Keira III

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Sentada en el pasillo frente a la puerta de la habitación de mi hermano me empieza a sonar el móvil. No lo toco hasta que para, y solo lo hago para ver quién me ha llamado. "5 llamadas perdidas de Angela<3" indica en la pantalla. Lo vuelvo a apagar y me lo guardo en el bolsillo a la vez que vuelvo a la monótona actividad.

Hace dos días que, al volver del instituto, Daniel cayó en una especie de coma que nos asustó a todos. Nada más atravesar la puerta, se desmayó y mamá se puso histérica perdida e hizo venir al médico a casa para ver qué pasaba. Él solo pudo asegurar que no le pasaba nada peligroso. Parecía que, misteriosamente, había entrado en un profundo sueño. Únicamente podíamos esperar a que despertase. Desde entonces su puerta ha estado cerrada y no ha entrado nadie excepto mi padre y yo he estado todo el tiempo en esta posición.

El teléfono vuelve a sonar y a vibrar en mi bolsillo y yo vuelvo a pasar de él. Pero este sigue insistiendo y acabo respondiendo.

–Angela –digo en un susurro cansado–, ahora mismo no estoy de humor para...

–Paso por tu casa en cinco minutos –me corta ella–. Tenemos que hablar. Y también tenemos que estar lo antes posible en el instituto –añade con urgencia.

Por su tono, me doy cuenta de lo que mi amiga me necesita y que la he estado abandonando estos días y que es más importante que lo que me está pasando a mí. Hecho una última mirada a la puerta de mi hermano y me levanto del suelo.

Tal y como ha prometido, cinco minutos más tarde Angela pega un bocinazo frente a la casa y me abre la puerta de su coche para que pueda subirme en el asiento del copiloto.

Llegamos al aparcamiento del instituto y hago amago de bajarme del coche, pero Angela me lo impide negando con la cabeza.

–Necesito hablar contigo antes –me dice girándose para mirarme–. Es importante.

–Está bien, adelante –la animo.

–Verás... –empieza–. Esto es muy difícil. Sabes que estas últimas semanas han sido muy difíciles para mí...

– ¿Es por tus padres? –trato de adivinar.

–Sí –asiente–, y no. La verdad es que juré que no te lo diría nunca, pero esto me está destrozando –las lágrimas empiezan a rodarle por las mejillas–. Yo... creo que me estoy volviendo loca. De repente me empiezan a llegar sensaciones e imágenes a la cabeza y el dolor me hace gritar, pero nadie me puede oír.

Recuerdo a mi hermano tapándose los oídos el otro día, como si estuviese oyendo algo que yo no podía. Impulsivamente la abrazo y la estrecho contra mi pecho.

De repente una luz se enciende en el interior del instituto y la puerta principal se abre. Del edificio sale una figura de mujer y se dirige hacia nosotras. Cuando entra en el círculo de los faros me doy cuenta de que es la profesora Gravestone, quién golpea el cristal de la ventanilla con los nudillos. Cohibidas, salimos del coche y yo empiezo a disculparme.

–Yo... nosotras... lo siento, no sabíamos que...

Pero a ella no parecen importarle mis escusas. Nos escanea a mí y a mi amiga de arriba abajo antes de dirigirse a mí.

–Tu hermano está en coma, ¿verdad? –me pregunta y, antes de que pueda responder, continúa–. Me imagino que ya sabrás que es un guardián, bueno, pues te diré que su principal protegido ahora está en un estado de peligro tal que le está afectando también a él.

– ¿Qué? ¿Cómo sabe usted todo eso?

Pero la mujer sigue sin querer responder a nuestras preguntas y nos indica que la sigamos al interior. Nos dirige a través del edificio vacío hasta su despacho donde nos hace sentarnos en unas sillas de plástico frente a su despacho.

–No hay mucho tiempo, chicas –empieza–. Lo primero que tenéis que saber, sobre todo tú Angela, es que todo, absolutamente todo lo sobrenatural que podáis imaginar existe. Hadas, vampiros y demonios están ahí fuera.

»Hace algo menos de ciento cincuenta años hubo una guerra entre todas estas criaturas y algunos decidimos que lo mejor sería ocultar este secreto al mundo. Desde entonces yo soy una de los guardianes.

–Espere, espere –la corto–. Usted ha dicho que mi hermano es uno de esos guardianes, cómo puede ser posible, no estaba vivo hace cien años... –de repente me doy cuenta de algo–. ¡Usted tiene más de cien años!

–Para empezar –explica–, sí, tengo ciento veintiocho años. Y tu hermano ha heredado ese cargo, no estaba allí.

–Pero, ¿a qué secreto se refiere? –pregunta Angela tímidamente.

–Al mundo oculto, a la existencia de esas criaturas –responde la profesora–. Pero ahora lo importante es que muchas de ellas se están reuniendo en torno a este pueblo. Y me temo que alguien quiere otra guerra.

De repente se oye el chirriar de unos neumáticos en el asfalto y a alguien pidiendo ayuda a gritos. Las tres nos asomamos a la ventana, que da a la parte frontal del instituto, y vemos un jeep negro con los faros encendidos cerca del coche de mi amiga. Del interior sale Jonathan con una expresión nerviosa y vuelve a gritar por ayuda a la vez que saca a alguien del asiento trasero. Alguien que tiene el aspecto de necesitar ayuda urgente. De pronto, puedo ver la cara de ese chico.

– ¡Vaya! –exclama laprofesora Gravestone a mi lado–. Esto sí que es inesperado.

Más Allá de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora