Capítulo dos: Una parte de mí

97 16 0
                                    

Me desperté con la vaga sensación de que algo había cambiado en mi vida. Había un sentimiento nuevo que envolvía mi corazón, un algo que no me dejaba pensar con claridad. Un algo que me confundía, algo que me atormentaba y a la vez que me llevaba volando lejos de allí, a un lugar maravilloso. En ese lugar, había un niño de ojos verdes esperándome con los brazos abiertos, tan perdido como yo, o quizás incluso más. Ese niño... Simplemente era especial. Su recuerdo me dolía, porque quería estar a su lado como nunca había querido estar con alguien.  Quería conocerle, hablar con él, quería que fuera el mar donde ahogar todas mis penas, quería que fuera el hombro donde llorar mis soledades. Empecé a recordar ese breve instante en el que nuestras miradas se cruzaron y el calor de la vida me abrazó por primera vez. Y así seguí, esperando a que ocurriera algo, hasta que Pablo vino a decirme que era tarde.

-¡Dana! ¿Se puede saber qué haces?- Me reprendió. -No vas a llegar al colegio, y pensaba que tú no quieres faltar por nada del mundo...

Me obligué a mí misma a pesar rápido. La verdad es que no me encontraba muy bien, me dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto, pero para mí eso nunca había ido motivo para faltar a clase. No tenía tampoco ganas, pero estaba tan cansada, que decidí hacer de tripas corazón y aprovechar mi condición.

- No... No me encuentro muy bien- Le interrumpí

-¿Quieres quedarte en casa? Es cierto que no tienes buena cara, estás pálida y un tanto decaída... ¿Quieres que avise a mamá de que hoy no estás muy bien y que venga a cuidarte?

-Vale- Respondí, evitando una mueca de dolor, pero también de horror. La verdad es que no tenía ningunas gana de pasar la mañana con mi madre. A pesar de ello, no pude negarme.

-Bueno, pues adiós, mi pequeño neutrino. ¡Que te mejores!- Con estas palabras, Pablo se despidió de mí. Con estas palabras, que quedarían para siempre grabadas en mi mente. Con estas palabras...

A los pocos minutos, mi madre estaba sentada en mi cama, insistiendo en que todo estaba bien, que pronto me pondría buena. Personalmente, su actitud me molestaba. Me sentía como una niña pequeña (en realidad lo era, tenía 7 años), algo que para mí siempre resultó irritante. Después de darle muchas vueltas al asunto, me decidí a hacerle una pregunta que llavaba bastante tiempo rondándome la cabeza a mi madre.

-Mamá... ¿Qué se siente cuando tienes un amigo?- Puse cara de ángel y mi mejor voz de niña buena mezclada con voz de víctima, para teatrealizar lo máximo posible.

-Pues no sé, hija... Es que tener amigos es algo normal para casi todo el mundo, ¿sabes? No sé si alguna vez has hablado con alguien en clase, pues ser amigo de alguien es lo mismo, pero hablando con más confianza.- "¿Qué estás diciendo?" Tuve ganas de gritarle. Puede que para ella tener un amigo sea normal, pero para mí... Era algo especial. Cada vez, el mundo entero me convencía más de que, definitivamente, no era normal, pero una parte de mí se negaba a creerlo. Una parte de mí todavía tenía ganas de luchar. Una parte de mí quería detener el tiempo en ese mismo instante, y volver a ver a ese niño de ojos verdes. Una parte de mí todavía sabía soñar.

El recuerdo de un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora