Es un hecho reconocido internacionalmente que una joven hermosa, virtuosa y sobre todo, de buen linaje, requiere de un esposo que pueda literalmente ver por ella, hacerse cargo de los negocios familiares y así asegurarle ciertas comodidades y aun algunos lujos. O al menos eso era lo que yo, Olivia Petal pensaba a mis primorosos dieciséis años, puesto que ya había aprendido todo lo referente al amor de las novelas románticas que en el modernísimo año de 1850 estaban de moda: Sentido y Sensibilidad, Emma, Persuasión, Mansfield Park y por supuesto: Orgullo y Prejuicio.
Dispénseme por no poder describirme mejor, pues al no poder hacer un juicio sobre mí misma soy incapaz de transmitirlo, pues soy ciega. En cambio, os diré que se me ha descrito en sociedad como "una encantadora jovencita despuntando a la adolescencia, de la piel pálida, los cabellos y los ojos convenientemente oscuros y una languidez de carácter" que en ese momento era muy conveniente de llevar y que, me sentaba maravillosamente bien, pues todas esas cualidades podían considerarse en ese entonces, el epítome de la alta cuna. La nobleza y la sociedad en general, consideraba un signo inequívoco de nobleza no haber sido jamás haber sido besado por el sol o el trabajo duro y desfallecer por tener una condición enfermiza... Todo aquello era hermoso y por tanto, deseable, motivo por el cual muy pronto, me convertirían en la esposa-trofeo más disputada del condado. Yo detestaba eso: quería conocer al amor de mi vida, al príncipe esperado cuando fuera el momento, y que nos uniera el amor y no la política.
Tal fenómeno no escapaba a la escudriñadora visión de la Sra. Wood, la minuciosa ama de llaves en quien recaían todas las responsabilidades de Petal Manor, la gigantesca mansión que ella mantenía con mano firme y rigor de acero: no había arbusto mal cortado que no escapara de la consecuente amonestación o cambio de sábanas que ella no hubiera revisado, así como entregar cabal y preciso cómputo de mobiliario, bienes, y cuanto estuvieran en ella, y desde luego, de los gastos corrientes y salarios del ejército de lacayos que corresponden a una mansión de tal rango y reputación. La Wood era una señora entrenada para ganar la guerra milenaria contra los enemigos de la religión y creía realmente que la distinción de clase social era un mandato entregado por Dios mismo, guardiana de las costumbres y la jerarquía, con pasos de gato, oído de un murciélago y se podría decir que también con la fantasmagórica facultad de atravesar las paredes en el momento que alguien pronunciaba su nombre ya sea al lado de la casa, o de la ciudad.
Porque además la Señora Wood solía decir que tengo un talento singular que la volvían doble, triple e infinitamente seductora para una heroína victoriana, pero que en tiempos postmodernos dicho talento se consideraría una discapacidad: fruto de un imperdonable accidente, yo he perdido la capacidad de la vista a muy temprana edad. Pero ni falta me hacía: la Wood tenía la visión que a Olivia le faltaba y más: veía por las dos, en todo sentido de tal palabra. A veces, puedo decir que veía demasiado.
La Sra. Wood lo aceptó con su sentido práctico de la vida, "Ojos que no ven, corazón que no siente", así que resolvió presentarme a un excelente partido, buen mozo, culto y de irreprochable linaje, que pudiera llevar cuenta de todos los deberes domésticos y de paso, que pudiese hacerme feliz, lo cual paradójicamente era un requisito deseable mas no indispensable, después de todo el propósito del matrimonio es el orden y no la felicidad, que esta se pueda alcanzar es otra cosa. De modo que al cabo de algún tiempo, con todos los arreglos que llevaba amorosamente maquinando, me fue presentado al soltero más apetecible de esta región, os hablaré un poco de él
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A su corta edad Charles Brandon ya era el joven más codiciado de Oxford, hijo único de la otrora poderosa familia Brandon, aunque no heredó una gran fortuna, sí poseía un pesado apellido ligado a la nobleza, que se remontaba a la dinastía de los Tudor, pues uno de sus abuelos por parte de padre, era a su vez nieto de aquel primer Charles Brandon, duque de Suffolk, noble, militar y cuñado del infame Enrique VIII a través de su tercer matrimonio, pues todo indicaba que este ancestro era galán, de buen porte y muy agradable de ver además de singular gusto por el masoquismo: se casó cuatro veces.
En otras palabras, este imberbe resultaba ser el mismísimo chozno de aquél de quien se contaban tan sabrosos chismes y fogosas habladurías. Aunque el muchacho sí que había heredado de su ancestro, dicen, el éxito para con las damas y las demás mujeres, pero además tenía la sensatez y el sano temor al matrimonio, pues no pensaba en ello ni a corto ni a largo plazo... por lo que la maledicencia del populacho pronto empezó el infundado rumor de que al joven baronet le gustaba el hot dog con Nutella, o mejor dicho meter la salchicha en pudín Yorkshire, por no existir entonces el platillo norteamericano como tal.
Rumor prontamente desvanecido por algunos noviazgos convenientemente breves, que se decía tenía con tal heredera de la muy noble casa de Windsor, o con tal institutriz de Cambridge... La verdad es que hasta el momento, el único y verdadero amor de Charles era la diosa literatura a quien consagraba sus mejores horas , pues era un secreto a voces que la única fortuna que tenía fue invertida en una biblioteca de libros mágicos, prohibidos o escandalosos, que con el tiempo no había hecho más que crecer y crecer... pero no tenía con quien compartir tan invaluable herencia.
-Al parecer la maldición de revelar un gran talento a tan corta edad, es la soledad a la que se condena uno...
Pero por si este raro abolengo no le fuera suficiente, se había graduado de Oxford, Magna Cum Laude en Lengua y Literatura Inglesa... a la edad de 16 años. Charles, que encima tenía el desacato de ser apuesto al parecer era poco, pues era un joven bien versado en política, arte, las lenguas antiguas y las modernas, conocía la esgrima, el sistema Braille, los bailes modernos y estaba al tanto de las novísimas ideas del Movimiento Sufragista que por entonces, iniciaba en Inglaterra, estas jóvenes y no tan jóvenes que vandalizaban las paredes y ponían bombas en edificios cuando sus propuestas eran desoídas por el Parlamento, razón por la cual la gente las ridiculizaba: en el fondo las temían.
Muy al contrario, a diferencia del resto de los nobles de su edad y condición social, Charles tenía la radical y escandalosa idea de que las mujeres son seres humanos, si bien indubitablemente diferentes en su biología y capacidades, al menos iguales al hombre en ingenio, sagacidad y en los demás talentos y que, sin duda llegaría la época en que podrían tener el talento para desarrollarse en cualquier profesión y hasta de ganar el mismo salario que un hombre. Pero muchas cosas tendrían que suceder todavía, porque la idea dominante entonces, era que las mujeres son un "poquito" menos humanas, y menos persona que el hombre, pues al ser este Medida de todas las cosas, las féminas no pasaban de ser una costilla ambulante, frágiles y maternales y dadas a sensiblerías y encajes de seda y de los otros.
No por otra cosa llegó a ser profesor adjunto a la edad de apenas veinte años, y decano del departamento de Literatura a los veintidós. Para la sra. Wood, criada en el deber natural de la mujer, el decoro y las formas de comportamiento que adornan a una mujer decente las extravagancias de Charles le parecían tolerables si venían acompañadas del apellido Brandon. Muy pronto le hizo conocer su precaria condición, de estar criandome en solitario a mí, una pobre huerfanita que pronto requeriría de toda la atención de Dios y de un tutor entrenado en Braille y familiarizado con Shakespeare.
Charles, más conmovido que tentado aceptó la propuesta de buen grado y la Sra. Wood, contemplando la maravillosa telaraña que acababa de tejer gracias a sus buenos contactos y mejores intrigas, se congratuló de cuán atinados y certeros eran sus lances y se sentó a ver, el movimiento de las piezas de ajedrez.
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Baile de San Valentín
Hayran KurguEs un hecho reconocido internacionalmente que una joven hermosa, virtuosa y sobre todo, de buen linaje, requiere de un esposo que pueda ver por ella y hacerse cargo de los negocios familiares. Deliciosa parodia del minijuego DU!TP escrita en el esti...