Ilusiones

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DAMNARE

Habían pasado días desde el incidente con Harry, y ninguno de ellos me hablaba, salvo por Luna y los gemelos.

Mi traición llegó a oídos de todo Hogwarts, pero nadie se atrevía a siquiera mirarme de mala manera, excepto claro por, Harry, Ron y Hermione.

Y más que sentirme dolida, estaba molesta por el hecho de que no me dejaran siquiera explicarles el cómo habían pasado las cosas. Simplemente me juzgaron.

—¿Está usted poniendo atención señorita Winchester? —habló Umbridge mientras golpeaba mi mesa con fuerza, sacándome de mis pensamientos.

La tenía casi encima de mí, mirándome con desprecio.

—Por suerte no —respondí sacudiendo un poco la cabeza para reincorporarme a la realidad.

Sus mejillas se enrojecieron y frunció el ceño.

—Me tiene harta con su insolencia y falta de respeto hacia mi persona —espetó y no podía importarme menos—¡Vaya por el señor Filch!, él siempre tiene las mejores ideas para disciplinar a los que no siguen las reglas.

Puse los ojos en blanco y me levanté para hacer lo que me había dicho.

Al bajar por las escaleras, se movieron de lugar, y una vez que se detuvieron me encontré frente a una puerta, la cual abrí sin problema.

Dentro estaba muy obscuro y frío. Saqué mi varita para iluminar un poco, pude ver que estaba en un pasillo y por curiosidad seguí caminando hasta llegar al final.

Había otra puerta, la cual estaba cerrada. Me di la media vuelta para regresar, pero estaba aburrida, así que bueno, la abrí con un hechizo.

Una gran manta blanca al fondo de la habitación llamó mi atención, y a paso ligero me acerqué y la retiré.

Detrás se encontraba un gran espejo, donde había algo grabado en la parte superior: "Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse".

Lentamente bajé la vista a mi reflejo y un gran hueco apareció en mi estómago, sorprendida por lo que vi.

Era Alysa, abrazándome y pasando su mano por mi largo cabello mientras sonreía, y lo hacía de una forma genuina.

Un gran dolor me golpeó el pecho, dejando mis piernas débiles y temblorosas, la imagen era realmente bella.

Sentí envidia de mi reflejo.

Me dejé llevar por mis sentimientos y olvidé mi orgullo por un momento.

—Mamá... —susurré acercando mi mano hacia el frío espejo.

Me sentía tan diferente, tan vulnerable frente algo que jamás tendré, como si la pequeña Damnare que solía imaginarse así misma con su madre, se apoderara de mí.

Ese cálido sentimiento me envolvió y mis mejillas comenzaron a humedecerse. Ni siquiera le tomé importancia en ese momento, simplemente me dejé caer de rodillas y lloré, lloré como hace años no lo hacía.

De pronto tomé de nuevo el control sobre mí y en un arrebato de ira y dolor, me aparté inmediatamente y salí de ahí tan rápido como pude, sintiéndome tan patética por llorarle a una mentira.

Me negaba a que ese fuera el deseo más profundo de mi corazón, ella no lo merecía, no después de decirme a la cara que deseaba mi muerte.

Me quedé en el pasillo un momento, tratando de calmar mi agitada respiración. Sequé mis lágrimas, sacudí mi empolvada falda y seguí mi camino.

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