La invitación

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DAMNARE

Mi mente enloqueció por una fracción de segundos ante la impresión, mi estómago me pesaba y sentía mi cuerpo tan ligero como una pluma.

¿Acaso estaba soñando?

El recuerdo del espejo llegó a mi cabeza y sentí escalofríos. No era agradable comparar aquello con la realidad, y menos ahora que la tenía frente a mí.

Ella estaba tan tranquila, con un porte elegante y jovial. Me miraba con sus manos entrelazadas sobre su vientre, mientras yo estaba de los nervios.

—Hola —habló luego de un rato en silencio.

Estaba tan concentrada en el zumbido de mis oídos que no hice nada más que quedarme quietecita, esperando despertarme o algo. Ella no podía estar aquí.

Ni siquiera debería recordarme, Draco se encargó de borrarme de su memoria, ¿No?

Tragué grueso cuando la vi acercarse lentamente, como si con un movimiento brusco yo saldría corriendo, y de no ser por el estado de shock en el que estaba, así hubiese sido.

Si mi intención era hacerle creer que no la conocía, se fue a la mierda, mi reacción fue estúpidamente obvia.

—¿Quién eres? —pregunté torpemente en cuanto logré hablar. Pude sentir el olor a rosas que provenía de ella, era dulce y suave.

Ella se detuvo al escucharme y me sonrió—Sabes quién soy, hija.

¿Hija?

Sentí una punzada en el pecho al escucharla, ¿Acaso vino a burlarse de mí? Tenía frío y calor al mismo tiempo.

—Mi madre está muerta —mascullé, moderando la rudeza de mis palabras. Caminé hacia la puerta y la abrí como invitación a que se fuera.

Soltó un pequeño suspiro mientras agachó la mirada—Entiendo que me odies Damnare, pero...

—¿Odiarte? —la interrumpí—, no, eso sería sentir algo por ti, y no perdería mi tiempo contigo de ninguna forma.

Alzó la vista. No pude descifrar lo que sus ojos querían decirme, estaba demasiado alterada para lograrlo. Mi corazón bombeaba a roda velocidad y tenía frio y calor en partes iguales.

—Sólo escúchame, por favor.

¿Por qué suplica? ¿Por qué me mira como si le importara? ¿Por qué no se larga? ¿Por qué me duele querer odiarla y no poder?

—No, no me interesa lo que tengas que decir, me dejaste muy claro lo que sentías por mí, así que ahorra saliva y lárgate —mi voz empezó a quebrarse y no quería llorar frente a ella.

Alysa pareció darse cuenta porque noté culpa en su mirada.

—No recuerdo lo que pasó ese día, pero sea lo que te haya dicho no lo sentía ni lo siento, eres mi hija, no podría odiarte.

El nudo en mi garganta dolía aún más, al punto de sentir que me ahogaba, pero no, no me dejaría llevar por sus palabras, aunque muchas veces quise oírlas.

—¿A qué estás jugando, Alysa? —solté—. Te borré los recuerdos de esa noche, no tus sentimientos, y fuiste muy clara con respecto al asco que te producía mi presencia.

Sus ojos se abrieron y bajó la mirada, avergonzada.

—Perdóname, siento mucho haberte lastimado —murmuró— He pasado por muchas cosas, me encontraste en un mal momento.

Aquello no podía ser verdad, lo vi en sus ojos, me odiaba. Y no era producto de sus "problemas".

—Muy tarde —mis ojos ardían, pero luché con todas mis fuerzas para no derrumbarme—. Así que vuelve a tu escondite y déjame en paz. No nos necesitamos.

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