo, con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol, y esperé. ¿A qué? No lo sabía.

Lo más sensato habría sido irme. Desandar el camino atravesado al mediodía, buscar mi autocaravana y largarme como alma que llevaba el diablo, pero no pude. Mi mente no dejaba de recrear aquella escena donde Jason me sorprendía. Pudo haberme rajado el cuello. Pudo clavarme el vidrio en la nuca. Pudo romperme el cráneo si hubiera querido y sin embargo no lo hizo.

Tan pronto como flexioné las piernas, unas gotitas me calaron el flequillo.

-No me jodas.- Farfullé a la vista de que se largaría a llover de un instante para otro. ¡Y yo en medio de la nada! Así que me apresuré a guardar el móvíl dentro de la mochila, ponerme en pie y seguir. Tal parecía que ni quedarme quieta era una buena opción.

Como bien dije una vez, me consideraba una persona precavida que sabía moverse por el campo. Por ello, había traído conmigo una linterna que me ayudó a paliar la imperante oscuridad que ofrecía la cúpula verde.

Vagué siguiendo siempre el mismo rumbo, hacía el norte para, en el caso de tener o querer regresar luego, supiese cómo hacerlo. Lo hice durante tanto tiempo que el agua caló mi ropa y me dejó tiritando. No era verano todavía así que, si te empapabas, te destemplabas de inmediato. Por eso también decidí que continuar sentada sería una mala idea.

Para mi desgracia, el chaparrón no cesó ni siquiera con el transcurso de las horas. Al contrario, empeoró. El firmamento se iluminaba de vez en cuando, dejando caer rayos ensordecedores. Me dio lo mismo. A aquellas alturas estaba tan harta de todo, el frío, la fatiga, el hambre, la sed, que tener los oídos pitando por los elementos de la naturaleza suponía el menor de mis problemas. ¿Qué estaría haciendo ese grupo de chavales en aquel momento? ¿Seguirían vivos? ¿Fueron aniquilados?

Seguro que están follando. No hay película de Viernes 13 sin tetas, drogas y mamoneo.

Y cuando creí que no aguantaría más, me topé con una casucha. La reconocí de inmediato y me frené de golpe, a metros de ella. Tenía lonas roídas por encima y láminas de acero en los laterales. No había puerta, sino una obertura sin más.

Mi primer instinto fue echar un vistazo en derredor, por si alguien me seguía, pero a la vista de que no y que tampoco se veía un carajo con semejante aguacero, me refugié en ella. Casi fue un alivio no encontrar la cabeza momificada de Pamela en un altar.

Era la casa de Jason.

Sin vencer todavía la impresión de que todo aquello fuera real y no producto de una alucinación, dejé mis cosas en una silla vieja y mohosa, y alumbré con la linterna el interior. No había mucho a decir verdad. La cabaña era simple y adusta. Solo tenía una habitación propiamente dicha, con una cama demasiado pequeña como para que su dueño cupiera encima.

Me senté sobre el lecho y los listones crujieron. Las sábanas estaban llenas de mugre y manchas aparatosas. No me sorprendería que el colchón estuviera repleto de cucarachas en vez de muelles. Era bastante asqueroso.

Tragué saliva, me recliné hacia delante y abrí los cajones de la cómoda por pura curiosidad, pero cuando me volteé... Ah cuando me volteé. Allí estaba él, de pie, enorme, sigiloso como pocos. Un rayo iluminó su máscara y esta vez si que pude apreciarlo.

-Jason...- Susurré o más bien gemí.

- Susurré o más bien gemí

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Veintisiete veces 13 [ Jason Voorhees - Friday The 13th ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora