Capítulo diez: En una ciudad de oro

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Nunca olvidaré lo que vino antes de aquella noche. Ese día marcó, sin ninguna duda, un antes y un después en mi vida, aunque de aquella no fui consciente de ello.

Era lunes, y tenía que ir a clase. Estaba bastante cansada, como si no hubiera pegado ojo en toda la noche. Pablo me observaba con expresión divertida, mientras contenía la risa.

-¡Hola, bosoncito! ¿Con qué soñabas, que no paraste quieta en toda la noche?- "¿Qué hice qué?" Pensé. La verdad, no me lo esperaba. ¿Y si Pablo descubría algo sobre Chris? La verdad, no era nada malo, pero... No estaba seguro de cómo reaccionaría cuando si sabía algo sobre él.

-Pues... Ni idea, la verdad.- Respondí. Él, simplemente, sonrió, divertido. Al fin y al cabo, no era más que una niña pequeña. ¿Qué mal iba a hacer al mundo? ¿Qué mal podría hacerle a los mundos?

A tercera hora me tocaba clase de Lengua Castellana, la más entretenida de todas, a mi parecer. La profesora siempre organizaba juegos, o cualquier tipo de actividades, para que aprendiéramos jugando. Ese día nos propuso crear un personaje, imaginarle en un mundo que no existe, para después inventarle una historia. Cuando explicó la actividad, di un respingo. Parecía imposible, pero ahí estaba: la oportunidad de dar a conocer a Chris al mundo sin que me tomaran por loca. Sonreí, y rellené rápidamente la ficha del personaje. A continuación, tenía que escribir sobre el lugar donde vivía. Describí el bosque de árboles blancos, el claro, las lunas... Pero me faltaba algo. ¿No había nada antes? Me costaba creer que un niño que parecía tener, incluso, la educación de un noble, hubiera vivido así desde siempre. Intenté meterme en su piel, pero, antes de conseguirlo, la clase en la que me encontraba desapareció. Observé, maravillada, cómo a mi alrededor aparecían cientos de edificios tallados en oro que llegaban hasta el infinito. De pronto, me imaginé a un Chris mucho más pequeño ahí, y comprendí que el que viera eso no era pura casualidad. Me quedé prendada del resplandor dorado de los muros. Era la ciudad más fastuosa que jamás hubiera visto.

La clase terminó más rápido de lo que esperaba, y la mañana siguió transcurriendo con normalidad, pero mis pensamientos estaban en la extraña visión que había tenido antes. Ya no podía esperar a que fuera de noche, el día parecía no querer acabar.

Cuando al fin llegó el momento de irme a dormir, me sorprendió descubrir que no tenía nada de sueño. Estaba cansada, pero me era imposible cerrar los ojos sin que me entraran ganas de levantarme de un salto. ¿Qué me pasaba? Todavía no lo sé.

El reloj que tenía al lado de mi cama marcaba las doce cuando al fin conseguí quedarme dormida. Por primera vez en mucho tiempo, la oscuridad me envolvió de nuevo. Me recordé, en silencio, que la única forma de pasar ese obstáculo era relajándome, dejándome llevar. Siempre me gustó pensar en esa fase como una prueba que tenía que superar para llegar hasta Chris. Cerré los ojos, e intenté sentir la magia del negro que me rodeaba fluir por mis venas. Contrariamente a lo que podía parecer, esta era pura y tranquila, parecía acariciar mi ser con el cariño de una madre.

Al abrir los ojos, no me sorprendió encontrarme en el claro iluminado por las lunas. El paisaje me parecía cada día más hermoso y, a su vez, curioso. Podían ser solo imaginaciones mías, pero me pareció que las estrellas Chris y Dana brillaban con más intensidad que la última vez que me había fijado en ellas.

Creí distinguir, en la lejanía, la figura de un niño, y mi mente la procesó inmediatamente como Chris. Corrí hacia él, gritando su nombre, y comencé a reír a carcajadas cuando él agitó en el aire los brazos para llamar mi atención. Me senté a su lado, en el suelo, y nos sostuvimos la mirada durante unos instantes, hasta que a él le asaltó también una carcajada y bajó la cara.

-¿Qué tal?- Le pregunté, animada. Su sonrisa, y el brillo de sus ojos, me lo dijeron todo.

- Tengo algo para ti.- Me susurró. La noticia me pilló por sorpresa. ¿Para mí? Que yo recordara, era la primera vez que alguien me hacía un regalo así, por las buenas. "Un regalo de No Cumpleaños", diría Pablo. Siempre me gustó esa idea.

Me tendió un paquete, envuelto en papel marrón arrugado; me pareció lo más hermoso que se podía encontrar en el mundo (o en los mundos). Lo abrí lo más rápido que pude, con ansias de saber qué había dentro. Debajo de una nube de papeles, me encontré con un cuaderno. Lejos de desilusionarme, el encontrarlo me imprimió una gran sonrisa en los labios. Cogí el cuaderno, y lo examiné detenidamente. Tenía las tapas duras, forradas con una tela granate que parecía estropeada por el tiempo. Las páginas, amarilleadas, emitían un agradable crujido al moverlas. Sonreí todavía más, y apreté la libreta contra mi pecho. Estaba cálido, como si fuera un ser vivo. Miré a Chris, y le di las gracias con la mirada.

-Pero...- Dijo, alarmado.

-¿Pero?- Le pregunté.

- Prométeme que no la utilizarás hasta que yo te explique cómo.- Le miré, extrañada y divertida a partes iguales. ¿Acaso no sabía yo leer y escribir sin ninguna dificultad? ¿Qué tenía esa libreta que no tenían las demás? "Bueno, te la regaló Chris", me dije. "Seguro que tiene algo especial". - Vamos, ¡cógeme!- Le hice caso, y corrí tras él. La verdad, era mucho más rápido de lo que me imaginaba. "¿Dónde habrá aprendido?" Pensé. Y, sin aviso alguno, volvió a mí la visión de la ciudad de oro. ¿Y si?... Intenté apartar todas las ideas de mi cabeza. En poco tiempo me iría, estaba segura de ello, y no quería desperdiciar mi tiempo con Chris pensando.

-¡Espera!- Le grité fatigada.- Yo... Yo también tengo algo para ti.- Sin esperar a que me respondiera, me senté en la hierba. Cuando posé en ella las manos, un cosquilleo subió por mi brazo, y, tan solo por un instante, me pareció que a todas las cosas les rodeaba un algo de magia. Años después, todavía no fui capaz de olvidar esa sensación de que el mundo estaba controlado por una fuerza invisible que yo podía manejar a mi antojo.

Fue Chris el que me sacó de mi letargo cuando me miró a los ojos, como si hubiera roto una maldición que pesaba sobre mí con el brillo de su mirada.

-¿Qué querías, Dana?- La forma en la que dijo mi nombre me derritió; estaba llena de cariño. Tan solo Pablo me había hablado así, y en muy contadas ocasiones.

Dejé escapar una sonrisa y me dispuse a contarle los hechos de ese día, con todo detalle. Por último, añadí que estaba segura que en esa ciudad estaba parte de su pasado.

Cuando terminé mi explicación, él se encogió de hombros. Por un instante, sus ojos verdes brillaron todavía más que de costumbre. Una luz que iluminó en lo más profundo de mi alma, en esa parte que, hasta ese momento, no era más que un pozo de oscuridad.

Miré de nuevo las dos estrellas. Parecían estar separadas, cada una en un punto del cielo. Chris y yo, nadie más, sabíamos que estaban más juntas que nunca. Era nuestro secreto.

El recuerdo de un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora