La sangre llama

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DAMNARE

—Sus recuerdos no han vuelto del todo —aseguró Fred con una sonrisa burlona—Sigue negando nuestro apasionado beso en el baile de invierno.

George y él me miraron como si fuera la peor persona del mundo y negaron con la cabeza en una sincronía perfecta y aterradora al mismo tiempo.

Harry, Hermione, Ginny y Ron reían mientras Dean y Draco miraban con mala cara toda la bizarra escena.

Digo bizarra porque estábamos en la sala, pasando un rato agradable como si el mundo no estuviera a punto de colapsar.

Habían llegado al día siguiente de que había recobrado mis recuerdos, y para desgracia de Draco, se habían instalado.

Los señores Weasley y los demás seguían con el ministerio intentando calmar un poco el caos. Uno de los tantos problemas es que pedían mi cabeza para refundirla en Azkaban.

No era el mejor panorama, pero al menos no estaba cegada por los ideales de mi padre y ya no sentía la necesidad de matar. No era un peligro aparente por ahora.

—¡Damnare, es hora! —la voz de Olimpia cortó los murmullos.

Quise mirar a Draco, pero me contuve, sabía que Dean también esperaría que lo mirara a él y no estaba en condiciones de lidiar con tonterías.

Me levanté dejando de sonreír y seguí a Olimpia hasta su habitación para un chequeo rutinariamente aburrido. Quería estar segura de que mi mente estuviera bien y que su acto impulsivo no tuviera consecuencias.

Me sentía físicamente bien, aunque por la noche era otra historia. Desde que regresé, las pesadillas comenzaron a atormentarme. Despertaba con un fuerte dolor de cabeza y el cuerpo empapado en sudor frío.

Era mi conciencia, recordándome las cosas horribles que había hecho y de alguna manera sabía que era mi condena.

—Hola pequeña —la voz de mi padre resonó en mi cabeza y un escalofrío recorrió mi columna.

Intenté no delatarme frente a Olimpia. No quería que me encerraran o sedaran por miedo a la conexión con mi padre.

No era un problema, podía controlarlo, él no sabía dónde estaba, ni lo de mis recuerdos, así que nadie tenía que enterarse, a excepción de Dean, claro.

—¿Me estás escuchando? —me riñó Olimpia.

—No, puedes repetirlo si es importante, de lo contrario ni te molestes en hacerlo.

Me miró de mala manera.

—Estás bien, al parecer tienes mucha suerte, niña.

No la odiaba, pero que usara a Draco para sus egoístas fines me causaba mucho conflicto.

—Bien, entonces me voy —me levanté y salí de la habitación.

Olimpia no tenía por qué seguir aquí, su estilo no es de participar en una guerra, sólo aparecen cuando todo se iba a la mierda. Pero en este caso es Dean quien la retiene. Ella intentó irse con él, pero se negó y bueno, casa llena.

Draco era el más feliz con eso.

—¿Qué ocultas? —preguntó en cuanto me alcanzó en el pasillo—Dímelo.

Apreté los dientes cuando me detuvo de golpe agarrándome el hombro. Comencé a sentir el calor de mi cuerpo aumentando.

—Nada —mentí dándome la vuelta para mirarla a los ojos—Deberías preocuparte por las demás, siguen esperando tus órdenes.

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