Jonathan II

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Ocho y cuarto de la mañana. A pocos minutos de empezar las clases, todos los alumnos que aún quedan frente a la puerta principal empiezan a entrar. Oigo cómo mi padre se alea en el coche a mis espaldas dejándome solo aquí nada más haberme bajado de él.

Con un suspiro me dirijo al interior del edificio y busco la secretaría con la mirada. La encuentro a mi izquierda: una puerta de madera bajo un cartel de plástico en el que lo indica. Junto a la puerta hay un banco y un corcho con algunos panfletos grapados. Atravieso la puerta y entro en una pequeña sala con las paredes cubiertas con paneles de madera y una ventana. En la pared contraria a esta hay una serie de archivadores con, supongo, los datos y la información de cada alumno. En el centro de la sala, dividiéndola en dos estrechas mitades, hay un alargado mostrador también de madera tras el que una mujer entrada en años y algo regordeta se encuentra inclinada sobre unos formularios que está rellenando.

Al darse cuenta de que no está sola, levanta la cabeza y, con una sonrisa amable, me hace una seña para que me acerque. Sin esperar a que diga o haga nada, saca un montón de papeles del cual empieza a separar algunos y me dice:

–Tú debes de ser el alumno nuevo, ¿verdad? –pregunta con una voz aguda–. El director Whitemore me pidió que lo tuviese todo preparado desde la semana pasada porque no sabíamos cuándo ibais a llegar tu padre y tú al pueblo. Bien, lo primero, firma aquí.

Con un largo dedo señala un punto en uno de los muchos papeles que cubren ahora la superficie de la mesa.

– ¡Perfecto! –exclama en cuento levanto el boli de la hoja, separándolo del resto y metiéndolo en una carpeta que deja sobre uno de los archivadores a su espalda. Acto seguido pone un nuevo papel frente a mí y continúa hablando –. Esto es un plano del instituto. Es muy pequeño, así que no es probable que te pierdas, pero te recomendaría que intentaras preguntarle a otro alumno. Aquí apoyamos las relaciones entre la gente, sabes. Y este es tu horario, tal y como nos pidió tu padre: cursos superiores en todas las asignaturas, de acuerdo a las notas de años anteriores. Robert se encargó de hacerlo personalmente.

La mujer utiliza los siguientes cinco minutos enumerando las clases y alabando las cualidades de todos y cada uno de los profesores del horario.

–Bueno, ahora te toca clase de español con la señora Reyes, aula B-8.

Nada más decir esto, la puerta de la sala se abre y entra una mujer vestida con una blusa y una falda de tubo negra. Lleva el pelo rubio cano recogido en un tenso moño en lo alto de la cabeza. Su mirada gélida me escanea de arriba abajo y siento como si me estuviese viendo el alma.

– ¡Victoria, cariño! –exclama la secretaria con su aguda voz–. ¿Qué quieres?

–Necesito tres copias de esto –dice la tal Victoria mientras le alcanza una carpeta que tiene en la mano sin quitarme la vista de encima.

Incómodo, salgo de la oficina por la puerta que ha dejado abierta la mujer al tiempo que oigo una ruidosa fotocopiadora ponerse en marcha y choco de frente contra alguien. Ambos acabamos en el suelo, pero el otro, un chico rubio con pinta de ser de último curso, se levanta de un salto y, sin perder la sonrisa ni un instante, me tiende la mano para ayudarme a levantarme.

–Lo siento, no te había visto –musito al aceptándole la mano al recordar las palabras de la secretaria unos minutos antes.

–No importa –dice él con voz alegre–. Le puede pasar a cualquiera... Oye, tú debes de ser el nuevo, ¿verdad? –añade al no reconocerme.

–Sí –le confirmo tratando de sonar amistoso, aunque me incomoda que todos me reconozcan ya–. Me llamo Jonathan.

–Daniel, encantado –el chaval se agacha y recoge mi horario que se me había caído al suelo –. Tienes español ahora, ¡Y en curso superior!–exclama con sorpresa–. Y también, te acompaño. Verás, aquí es mejor tener al menos una persona a tu lado si quieres sobrevivir al primer día. Y al resto –explica–. Los solitarios no son muy queridos, entiendes. Y aún menos si vienen de fuera de... –Daniel se calla al darse cuenta de que está hablando demasiado–. Bueno, ya me entiendes.

Durante toda la mañana, Daniel se convierte en mi sombra, acompañándome de un lado a otro del instituto entre clase y clase. El joven trata de llenar todos los silencios con comentarios de cada alumno que nos cruzamos con la clara intención de que me familiarice con todos ellos, pero se abstiene de decir nada de los profesores.

Es por eso que me sorprende que, cuando la misma mujer que ha entrado antes en la secretaría gira una esquina, diga con voz agria:

–Esa es Victoria Gravestone, más te vale no meterte en ningún lío con ella, dicen que es capaz de hacerte pasar las peores horas de tu vida durante sus castigos.

– ¿Tan mala es? –pregunto.

–No lo sé, nunca he estado en uno de ellos –me responde secamente–. Y la verdad, lo prefiero así –añade con una risa forzada.

Llegamos a la puerta de mi siguiente clase y él se aleja hacia la suya propia.

Al salir, no encuentro a mi nuevo amigo (podríamos llamarlo así a falta de un término mejor que describa el conocer a alguien por primera vez y que este no se despegue de ti en ningún momento), por lo que me dejo llevar por la riada de alumnos que se dirigen a la cafetería entre conversaciones y risas para el almuerzo.

Más Allá de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora