Jonathan VI

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Con los nervios a flor de piel escucho la extraña historia de la profesora a la vez que siento cómo mi recién reencontrado hermano gemelo pierde las pocas fuerzas que le quedan, y, con ellas, la vida. Finalmente, pierdo la paciencia y estallo.

–Mire, señorita Gravestone, o como quiera que se llame –la corto–. Este no es el momento de ponerse a hablar de cosas que ni siquiera entiendo. No con mi hermano como está. Así que, por favor, adelante hasta el momento en el que nos cuenta que demonios es una Piedra de Luz de Luna y dónde se puede conseguir una.

–Una... Piedra de Luz de Luna... –susurra la mujer para sí, como perdida en algún recuerdo lejano–. ¿Quién te ha hablado de ellas?

–Señorita Gravestone... –gruño en un tono amenazador.

–Está bien, está bien –exclama la aludida levantando levemente las manos–. Las Piedras son una serie de poderosos objetos con unas capacidades sobrenaturales inimaginables y que pueden llegar a actuar como una especie de catalizadores. El solo hecho de acercarle una de ellas a tu hermano –añade señalándole sobre la mesa–, podría arrancarle el veneno que lleva en sus venas.

– ¡¿Veneno?! –casi grita la chica de rasgos latinos, la amiga de Keira.

–Sí, veneno –responde la profesora–. A juzgar por su estado, es un veneno de origen demoniaco el que está haciendo que se consuma tan rápido.

–Y, ¿qué podemos hacer? –pregunta Daniel preocupado.

–Pues, por lo visto –responde la señorita Gravestone–, conseguir una de esas piedras. Y rápido.

Dicho esto, la mujer abre un cajón de su escritorio y empieza a rebuscar en él. De ahí saca un pequeño cuaderno que abre y nos muestra un mapa dibujado a mano de los Estados Unidos con una serie de puntos rojos en él. La mujer señala uno en particular y nos dice:

–Esta es la más cercana a nosotros.

–Pero, ¡si está en Nueva Orleans! –exclama Keira saliendo de su mutismo por primera vez.

–Eso, jovencita –contradice ella usando el mismo tono de reproche que utiliza con sus alumnos– no es del todo cierto. Hace casi cien años, esta se movió de emplazamiento hasta... aquí –dice deslizando el dedo sobre el papel. A los pantanos.

En pocos segundos memorizo el mapa y salgo disparado del despacho hacia el coche, en busca de lo único que puede salvar a mi hermano.

Tan solo pasan tres cuartos de hora antes de que la carretera, y después la pista de tierra que sale de ella, se termine abruptamente y tenga que bajarme del coche y seguir a pie a través de los árboles. Gracias a Dios, tengo muy buena memoria y mis pasos me llevan hasta un claro entre los árboles y las charcas que infestan el lugar. En el centro del círculo que forma el claro, se alza un antiguo altar de piedra derruido, destrozado por las raíces de un gigantesco árbol que ha crecido en el mismo lugar. Sobre la superficie de la roca tallada se haya una piedra, una gema de bordes irregulares con un brillo anaranjado medio cubierta por hojas secas caídas del árbol.

Me acerco a ella y alargo el brazo para cogerla, pero, antes de poder siquiera tocarla, una fuerza inmensa me agarra por el cuello de la camisa y me lanza hacia atrás por los aires. El choque contra un tronco de la periferia del claro me corta la respiración.

Al lado de donde yo estaba hace unos instantes se encuentra el mismo hombre que me atacó hace unos días delante de mi casa. Incluso en su forma humana, sus músculos parecen ser mucho más grandes de lo normal; tiene una mirada de loco y una sonrisa sádica en el rostro.

Paso a paso, se va acercando a mí mientras habla:

–Sorprendido, ¿verdad? Me creías muerto, ¿verdad? –Dice abriendo los brazos y mostrándome una cicatriz en su pecho desnudo por donde la lanza de Daniel le había atravesado, a la vez que se ríe de forma macabra–. Pobre cachorro ingenuo, ¡solo un beta puede matar a su alfa! Pero yo te mataré antes de eso y me haré con tu energía vital.

Tras decir esto, se lanza sobre mí a una velocidad sobrehumana. A medio camino pega un salto y aterriza convertido en un monstruo a pocos pasos de mí. Todavía atontado por el golpe, lo único que consigo ante el golpe de la criatura es arrastrarme por el barro a un lado y apartarme. Instantes después, el licántropo se vuelve a lanzar al ataque. Logro levantarme y salir corriendo a través del claro en dirección a la piedra con el hombre lobo pisándome los talones.

Ain posibilidad de seguir huyendo, me vuelvo para enfrentarme al alfa, a mi perseguidor, sin estar dispuesto a morir sin al menos intentarlo. De pronto, a mi cabeza llegan recuerdos de esta tarde, cuando la ira por el destino de mi hermano me ha inundado y ha sacado mi parte de hombre lobo para luchar contra la furia que lo tenía prisionero.

Y es en esa sensación en la que me centro al enfrentarme a mi rival. Dejo que me llene y me guíe los movimientos. Sin casi sentirlo, las uñas se me convierten en garras y los músculos se me endurecen hasta parecer tan fuertes como el acero. Como si una voz me susurrara al oído, me abalanzo sobre él.

Pero este es más rápido y se aparta de mi camino. Aun así, logro acertarle en un costado y hacerle un profundo corte, haciéndole rugir de dolor. Cegado por el dolor y por la ira, contraataca de forma brutal. Con una de sus garras, hace un quiebro y me la clava en el estómago, atravesándome la camiseta.

Ante su aullido de victoria, caigo sobre las rodillas sabiendo que este es mi fin. Y con él el de Chris. En silencio, le pido perdón por no haber sido capaz de ayudarlo, de salvarlo. Por haberle fallado otra vez.

Más Allá de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora