Chapter Nineteen

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I'd climb every mountain
And swim every ocean
Just to be with you
And fix what I've broken
'cause I need you to see
That you are the reason
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La explosión llena de polvo de ladrillo el ambiente. Tose. No puede respirar, joder.

Harry.

Se incorpora deprisa y mira a su alrededor, buscándolo. No lo ve, pero sabe que está aquí. No ha podido soñarlo ni imaginárselo. Ha sido real, lo ha sentido quemando cada maldito hueso de su cuerpo.

Sale corriendo. El humo es demasiado denso y no lo deja ver nada. La gente está asustada y deambula sin sentido.

¿Dónde estás, amor?

Una rabia sorda y fría va acomodándose bajo sus costillas.

¿Dónde está, joder?

Uno de los camareros del hotel ha salido y está sentando en el bordillo de la acera a varias personas ensangrentadas. Ese coche estaba lleno de paramilitares y han tirado al menos tres granadas.

Sigue andando.

Tose de nuevo.

La garganta le quema...

Y de pronto el miedo lo asola todo.

—Harry —murmura con la vista fija en su cuerpo tirado en el suelo—. Harry —repite corriendo hacia él.

¡Joder, no!

Se arrodilla junto a él y trata de ver de dónde sale la sangre que lo rodea.

—¡Un médico! —Louis grita.

Tiene una herida en el costado y otra en el hombro.

Mira a su alrededor desesperado. Nadie va a venir. Todo esto es una maldita locura. Pasa sus brazos por debajo de las rodillas de Harry y de su espalda y lo levanta.

—Tranquilo, amor. Voy a cuidar de ti
—susurra echando a andar—. No va a ocurrirte nada.

No puede perderlo. Joder, no va a perderlo. No piensa permitirlo. Entra en el hotel y camina deprisa hasta el bar.

—¡Necesito un médico, joder! —grita dejándolo con cuidado en una de las mesas.

Varios hombres y una mujer se acercan rápidamente. Le aparta el cabello de la cara y se inclina sobre Harry.

—No vas a morirte, ¿me oyes?
—susurra, y su voz se entrecorta por todo el miedo, por todo el dolor—. No pienso perderte otra vez.

Amor, por favor, no puedo perderte.

—¿Dónde lo has encontrado? —le pregunta la mujer.

—En la calle —responde acelerado—. La granada ha estallado muy cerca.

Los médicos lo voltean y rompen su camiseta con cuidado de no hacerle daño. La mesa está llena de sangre.

Joder. Joder. Joder.

Se pasa las manos por el cabello y las deja en su nuca, desesperado.

No puedes morirte, amor. No puedes morirte.

—Tapona la herida —hablan entre sí—. Está perdiendo mucha sangre.

—Lo estamos perdiendo —responde la doctora.

¡No! ¡Joder, no!

Regresa a la mesa y se inclina de nuevo sobre Harry. No puede perderlo, a él no.

Las noches en las que el cielo era de color naranja (L.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora